Cada rostro es una historia que se esconde entre los pliegues de las arrugas o, peor aún, en la lozanía mancillada por múltiples violencias de género que se tornan rutinarias.
Fotografías / Sandra Bejarano Aguirre y Santiago Ramírez M.
Deisy vive con su mamá, su hijo y sus tres hermanos. Es pereirana, pero por sus venas corre sangre Emberá, y en su mente toda una cosmogonía y un pensar que cuida y no destruye. Se le corta la voz cuando cuenta cómo ha sido testigo de la violencia física y psicológica que su hermana menor ha sufrido gracias a su pareja. “La primera vez que le pegó en frente de nosotros después de una fuerte discusión nos dio mucha impotencia y dolor al ver cómo el amor se daña y se convierte en algo que daña”.
Cuando Nhia tomó el valor, no solo de hablar sino también de mostrar a las personas quién fue su agresor, logró canalizar todo el dolor, la rabia y la impotencia y así ser ejemplo para quienes temen ser señaladas o culpables de sus abusos. No le tiembla la voz pero se pone algo nerviosa cuando cuenta que una noche de camino a casa un hombre le pegó una palmada en la nalga, tan solo una semana después de que en Finlandia un tipo le echara piropos mientras se masturbaba en un balcón e intentara abusarla. El tipo de la moto huyó rápidamente dejando como resultado la mano marcada en su cuerpo y un inmenso dolor acompañado de un sentimiento de repudio y suciedad. “Tenía pantalón y unas botas largas, ya que muchos justifican que por llevar una falda o unos shorts uno es la culpable de los abusos, yo no estaba mostrando nada”.
Sonia Pachón, una mujer que inspira seguridad y ganas de no callar más injusticias, pero sobre todo ser un apoyo para aquellas mujeres que a veces solo necesitan ser escuchadas. Veintitrés años al frente de la Casa de la Mujer le dieron la posibilidad de conocer muchos casos de violencia contra la mujer, violencia de todo tipo, colores y finales distintos. Investiga, gestiona, habla despacio y suave, tal vez por haber gritado toda su vida.
A María José el recuerdo del feminicidio de Paula González y la violación de una niña Emberá a manos de siete militares le genera, además de un inmenso dolor, una voz de aliento que la impulsa a seguir movilizándose y alzando la voz para devolvérsela a quienes la han perdido.
Doña Gloria Valencia, la mamá de Paula González, la mujer que fue hallada muerta en el parque de El Oso el 31 de mayo del 2020. La espera se ha alargado y sacando fuerzas de donde ya no hay no para de preguntar qué pasó con el caso de su hija; que como muchos otros se van quedando en los archivos de una Justicia lenta, muchas veces sorda, que no atiende a sus preguntas.
Deisy abre sus ojos, se lleva las manos a la cara y levanta la mirada. Los mismos ojos que han visto cómo a su hermana menor le salen lágrimas de dolor. Es estudiante de etnoeducación y con su profesión busca llevar un mensaje de resistencia y de no repetición. “Y que suene con fuerza que nos queremos vivas”.