HUMOR DURANTE EL FRENTE NACIONAL Y EL ESTATUTO DE SEGURIDAD

Con estilos, escuelas y fines diametralmente distintos (aunque coincidían en aquello de hacer reír pensando), ambos humoristas fueron testigos de excepción de la conflictiva vida social, política y cultural de un país que, cada uno a su manera, caricaturizó con sus grandezas, sus flaquezas, sus paradojas y sus mezquindades.

 

Por / Jaime Flórez Meza

Como si fuera una broma macabra, en Colombia al humorista uruguayo Hebert Castro lo dieron por muerto en un accidente de carretera ocurrido en límites entre Argentina y Uruguay en febrero de 1992, en una noticia dada por el diario El Tiempo. Se supo después que, si bien él iba en el automóvil que se accidentó, se bajó antes debido al estado de ebriedad de otros ocupantes del vehículo. Castro había residido muchos años en Colombia, donde llegó a ser un humorista muy popular gracias a un exitoso programa radiofónico, El show de Hebert Castro, que empezó haciéndose en Medellín a fines de los años cincuenta.

Hebert Castro. Fotografía / Archivo El Espectador

Hebert Isaac Castro Arón había nacido en la provincia uruguaya de Treintaires en 1925. Antes de residir en Colombia había tenido una larga carrera como humorista radiofónico en Chile; continuó su trayectoria en Perú y Ecuador hasta que el locutor colombiano Gabriel Muñoz López, impresionado por una grabación del cómico uruguayo que cierto empresario le hiciera escuchar, decidió traerlo a La Voz de Antioquia, de Medellín, donde él laboraba.

Era la época de oro del radioteatro (y de la radio en general) en Colombia y Latinoamérica, mientras que la televisión apenas estaba empezando a aparecer en estos países. Cuando escuchó aquella grabación, Muñoz López —que llegaría a ser el más veterano y longevo locutor de la radio colombiana, pues se mantuvo activo hasta su muerte a los 92 años en 2019—, solo tuvo un reparo: lo costoso que resultaría traer a esa compañía de radio-actores, debido a todas las voces que había escuchado.

“No, señor Muñoz, este hombre hace todo solo, no se preocupe”, dijo el empresario. Así fue como Hebert Castro, el único actor de su compañía radiofónica, que sería conocido como “el coloso del humorismo”, vino por primera vez a Colombia.

Otro veterano de la radio, Jorge Antonio Vega, que trabajaba en Emisoras Nuevo Mundo en Bogotá, escuchó el programa que hacía La Voz de Antioquia con Castro, quedando tan sorprendido con su humor y estilo que decidió traerlo a Bogotá para que actuara en La hora Phillips, un programa de variedades que se hacía diariamente de 8 a 9 de la noche, y que llegó a ser uno de los mayores éxitos en la historia de la radio en Colombia.

Se emitió durante once años, desde 1960, coincidiendo con la época del Frente Nacional (1958-1974) en Colombia y de tantos sucesos que cambiaron al mundo.

Antes de la promisoria aparición de Hebert Castro en la radio colombiana, un inquieto y creativo abogado de la Universidad Nacional, que no ejercía su profesión y había incursionado en la radio siendo muy joven, hacía un programa de humor político en formato de radio-periódico, lo que era una novedad en aquellos días en Colombia.

Era Humberto Martínez Salcedo y su programa se llamaba La Cantaleta, que empezó a emitirse un mes después del fin de la dictadura del general Rojas Pinilla, en Radio Suramérica, en junio de 1957.

“La tenaza empresarial conocida entonces como la ‘Mano Negra’ hizo quebrar la emisora Suramérica, y de allí Humberto Martínez Salcedo y sus tres mosqueteros se fueron para Radio Santa Fe, en donde crearon el famoso radioperiódico El Pereque”.[1]

No obstante, antes de ello pasaron por La Voz de Colombia fugazmente: esta radio pertenecía al Partido Conservador y pronto entró en conflicto con los contenidos críticos e independientes del programa, que fue cancelado.

