Otro tipo de correspondencia es la que ofrece la lectura de las cartas de Rainer (René) María Rilke. Muy conocidas son sus Cartas a un joven poeta.

Botellas al mar de la vida

Todos los días se sentaba en la cubierta y trabajaba en matemáticas, ya en la noche tomaba el último teorema en el que había abordado, lo ponía en una botella y lo lanzaba al mar, con instrucciones específicas de que en caso de ser encontrado debía ser enviado al Instituto en Princeton. Hasta hoy, ninguna de esas cartas fue recuperada.

 

Por: Cristian Cárdenas Berrío

Para Oscar Cárdenas Ángel,

matemático de la filatelia y esteta de las ecuaciones.

 

Laborioso ejercicio de reflexión, airada denuncia, agudo manifiesto, así como arduo cultivo de amistades y amores, las cartas han constituido una suerte de autobiografía espiritual en el caso de las grandes figuras, y para el resto de los mortales –a qué negarlo– botellas lanzadas a las inciertas aguas del mar de la vida.

Cuando aún se enviaban cartas nadie ignoraba que el verdadero cartero era el azar. Muchas se extraviaban, algunas llegaban a otro destino, la mayoría se recibían a destiempo; este envío era, si se quiere, una de las formas de la fe.

Y como toda fe, el gesto de escribir y enviar cartas poseía una pretensión abarcadora en el tiempo, aspiración que en la actualidad parecen no tener el raudo mensaje de texto o el enjuto correo electrónico.

Quienes construían un epistolario a lo largo de su vida lo hacían en aras de las horas y las eras, deseaban que sus interlocutores dedicaran tiempo a leerles y sobre todo esperaban salvarse del olvido en sus cartas.

Con Saulo –aquel tarsiota rezagado en la maratón de las primeras horas del cristianismo– la carta se convirtió en predicación. Más adelante otro vicario de Cristo, Alejandro VI, acudirá a la carta para hacer regresar a su lecho pontifical a la mujer amada: “Mi querida Vanozza, al espíritu santo y a mí, nos haces mucha falta en nuestro lecho”, escribe el desesperado papa Borgia a la esposa de Carlo Canale para que regrese pronto a su lado.

Cartas también escribirán los grandes hombres de Estado, desde Augusto, pasando por Napoleón, hasta recalar en la correspondencia –aún oculta en buena parte– de aquel británico dipsómano que logró vencer a un alemán vegano y deportista.

Los epistolarios son también lo uno y lo múltiple. Lo uno porque para el autor son procesos de reflexión y de mesurada amistad, y lo múltiple porque para el lector son representación del autor, de la vida y del mundo, ya que como se sabe la mente de todo lector es un prisma en el que diverge todo texto. Tal vez por esta conciencia sobre los lectores es que algunos de los que más han ejercido este género sean los escritores e intelectuales, para quienes sus cartas han sido el correlato de su obra de ficción o de su reflexión filosófica. Todo escritor en algún momento ha cultivado el género, ya sea por necesidad, vocación o pose.

Los manuscritos originales siempre van acompañados de una carta a la editorial con la que se quiere publicar, a no ser que vaya a publicar el libro con la editorial independiente más antigua y grande del planeta, “Mi propio bolsillo Editores”, y son en sí mismas una declaración de la estética personal, así como una respuesta a la pregunta sobre qué cree el autor que es la literatura.

Felice Bauer y Franz Kafka, una pareja que oficializó tres veces su compromiso de boda. Los rompimientos siempre fueron por cortesía de Kafka. Nunca se casaron, pero quedaron muchas cartas.

Es probable que uno de los escritores más importante del siglo pasado y que ejerció el género de manera asidua sea Franz Kafka, en particular sus Cartas a Felice son una muestra portentosa de lo que este tipo de escritura puede llegar a ser.

El austrohúngaro asume su correspondencia como posibilidad de encuentro, entrada al ámbito íntimo de la conversación o la confesión, al inicio de cada carta de Kafka se tiene la mano puesta en un picaporte.

Pero las cartas son también una forma de entrega, solo basta mirar la despedida de muchas de ellas: “tuyo” o “suyo”; en ellas hay un deliberado obsequiarse al otro o al menos de corresponderle. Este es un aspecto fundamental de todo epistolario, siempre busca corresponder a algo o a alguien, muchas veces pasamos por alto sobre la profunda significación que tiene el nombre correspondencia, quien paga con la misma medida, según su etimología.

Este sentido de ser responsable con, nos habla de una dimensión ética que posee este género, pero no solo es responsabilidad con otro, es sobre todo, epimeleia, cuidado de la propia existencia. Por esto las cartas de Kafka son ante todo laboratorio de su propia subjetividad. En muchos momentos busca más corresponder-se que corresponder a Felice; el checo es sobre todo corresponsal de sí mismo, por esto son al tiempo, parte de su diario, así como diván psicoanalítico.

Gran parte de las cartas de este creador de burocráticas monstruosidades están escritas en el papel con membrete oficial de la compañía de seguros contra accidentes laborales en la que se desempeñaba como abogado.

