ESCUCHAD PRIMERO

Los enfrentamientos en las redes sociales en nada ayudan al crecimiento y formación intelectual. Por el contrario, solo proyectan una imagen triste, poco seria y perjudicial para las nuevas generaciones. Harold Alvarado Tenorio, un poeta colombiano reconocido por sus incendiarias diatribas, dijo lo siguiente: “Nada es más peligroso que una jauría de poetas y rapsodas furiosos”. Tiene razón: las palabras, así como pueden ser unificadoras, también pueden ser destructivas.

 

Escribe / Jhonattan Arredondo Grisales

Iré al grano: Pereira es una ciudad pequeña con un claro crecimiento cultural, pero, infortunadamente, con escasas ofertas laborales. Esta es una queja constante y creo que todos estamos de acuerdo con que los avances para mejorar el índice de desempleo de los artistas que residen en este lugar continúan siendo minúsculos. Nada extraño si ampliamos la perspectiva porque lo cierto es que se trata de un problema que aúna a las diferentes regiones del país, dejando como resultado las mismas adversidades y las mismas querellas entre los más afectados: músicos, pintores, escritores, actores, entre otros. ¿Quiénes son los responsables? No somos tontos: sabemos que dicho déficit corresponde a políticas fraudulentas y a gobiernos que miran las artes como si miraran las suelas de sus zapatos. Sumemos, además, las malas actuaciones de los encargados de administrar el erario destinado a este sector. Podría seguir, pero la lista es larga y desalentadora. Las artes, en fin, nadan contracorriente.

Este contexto detona el ejercicio de la crítica. En nuestro caso, es decir, en el caso de los pereiranos, creo que somos expertos en este campo (el año pasado, por ejemplo, más de diez escritores plantearon —algunos con altura, algunos con pobreza— una interesante discusión acerca de la crítica literaria). Este rasgo es positivo. Sin embargo, es una crítica que, en la mayoría de las veces, no supera el enfado y las diferencias personales. De hecho, la palabra crítica, desde su etimología, quiere decir separar. Nosotros no separamos, pues, antes de lo que se critica, está aguardando un ajuste de cuentas que de una u otra manera tiene su origen en un asunto aislado. Por supuesto, hablo desde un punto de vista general, tratando de enfatizar en una problemática que en vez de favorecer a los artistas, debido a la falta de tacto para expresar sus reclamos, los termina afectando. Harold Alvarado Tenorio, un poeta colombiano reconocido por sus incendiarias diatribas, dijo lo siguiente: “Nada es más peligroso que una jauría de poetas y rapsodas furiosos”. Tiene razón: las palabras, así como pueden ser unificadoras, también pueden ser destructivas.

Para ilustrar lo anterior debo mencionar un hecho particular que acaeció en las últimas justas a las que asistimos (hubo comentarios desde todas las orillas, memes, llamadas telefónicas, mensajes por chats, mejor dicho, una grande y estúpida alharaca). Parecíamos gladiadores y espectadores dentro de un coliseo romano. Hago referencia al alegato que se propició hace poco a causa de las publicaciones que hicimos en redes sociales algunas personas relacionadas con el sector cultural de la ciudad. Tanto los señalamientos como el centro del debate se basaban en dos eventos que nos parecieron irregulares: por un lado, el actual director de la Biblioteca Pública Municipal Ramón Correa Mejía —Carlos Vicente Sánchez— había aparecido como compilador en una de las entregas de la colección literaria La Chambrana; por otro, que el mismo director, semanas después, aparecía como uno de los orientadores de un taller de Narración Oral que se celebraría próximamente y que pertenecía a los programas dirigidos por la biblioteca en cuestión. Pensamos que se estaba extralimitando en sus funciones y por eso decidimos alzar la voz, esperando recibir alguna explicación al respecto. Esta —supongo que debido al estruendo del alboroto y al tono que adquirió la discusión— nunca llegó al público denunciante.

He conversado con el director de la biblioteca personalmente. Él me ha escuchado y yo lo he escuchado. La conversación se gestó en los mejores términos y con un aura de respeto de ambas partes. Discrepamos en varios puntos, es verdad; no obstante, creo que es lo correcto: sentarse, decir lo que se tenga que decir y, sobre todo, escuchar (¿por qué nos cuesta tanto escuchar al otro?). De acuerdo con su versión, tenía la libertad para ser compilador y en cuanto al hecho de haber sido uno de los orientadores del taller que mencioné, su participación se debió a que en ese momento la biblioteca tenía algunos problemas con la contratación. Por lo tanto, al no tener el personal a la mano, siendo alguien con las capacidades y la experiencia para realizarlo, buscó la solución por su propia cuenta. Esta justificación —de puertas para afuera, aclaro— no la conocíamos y fue bastante fácil interpretarla desde una óptica negativa. Tampoco somos adivinos ni tenemos por qué serlo. Igualmente, pienso que no está mal, como artistas y como ciudadanos, cuestionar aquello que nos genere sospecha. Lo que sí estuvo mal, desde mi análisis, fueron tres cosas: la forma, el medio y la falta de argumentos sólidos en las declaraciones.

Me equivoqué: no debí hacer mi crítica de la manera que lo hice ni, mucho menos, por un medio en el que, siempre que sucede algo similar en este pedacito del mundo, las discusiones se convierten en disputas donde impera el resentimiento, la egolatría, las falsas acusaciones, la inquina y una vergonzosa falta de respeto. Pido disculpas al director de la biblioteca por las molestias causadas, a los amigos que vieron extrañados las vías comunicativas de mi acción y a las demás personas que pude alarmar sin tener la información y los argumentos necesarios para señalar lo que señalé. Prometo no volver a caer en ese tipo de rencillas y buscar, más bien, el camino del diálogo y la elegancia en el decir. Si miramos con detenimiento, ese tipo de altercados en las redes sociales en nada ayudan al crecimiento y formación intelectual. Por el contrario, solo proyectan una imagen triste, poco seria y perjudicial para las nuevas generaciones. El poeta español Antonio Machado, a propósito del comentario anterior, escribió: “Para dialogar, / preguntad primero; / después…escuchad”. Ese debe ser el ejemplo.

@Jhonattan_1990