Humberto Martínez Salcedo. Fotografía / Tumgir

“Los tres mosqueteros” a los que se hace referencia eran Hernando Latorre Prieto (conocido como el Chato Latorre), Antonio Ramírez Caro y Ricardo Arbeláez. El eslogan que habían concebido, “radio-periódico humorístico preparado para convertir los disparos en sonrisas y los muertos en muertos de la risa”, hacía alusión al reciente período de violencia liberal-conservadora que el país había padecido y quería dejar atrás.

Además del dramatizado, apareció en su momento el espacio humorístico que echaba mano de esa realidad violenta y la convertía en objeto artístico y cultural mediante diversos recursos: el relato, la parodia, la imitación, como algunos de ellos. Hemos de citar el nombre del abogado y humorista santandereano Humberto Martínez Salcedo, no sólo dueño de una amplia capacidad creadora sino también de una gracia particular para la imitación de voces de gobernantes y jefes políticos, sin olvidarse de los seres más cercanos a aquéllos.[2]

Por cierto, su imitación del presidente Alberto Lleras Camargo —el primero del Frente Nacional— era tan fiel que en una ocasión, según se cuenta, fue llamado para que grabara con su propia voz un fragmento de un discurso del mandatario en la Radiodifusora Nacional de Colombia, que no había quedado registrado por una falla técnica.[3] Nadie notó la diferencia.

Como ya se ha dicho, cuando La Cantaleta se trasladó a Radio Santa Fe debió cambiar su nombre, debido a la presión de agencias publicitarias que querían captar más anunciadores para un programa con buena sintonía, pero particularmente crítico y “políticamente incorrecto”. Empezó a llamarse El Pereque; no obstante, como dijo alguna vez Ramírez Caro, “cambiamos de nombre, pero el contenido fue el mismo”.[4] Pereque, en el argot colombiano, significa molestia, fastidio, impertinencia.

Esta vez el programa se anunciaba como una radio-revista dirigida por Martínez Salcedo y su eslogan también cambió, pasó a ser, si se quiere, más conciliador: “para que vivamos más, nos cueste menos, no molestemos y hagamos paz”. Que era, de alguna manera, lo que la gente esperaba del Frente Nacional, después de largos períodos de violencia bipartidista que se remontaban al siglo XIX.

Al singular equipo creativo se unió el médico y periodista Néstor Álvarez Segura. La sintonía aumentó, entre otras cosas porque la audiencia empezó a participar proponiendo temas y problemáticas sociales, sintiéndose cada vez más representada por el programa.

Sin embargo, el gobierno de Guillermo León Valencia —el segundo del Frente Nacional— censuró El Pereque “por irrespeto a la dignidad presidencial”,[5] sancionándolo con una multa elevada para la época.

La respuesta de los oyentes fue solidaria, pues al conocer de propia voz de sus realizadores la sanción de la que eran objeto empezaron a contribuir masivamente con monedas y billetes; incluso niños, acompañados de sus padres, iban con sus alcancías a Radio Santa Fe a dejar parte de sus ahorros.

De ese modo se reunió el monto de la multa: un episodio inaudito en la historia de los medios de comunicación en Colombia. Por supuesto, el gesto aumentó la popularidad del programa.

Martínez Salcedo era un agudo observador del acontecer político nacional e internacional, el cual plasmaba con perspicacia en sus libretos. Al igual que Hebert Castro era muy diestro en el manejo de su voz, pero su peculiaridad era, como ya se ha mencionado, la imitación de los gobernantes de turno y de otros políticos colombianos; y, desde luego, su punzante crítica humorística: fue el pionero del humor político en la radio colombiana.