Habría que pensar ¿hasta qué punto una amistad o un amor no constituyen un accidente laboral? Más adelante Kafka llegará a escribirle a su amada: “Ahora sé que puedo escribir incluso por encima de las cartas perdidas”, aseveración que nos habla más de una auto afirmación en su correspondencia que de una preocupación por el diálogo sostenido.

En Kafka es claro que su epistolario cumple también la función de taller literario, la preocupación constante por su escritura o por el poco tiempo que dedica a lo que realmente le gusta: leer y escribir, son buena muestra de ello.

Otro tipo de correspondencia es la que ofrece la lectura de las cartas de Rainer (René) María Rilke. Muy conocidas son sus “Cartas a un joven poeta”.

La contraparte de esta correspondencia –que se pretende amorosa, pero que es autoreflexiva– la encontramos en Rilke. El epistolario de este también austrohúngaro se pretende taller literario y reflexión estética, cuando en realidad es meditación sobre cómo lograr volverse hombre. Sus Cartas a un joven poeta, en particular las números seis, siete y ocho, no son otra cosa que un astrolabio para el viaje al interior del alma humana, un manual de uso de la existencia.

Alguien dirá que la tarea más ardua de todo poeta es hacerse realmente humano, mediante ese buceo en las profundidades de su yo y habré de darle la razón; pero las cartas de Rilke, más que de poesía nos hablan sobre las grandes aventuras del ser humano: el sentido de la vida, el amor, Dios, la creación, nuestra vulnerabilidad, y todo ello, con un estilo de dosificada belleza y un tono que nos muestra “ese triunfo de la inteligencia que se llama melancolía”, como bien dijo Steiner.

Pero no todas las cartas tienen palabras en su interior. Shizuo Kakutani fue un matemático japonés que al comenzar la Segunda Guerra Mundial era profesor en el Instituto para Estudios Avanzados de Princeton. Con el estallido del conflicto se le presentó la opción de continuar en Princeton o volver a Japón; Kakutani eligió volver porque estaba preocupado por su madre. Entonces lo acomodaron en un barco sueco que atravesó el Atlántico, rodeó el Cabo de Buena Esperanza y luego siguió al norte hacia Madagascar, en donde él y otros japoneses fueron parte de un canje por estadounidenses que venían en un barco desde Japón.

Shizuo Kakutani escribió docenas de cartas que eran teoremas resueltos para luego ser lanzados al océano. Fotografía / Wikipedia.

El viaje a través del Atlántico fue largo y penoso. Tenían el constante temor de ser torpedeados por naves alemanas. Kakutani entonces se dedicó a demostrar teoremas. Todos los días se sentaba en la cubierta y trabajaba en matemáticas, ya en la noche tomaba el último teorema en el que había abordado, lo ponía en una botella y lo lanzaba al mar, con instrucciones específicas de que en caso de ser encontrado debía ser enviado al Instituto en Princeton. Hasta hoy, ninguna de esas cartas fue recuperada.

Estas demostraciones constituyen –a mi entender– una forma especial de epistolario. Teoremas del agua que nos hablan de la incertidumbre de un hombre que sostiene una correspondencia con el mar. Ulises pitagórico, este matemático sostiene una batalla de botellas con el oleaje de su vida, logrando corresponderse a sí mismo en aquel particular momento histórico, ya que finalizado el conflicto regresó a USA y ejerció como académico hasta el final de sus días.

Hay un aspecto de la correspondencia que no puedo dejar pasar antes de finalizar esta digresión, mas que reflexión, sobre las epístolas. Este aspecto tiene que ver con las estampillas postales, que son de forma continua tésera y totem.

Como en la antigüedad griega, estas piezas de madera o marfil servían para identificar a los extranjeros aliados o como contraseña de secretos pactos; así algunas estampillas nos vinculan de manera silenciosa y discreta con otros coleccionistas, o con personas que han amado los mismos lugares que nosotros.

Las postales –este sería otro tema– con las respectivas estampillas nos hablan de las afinidades que compartimos con aquel amigo o familiar. De igual manera, las estampillas funcionan como tótem, en el extranjero nos sentimos miembros de la misma tribu al descubrir a alguien con el sello postal de nuestra ciudad o región. Al igual que cualquier tótem, un timbre en un sobre nos hermana con otros que lo comparten. Las estampillas pueden ser la llamada de la tribu, como dijera un peruano hoy ya muy famoso. Lo anterior nos debe alertar sobre las íntimas tensiones compartidas por la imaginación y la correspondencia.

Gastón Bachelard. Fotografía / Clave de libros

Nada como la filatelia materializa eso que Gastón Bachelard llamó La poética de la ensoñación. Todo coleccionista o simplemente quien recibe una carta, se vincula mediante su imaginación, y de manera instantánea, con el universo que la estampilla insinúa.

La filatelia es pues una de las formas del viaje. Del viaje como trayecto interior cuando quien observa el sello postal conoce el lugar y su memoria lo transporta, y del viaje como trasegar fantástico cuando quien se para frente el timbre desconoce el sitio de procedencia y por tanto debe inventarlo en su fantasía. Sí, la filatelia es un arte plástico, pero también y por derecho propio, pertenece al mundo de la ficción.