Pateando piedras

Culpar a la apatía o a la conformidad es una opción no sólo facilista sino tremendamente injusta con todos aquellos que han levantado la voz para exigir sus derechos y los de sus comunidades. Los cementerios de esta ‘tierra querida’ están llenos de mujeres y hombres que se atrevieron a buscar el bien común.. La democracia colombiana carga más muertos que todas las dictaduras de Latinoamérica juntas..

 

Por: Alexandra García 

Con una mezcla de admiración y envidia, somos testigos virtuales del levante del pueblo chileno. La multitud anónima alzada en una sola voz con el himno de los prisioneros; los jóvenes enfrentando su carne al hierro de la tanqueta; los soldados blandiendo los bolillos contra los cráneos; las manos fantasmas de Víctor Jara tocando cientos de guitarras trabajadoras. El miedo le perdió la partida a la dignidad. Los chilenos desconectaron la inmediatez del instinto de supervivencia y tienen la vista puesta en el horizonte.

Imagen tomada de CNN

La masa tomó nombre propio en la figura de Camila Moreno. Más que el fuego en la voz o el justo reclamo en sus palabras, su hijo anclado a su cadera a la vez me encogió el ego y me elevó el espíritu. Sólo la maternidad me hizo experimentar el temor a mi propia mortalidad.

Los motivos de la protesta, según los expertos, obedecen a la profunda desigualdad social causada por la implacable política neoliberal: esa misma que hace cuatro décadas privatizó el cobre para regalárselo a las multinacionales y que ahora les roba el agua a los campesinos para regar cultivos industriales de aguacate.

En Colombia, en comparación, nos han robado los ríos ya sea para regar el paso de los camiones de carbón o para construir hidroeléctricas; nos han robado la salud y la educación; nos robaron las horas extras; nos quieren robar las pensiones para regalárselas a un banquero y bajar aún más los ya paupérrimos salarios.

 

¿Por qué en Colombia no salimos a protestar?

‘No tenemos dignidad’, arguyen unos; ‘no hemos terminado de despertar’, explican otros. ¿Es cierto que no somos más que ‘un chiste mal contado’?

Culpar a la apatía o a la conformidad es una opción no sólo facilista sino tremendamente injusta con todos aquellos que han levantado la voz para exigir sus derechos y los de sus comunidades. Los cementerios de esta ‘tierra querida’ están llenos de mujeres y hombres que se atrevieron a buscar el bien común, a trabajar por algo más que el sustento diario, a defender su pedazo de tierra y su dignidad.

¿Nos olvidamos ya de los cientos de líderes sociales asesinados desde la firma de los acuerdos y de los miles cuyas muertes no alcanzamos a oír bajo el estruendo de las bombas y las motosierras? Personas como Valmoré Locarnó y Víctor Orcasita, sindicalistas de la Drummond, asesinados por pedir mejor comida en la cantina de la compañía; o como María Lucero Henao, presidente de la JAL de Puerto Esperanza, Meta, asesinada por denunciar las violaciones a los derechos humanos de los paramilitares; o de Diofanol Sierra, profesor de danza en Barrancabermeja; o de María del Pilar Hurtado, cuyo hijo nos arrancó las lágrimas en redes hasta que pasamos al siguiente virus.

Y qué decir de quienes aún a sabiendas de que un círculo de buitres los sobrevuela a cada paso, siguen denunciando y desgañitándose a pesar de nuestra indiferencia: Francia Márquez, Isabel Cristina Zuleta, Jazmín Muñoz, Sonia Reyes y un millar más.

Y es que el peor delito que se puede cometer en Colombia es exigir un derecho. La pena capital se aplica sin el debido proceso a todo aquel que atente cuestionar al poder o reclamar un trato digno. La desigualdad está incrustada en la ideología de las élites colombianas. Nos enseñan a agradecerle al empresario porque ‘genera empleo’ y a ‘no morder la mano que nos da de comer’. No somos sino perros ladrando al borde de la mesa. Y para el que se atreve a comer de la mesa, el castigo es mucho más que una patada. En Francia, rodaron las cabezas de la monarquía; aquí siguen rodando las cabezas de los campesinos.