Todos los gobiernos del Frente Nacional fueron objeto de su crítica. Aunque cambiara de nombre y estación radial, el programa no dejaba de “poner pereque” a sus gobernantes, los incomodaba, haciéndolo siempre con criterio, buenos argumentos y fino humor. Y todos lo censuraron y en algunos casos suspendieron el programa.

El Pereque se convirtió en El Duende en 1966, en La Tapa al año siguiente y, por último, en El Corcho a partir de 1973. El formato siguió siendo el mismo: un híbrido entre radio-periódico y magazín que sería la inspiración para futuros programas radiofónicos de opinión, información y humor como La Luciérnaga de Caracol radio.

Con el éxito obtenido en La hora Phillips Hebert Castro pudo hacer su propio show en otra radio, Nueva Granada, emisora matriz de Radio Cadena Nacional (RCN). El humor radiofónico estaba en pleno auge en aquellos años: El show de Montecristo, Los Tolimenses, Los Chaparrines y La simpática escuelita que dirige doña Rita eran otros programas exitosos; pero estos eran más bien tradicionales y costumbristas.

En ese sentido, el caso de Hebert Castro era interesante porque si bien su humor no era propiamente político, tampoco era indiferente a las situaciones políticas y sociales del país y, de tanto en tanto, gustaba de hacer comentarios y alusiones que tuvieran ese carácter. Además, su particular irreverencia, sus personajes y la estructura de su programa resultaban propicias. “Sus críticas eran como estiletes sobre todas las situaciones sociales del país”.[6]

Hebert Castro. Fotografía / colArte

Cuando volvió a hacer su famoso show en Caracol radio a partir de enero de 1980, durante el gobierno de Julio César Turbay Ayala (1978-1982), Castro viviría su etapa, si se quiere, más política.

Se emitía de lunes a viernes en cadena nacional, de 1:30 a 2:30 p.m. (con repetición parcial a las 10 p.m.), en vivo desde el radioteatro de Caracol en su sede de la calle 19 con carrera octava en Bogotá, siendo uno de los programas de humor más exitosos en la historia de la radio colombiana.

“El hombre que nos hace reír de un modo diferente” —como lo anunciaba Jorge Antonio Vega, presentador del show—, hacía distintas secciones en las que contaba graciosas historias (de hecho, se definía como un narrador humorístico y no como un cuenta-chistes), dialogaba con sus imaginarios personajes, hacía parodias de obras literarias y teatrales, de radionovelas y biografías de personajes históricos, alternando estos relatos con algunos intervalos musicales de la Orquesta de Marcos Gilkes que acompañaba a cantantes invitados.

“La película de hoy”, por ejemplo, “correspondía al remate del programa y en él se representaba una situación de la vida nacional o internacional, con su inevitable dosis de veneno político”, cuenta Gonzalo Medina.[7]

En más de una ocasión, Castro hizo alusiones al gobierno ultraderechista de Turbay Ayala, recordado por su controvertido Estatuto de Seguridad, que fue una respuesta a la subversión armada. Fue un gobierno que persiguió también a opositores, críticos y sospechosos de actividades subversivas, a menudo de una manera desproporcionada, paranoica, sin fundamento y en contravía de los derechos humanos.

A raíz del asesinato en septiembre de 1978 del ministro Rafael Pardo Buelvas, desató tal persecución que terminó acusando de complicidad en el crimen a dos sacerdotes jesuitas.

En 1981 la paranoia gubernamental llegó hasta tal extremo que figuras de la cultura nacional como Gabriel García Márquez, que se encontraba por entonces en Colombia, y Feliza Burzstyn, la escultora colombiana más importante en ese momento, entre otros personajes, tuvieron que salir precipitadamente del país debido a la persecución que había en su contra.

En el caso de García Márquez, por su conocida militancia izquierdista y amistad con el gobierno cubano, que había recibido en asilo al comando guerrillero del M-19 que había tomado la Embajada de República Dominicana en Bogotá en febrero de 1980, como también por la revista Alternativa que había fundado y dirigido y que había sido uno de los medios más críticos con Turbay.

En el caso de Burzstyn, ni siquiera por motivos como esos. Se montaban falsas acusaciones de colaboración con la guerrilla o de servir de enlace con el gobierno cubano. La artista debió salir al exilio y murió en Paris unos meses después.

“Hubo muchos foros por los Derechos Humanos, a raíz de la implantación del Estatuto de Seguridad (…) Muchos se asilaron en las embajadas. (…) Las caballerizas de Usaquén se pusieron de moda”,[8] escribió Álvaro Montoya Gómez a propósito de un crítico ejemplar —el caricaturista Héctor Osuna— de esta suerte de régimen civil-militar que se instauró en Colombia.

Las caballerizas del Ejército en Usaquén, cerca de Bogotá, se volvieron un centro de detenciones y torturas. El país se llenó de presos políticos, aunque el presidente dijera, haciendo uso de su oscuro sentido del humor, que el único preso político era él.

El show de Hebert Castro tendría esta vez una corta vida. El cómico uruguayo habíase vuelto muy popular en el país, pues además de la emisión de su programa, “que prácticamente paralizaba el país”,[9] recorría el territorio nacional haciendo su show en grandes recintos los fines de semana, en compañía de la mencionada orquesta y del locutor Jorge Antonio Vega. De tal manera que las alusiones al gobierno de Turbay Ayala, viniendo de un cómico muy escuchado, seguido y amado por el público, debieron causar escozor.

Resulta evidente que durante esta administración el ministro de Defensa, el general Luis Carlos Camacho Leyva, tuviera el máximo poder dentro del gabinete: se hablaba de un “súper-poder” y de un militarismo dominante en el gobierno; incluso, de un golpe militar, como lo expresó el caricaturista Osuna en una recordada viñeta en la que un reportero pregunta al general “y sobre la posibilidad de un golpe ¿qué me dice?”, a lo que Camacho Leyva responde con ironía: “¡No creo que Turbay se atreva!”.

Justamente un sketch humorístico de Hebert Castro pudo haber sido el detonante de la súbita cancelación de su programa en octubre de 1981: es mi hipotética explicación.

“Superpoder”, caricatura de Héctor Osuna, 1979. Fuente / Osuna de frente.

En el sketch radial una periodista preguntaba a un militar de alto rango, un general, si era cierto que él estaba tramando un golpe. Durante la entrevista, mientras el personaje explicaba sus motivos para dar el golpe, la periodista, en cada una de sus intervenciones, lo bajaba de rango: “eso está muy bien, mi coronel”, “entiendo, mi capitán”, “por supuesto, mi teniente”, hasta que al final terminaba llamándolo “mi recluta”. En ese momento irrumpía otro militar para llevarse al hombre, ante lo cual  ella preguntaba extrañada que por qué se llevaba al general. El otro uniformado respondía que no se trataba de ningún general, sino de un sargento que, debido a un accidente, se había vuelto loco. “¡Pero que hay golpe, hay golpe, no faltaba más!”, concluía el militar cuerdo.

Bien pudo haberse dado, bajo el gobierno turbayista, un malestar hasta en el interior mismo de las Fuerzas Armadas. Como lo recuerda Montoya Gómez, tres altos oficiales fueron “retirados y acallados”, además del hecho de que “unos no quisieron ver”,[10] en alusión al ministro de Gobierno y al procurador general de la Nación, que manifestaron una total indolencia frente a los constantes atropellos a los derechos humanos, mientras Camacho Leyva seguía siendo el súper-poder.

Así las cosas, no se sabía bien si los rumores de golpe eran veraces como consecuencia del retiro y acallamiento a que fueron sometidos los tres oficiales, que seguramente no estaban de acuerdo con la extralimitación de funciones y abuso de poder de parte de su institución; o si el golpe ya había sido dado tácitamente y la opinión pública no se daba cuenta de ello o no lo quería admitir.