La lección la aprendieron los trabajadores de la United Fruit Company. Ante la petición de un contrato directo con la empresa, hospitales, seguro de salud y vivienda digna, el ejército, brazo armado del capital, respondió con balas. Porque si ahora piden descansar los domingos, ¿qué no se atreverán a pedir después? Al perro hay que enseñarlo a no subirse a la mesa. Y la letra con sangre entra.

Algunos de los que sobreviven la lección se tornan tan sanguinarios como el amo. El puñado de campesinos que sobrevivió la operación Marquetalia, un despliegue de 16000 soldados entrenados por el Pentágono, fue el embrión del flagelo de las Farc. El Tiempo describió así la operación:

El Ejército ha iniciado el desarrollo de una acción cívico-militar sobre esta región del país… Tal acción tiene por objeto la apertura de carreteras; puestos de salud, escuelas…

 

El Tiempo, Bogotá, 14 de mayo de 1964, pp. 5 y 12.

Las carreteras nunca llegaron y las operaciones ‘cívico-militares’ del Ejército se multiplicaron, perdieron el barniz de civismo y descaradamente se dedicaron a exterminar a aquellos denominados ‘terroristas de civil’ como en la operación ‘Fénix’. En una versión más brutal que la distopia futurista de ‘Sentencia previa, ejecutaron a machete a Deyner de 11 años, Natalia de cinco y Santiago de apenas dos. “En el futuro serían una amenaza guerrillera si los dejaban vivos”, explicaron los asesinos. No sé si sus padres, líderes de la comunidad de San José de Apartadó, murieron con el temor de dejarlos desamparados o con la certeza de que les aguardaba el mismo destino.

Si bien los abusos del ejército chileno o ecuatoriano son trágicamente similares a los del ESMAD, en Colombia la persecución a los líderes de las movimientos sociales es sistemático y no para una vez disuelta la turba. Estudiantes, defensores de derechos humanos, reclamantes de tierras, ambientalistas, periodistas, activistas de izquierda, sindicalistas: todos han sufrido los embates del poder: amenazas, secuestros, torturas, violaciones, asesinatos y desapariciones. La democracia colombiana carga más muertos que todas las dictaduras de Latinoamérica juntas.

Los demás miramos para otro lado; asumimos que si lo mataron es porque ‘andaba en cosas raras’ y respiramos tranquilos porque si no nos metemos en problemas, a nosotros no nos va a tocar. Nos tienen humildes, sumisos, callados. Para aliviar la conciencia. participamos en el #BesoChallenge o en velatones simbólicas pero inconsecuentes. Mientras tanto el ministro de Defensa permanece su puesto cuando su respuesta ante el asesinato de Dimar Torres fue encubrir el crimen y destituir al general que pidió disculpas. No acabamos de leer las pruebas reveladas por Semana cuando sale a relucir una nueva denuncia de asesinato brutal a manos del Ejército. Según campesinos de Corinto, Cauca, soldados trituraron las manos de Flower Jair Trompeta Paví para luego asesinarlo.

Viles soldados, volved las armas a los enemigos de vuestra patria. ¡Pueblo indolente! ¡Cuán distinta sería hoy vuestra suerte si conocierais el precio de la libertad! Pero no es tarde: ved que ―aunque mujer y joven― me sobra valor para sufrir la muerte y mil muertes más. No olvidéis este ejemplo […] Miserable pueblo, yo os compadezco. ¡Algún día tendréis más dignidad! […] Muero por defender los derechos de mi patria.

 

Policarpa Salavarrieta

La sevicia no es gratuita. No tiene como objeto sólo eliminar al ‘enemigo’ sino que cumple una función ejemplarizante. Que todos sepan las consecuencias de retar el orden divino, el poder del señor feudal. Aunque los métodos son calcados del medioevo, la escala de la violencia es típica de la modernidad. En Colombia, el engendro de la violencia combina lo peor de los extremos: la brutalidad y la eficiencia. Sin embargo, los ambientalistas, las líderes, los campesinos, las indígenas persisten en reclamar su derecho a la vida, la tierra y la dignidad. En palabras de Cristina Bautista, a quien también le sobró valor para sufrir la muerte:

“Si callamos nos matan, y si hablamos, también. Entonces, hablamos. No cuenten con mi silencio”

El ministro seguirá ahí; la cáfila de muertos seguirá creciendo, y nosotros seguiremos pateando piedras.

@AlexIGarciaM