Hebert Castro. Fotografía / Eje21

Aquél sketch de Castro, sumado a otros apuntes irónicos sobre el gobierno, bien pudieron costarle el fin de su programa en aquellos momentos de Estado de sitio, represión y polarización. El gobierno siempre estuvo predispuesto a la censura. Según otro analista, “en 1981 fue censurada la caricaturización de cualquier figura pública, pues en ese año al humorista Hugo Patiño le prohibieron imitar al presidente Julio César Turbay, a los ex presidentes y a toda figura de la época, por ser considerado como una burla a las instituciones”.[11]

El 15 de julio de ese año, por cierto, murió Lucas Caballero Calderón, también conocido como Klim, uno de los más grandes columnistas y escritores de humor que ha tenido Colombia; famoso, entre otras cosas, por los apodos que usaba para referirse a las figuras públicas. El ministro Camacho Leyva, por ejemplo, era “el general Van Holocaust”; el noticiero oficialista Noticolor, “Lambicolor”; y así otros.

Lo de Castro no había sido una imitación de ninguna figura pública; sin embargo, dada la popularidad del programa y las repercusiones que podían tener sus críticas políticas en la opinión de la audiencia, no sería desatinado pensar que el gobierno presionara para que saliera del aire, máxime si el sketch en cuestión fue considerado una burla y una ofensa a la Fuerza Pública.

En ninguna de las fuentes consultadas se habla de los motivos por los cuales un programa tan exitoso fuera suspendido hacia finales de 1981. Es más, ni siquiera se menciona su abrupto final y menos aún el sketch que yo, a la sazón un colegial, sí recuerdo.

Como también recuerdo que, al volver de clases un día, el programa había dejado de emitirse y así por los días, meses y años siguientes. Tengo la impresión de que los medios de comunicación decidieron pasar por alto la historia.

No fue sino hasta enero de 1990 que Castro volvió a Colombia a hacer nuevamente su célebre show, esta vez a través de RCN radio. Sin embargo, al año siguiente el programa salió del aire, por motivos distintos a los de diez años atrás, esto es, ya no por cuestiones políticas sino por otras que ignoro, pero intuyo: la radio en Colombia había cambiado, los shows de humor en vivo ya no tenían la fuerza ni despertaban el interés y deleite de décadas anteriores; de hecho, los radioteatros de las grandes emisoras ya no existían (como el de Caracol, que se demolió para construir oficinas) y el género noticioso era —y lo sigue siendo— el de mayor impacto sociocultural. En ese nuevo contexto, El show de Hebert Castro ya no tuvo la audiencia que se esperaba y el humorista se marchó otra vez, en 1991.

Afiche de El Corcho. Fuente: Asia Abba

En cuanto al caricaturista Osuna, Montoya Gómez dice que fue uno de los “más sobresalientes críticos” del régimen de Turbay Ayala, “no por un prurito de caricaturista sino por la implantación del Estatuto de Seguridad y el militarismo que lo caracterizó. (…) De esta época son sus famosos caballos”,[12] que aludían a las temidas caballerizas de Usaquén.

“No tuvo inconveniente en enfrentarse con el militarismo creciente y con la timidez de la Jerarquía Eclesiástica. Varias veces en plena lucha tuvo que cambiar la pluma del caricaturista por la pluma del escritor para defender sus convicciones”,[13] puntualiza.

Humberto Martínez Salcedo realizó El Corcho hasta el fin de sus días. En 1984 recibió el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar (el más prestigioso en el campo periodístico en Colombia) en la categoría de mejor caricatura (radiofónica) por El Corcho, pero ya bajo el gobierno de Belisario Betancur, sucesor de Turbay. Cabría preguntarse, entonces, cómo sobrevivió al Estatuto de Seguridad, cómo no corrió la misma suerte —junto con el caricaturista Osuna— de García Márquez, Feliza Burzstyn y muchos más que terminaron en el exilio. Y hasta de Hebert Castro, si mi hipótesis se confirmara algún día.

“Paz bélica”, caricatura de Héctor Osuna, 1982, alusiva al levantamiento del Estado de sitio por el presidente Turbay al final de su gobierno, derogando así su Estatuto de Seguridad. Fuente / Osuna de frente

Curiosamente, en el caso de Martínez Salcedo no parece haberse presentado, durante el gobierno de Turbay, algún hecho de censura impuesta, ni por su trabajo en El Corcho ni por el que hacía en el programa humorístico de televisión Sábados felices, en el que era libretista y actor: escribía los libretos de tres secciones y en una de ellas (“A reír en serio”) representaba al recordado Salustiano Tapias, un maestro de albañilería que era víctima de toda suerte de abusos del Estado, los cuales denunciaba con su humor característico.

También hacía una parodia de Don Quijote (“Don Chicote de la Mancha”) y hacía otro personaje en la comedia de televisión Don Chinche: Alipio Tavera, o Maestro Taverita, un humilde zapatero que era una suerte de poeta, filósofo y músico.

Pero su personaje más recordado y emblemático es el Maestro Salustiano, creado en la época de La Cantaleta para ser representado por su amigo y compinche Hernando Latorre. De la radio el personaje pasó a la televisión con Sábados felices. A la muerte de Latorre, acaecida en 1976, Martínez Salcedo asumió el personaje.

Martínez Salcedo como el maestro Salustiano Tapias. Fuente / Columna VIP

Dice al respecto el periodista y escritor Iván Rodrigo García Palacios:

El personaje de Salustiano Tapias fue uno de esos eventos excepcionales que se suceden de vez en cuando. Es, y en su momento fue, la encarnación de un don Quijote, unos Gargantúa y Pantagruel, en fin, esos protagonistas y héroes míticos que los grandes genios crearon como modelos de seres superiores y guías de la moral, la política y la vida social que solo la comedia produce. Pero no fue el único de los personajes geniales de Humberto Martínez Salcedo, el otro fue Alipio Tavera, ese zapatero remendón y filósofo de la vida sencilla que cada domingo encantaba en Don Chinche.[14]

El Maestro Taverita en Don Chinche. Fuente / Asia Abba

Sí sufrió Martínez Salcedo los embates de la censura en los gobiernos anteriores, particularmente en los cuatro del Frente Nacional. “Con su ironía, sus voces y su picardía para manejar impecablemente los temas coyunturales del país, Humberto Martínez Salcedo fue perseguido por los poderes políticos y económicos de la época, puesto que sus espacios radiales manejaban una fuerte pero exquisita crítica política”,[15] dice Andrés Chavarría Devia.

Planteaba su crítica desde una “cultura popular urbana, sus líneas estaban llenas de preocupación social enfocado en las grandes ciudades que iban creciendo poco a poco, fiscalizando las decisiones políticas y los actos que realizaban los poderosos perjudicando al pueblo con su manejo errado del poder”, concluye Chavarría Devia. Fue, por tanto, Martínez Salcedo el gran antecesor del malogrado Jaime Garzón.

No obstante, el propio Martínez Salcedo minimizó en una ocasión el rol que le atribuían como uno los voceros intelectuales y representante de esa cultura popular:

En cuestiones de humor el pueblo es superior a sus dirigentes; aunque estos hacen un humor espléndido, los primeros son los fabricantes de los mejores chistes, de tal modo que los que escribimos humor somos incapaces de trasponer al papel o a la escena el humor de los colombianos.[16]

Fue un personaje multifacético y visionario: integrante del grupo de teatro de la Radiodifusora Nacional, locutor de radio, periodista, actor, libretista, profesor universitario de radio y teatro, uno de los pioneros de la televisión en el país, toda vez que fue el primer jefe de programación de la Televisora Nacional, en 1954 y con solo 22 años, y fundador de la Televisión Educativa en 1956. Además, fue presentador de televisión, protagonista de la película Mamagay (1977) —alusión al colombianismo “mamar gallo”, que puede ser embaucar, timar, engañar o tomar el pelo—, guionista de la película El candidato (1978), actor en dos obras de café concierto —El sexto mandamiento y Prohibido para impotentes—, músico y un gran difusor de la música colombiana en programas de radio y televisión.

La muerte lo sorprendió apaciblemente el 19 de enero de 1986 mientras descansaba en una cama de hotel y leía un libro, Por quién doblan las campanas, de Ernest Hemingway.[17] Estaba en la población colombiana de Iza, Boyacá, grabando el programa televisivo Colombia y su folclor. Tenía 53 años. “Con su estampa de quijote criollo se dejó morir en una venta boyacense, de muy cervantina manera”,[18] escribió Daniel Samper Pizano, quien también ha cultivado prolíficamente el humor político.

En su personificación del Quijote. Fuente / oscarhumbertogomez.com

Samper Pizano dijo que Martínez Salcedo supo marcar “una escuela y una espuela”:

Una escuela de humor político verbal creadora de las caricaturas fonéticas y malabaristas de la parodia, y una espuela para acicatear a los políticos corruptos, criticar las desigualdades, protestar por los abusos del poder oficial y el poder económico, defender los valores propios de la cultura colombiana, proteger recursos naturales y, sobre todo, burlarse de esas antítesis del humor que son la imbecilidad y la estulticia.[19]

Hebert Castro regresó al Uruguay en 1991 y solo volvió a Colombia como invitado al Festival Internacional del Humor dos años después, acaso para que no cupiera la menor duda de que seguía vivo. Falleció el 27 de septiembre de 2012 en Montevideo a los 87 años. Entre la treintena de personajes a los que dio vida durante años ante los micrófonos estaban don Prudencio, Peraloca, Contardo, el matrimonio García y el profesor Heriberto.

“En tres horas hacía un libreto de unas 30 páginas”, cuenta Guillermo Romero Salamanca. “Era como escribir medio libro al día. Era un genio”.[20] Romero Salamanca también recuerda que en el radioteatro de Caracol, donde tarde a tarde Castro hacía su show, “se agolpaban mensajeros, cobradores, oficinistas y un sin número de fanáticos del ‘coloso del humor’ [que] ocupaban las sillas de madera sin cuero del lugar”.[21]

Hebert Castro. Fuente / Revista Cromos

Castro era colombiano por adopción, ya que además de todos los años vividos en Colombia estaba casado con la caleña Carmencita Valenciano, su segunda esposa.

La noticia de su muerte ocurrida el 27 de septiembre pasado en Montevideo estaba escondida en los diarios (…) entre la avalancha de acontecimientos (…). Su inteligencia y amplia ilustración le permitían elaborar unos libretos castizos, picantes y profundos. Pocos humoristas ha habido en nuestro país con una agudeza semejante a la suya. Además de una dicción perfecta, manejaba una gama de voces increíble (…). Es innegable que con su mordacidad contribuía a mejorar nuestras costumbres a la par que brindaba inefables momentos de solaz; en suma, hizo mucho bien con el remedio para la salud moral y mental más barato y al alcance de todos, la risa.[22]

Con estilos, escuelas y fines diametralmente distintos (aunque coincidían en aquello de hacer reír pensando), ambos humoristas fueron testigos de excepción de la conflictiva vida social, política y cultural de un país que, cada uno a su manera, caricaturizó con sus grandezas, sus flaquezas, sus paradojas y sus mezquindades. Ambos coincidieron en una época muy importante y controversial del país, con sus censuras, Estados de sitio, mojigaterías y políticos risibles.

Ambos se nutrieron de la irrepetible intelectualidad que envolvió a la radio y la televisión colombianas de los años sesenta, setenta y ochenta. Ambos siempre estaban bien informados y eran dueños de una vasta cultura que compartían con el público a través de sus sketches y comentarios.

Cada uno tenía su particular ingenio para construir todo tipo de situaciones hilarantes, irreverentes y críticas. Castro nunca pretendió ser un humorista político, pero acabó siendo un eventual y sutil crítico social. Martínez Salcedo encontró en el humor la mejor forma de pensar al país y de hacer pensar a sus ciudadanos. Porque la letra con humor y amor entra mejor.

Con el fallecimiento de Martínez Salcedo en 1986 y la segunda partida de Hebert Castro en 1991, se fueron dos maestros y dos magisterios del humor. Con el primero también murió quizás esa intelectualidad que caracterizaba a los narradores de historias en la radio y la televisión del país. Sin el humor diario del segundo, el país quedó aún más sumido en las sombras de un Estatuto de Seguridad y de la debacle política y social que vendrían después. Que viva, entonces, el humor que haga reír pensando.

Notas   

[1] Semana, “La muerte de un Quijote”, Bogotá, 24 de febrero, 1986, https://www.semana.com/cultura/ articulo/la-muerte-de-un-quijote/7409-3.

[2] Gonzalo Medina P., “Eloy Alfaro Cadavid Macías: el alter ego de Hebert Castro”, Folios, 27, Medellín, Facultad de Comunicaciones, Universidad de Antioquia, 2012, p. 92.

[3] Andrés Felipe Chavarría Devia, La Luciérnaga: 20 años oxigenando al Humor Político (tesis de grado), Pontificia Universidad Javeriana, Facultad de Comunicación y Lenguaje, Comunicación Social, Bogotá, 2012, p. 62.

[4] Antonio Ramírez Caro, “Joyas de la Corona: El humor en la radio colombiana”, Señal Memoria, 11 de septiembre, 2013, https://www.senalmemoria.co/articulos/joyas-de-la-corona-el-humor-en-la-radio-colombiana.

[5] Andrés Felipe Chavarría Devia, op. cit., p. 61.

[6] La Opinión, “Murió Peraloca”, Cúcuta, https://www.laopinion.com.co/muri-peraloca-41016#OP.

[7] Gonzalo Medina, op. cit., p. 95.

[8] Álvaro Montoya Gómez, Osuna de frente, Bogotá, El Áncora Editores / El Espectador, 1983, p. 92.

[9] La Opinión, op. cit.

[10] Álvaro Montoya Gómez, op. cit., p. 98.

[11] Andrés Felipe Chavarría Devia, op. cit., p. 63

[12] Álvaro Montoya Gómez, op. cit., p. 87.

[13] Ibíd., p. 87.

[14] Iván Rodrigo García Palacios, correo electrónico, 25 de junio de 2020.

[15] Andrés Felipe Chavarría Devia, op. cit., p. 62.

[16] Citado por Víctor Uriel Castañeda Murcia, Bartolinos ilustres. Humberto Martínez Salcedo – Promoción 1949, https://www.asia-abba.org/documentos/destacados/Humberto_Martinez_Salcedo.pdf.

[17] Cfr. “Treinta años en la memoria”, Vanguardia, 30 de enero de 2016, https://www.vanguardia.com/ entretenimiento/cultura/treinta-anos-en-la-memoria-CEVL345315.

[18] Daniel Samper Pizano, citado por Semana, op. cit.

[19] Daniel Samper Pizano, citado por Andrés Felipe Chavarría Devia, op. cit., p. 62-63.

[20] Guillermo Romero Salamanca, “La risa está de mal humor”, Eje 21, 14 de enero de 2018,                      http://www.eje21.com. co/2018/01/la-risa-esta-de-mal-humor/.

[21] Ibíd.

[22] La Opinión, op. cit.