Matarife o el canibalismo nuestro del periodismo colombiano

Ese canibalismo es tan común en nuestro gremio que no es más que la muestra de la bajeza a la que nos puede llevar el fanatismo y la politiquería, cuando se confunde la labor de develar la verdad y ser el ojo crítico de la sociedad por caer en la vanidad que derrocha el poderoso con quienes lo llenan de loas.

 

Por / Wilmar Vera Zapata – Portada / Actualidad Z

Y el día llegó. Luego de mucha expectativa y con un éxito evidente en redes sociales, el abogado e investigador Daniel Mendoza Leal publicó el pasado 22 de mayo el primer episodio de Matarife, una producción realizada para WhatsApp que rompió récords de visualización y hasta alcanzó a ser tendencia mundial por varias horas. No voy a hablar de su producción, si fue bien manejada o si su contenido trae algo que no sabemos, pues llueve sobre mojado. No. Voy a hablar de lo que generó entre sus espectadores y en especial en un gremio tan caníbal como es el periodístico.

Matarife es un proyecto de 50 capítulos de menos de 7 minutos cada uno que pretende en un lenguaje más cercano a las nuevas generaciones evidenciar los resultados de investigaciones periodísticas que por décadas se han enfocado en la figura de Álvaro Uribe Vélez. Por supuesto, es una producción iconoclasta, porque actualiza con una narrativa de suspenso y de serie policíaca los acontecimientos más dolorosos en la política contemporánea. Y la elección no es arbitraria, pues el aura que rodea al personaje no solo raya en lo patológico para defensores y detractores sino que muestra la habilidad de manipulación con la que se rodea –para bien o para mal– todo el actuar del personaje señalado.

Luz Marina Bernal, fundadora del colectivo Madres de Soacha, que reivindica a varias de las víctimas civiles del Ejército en Colombia. Foto / Cortesía

“En esos 6 minutos se dicen más verdades que en 1 hora de un noticiero nacional”, “espero renueve la memoria colectiva con verdades históricas que se han intentado ocultar”, “No parce no voy a llenar mi multimedia con videos de 6 minutos en 1080”, fueron algunas reacciones plasmadas por jóvenes en @Ojo_Indiscreto, portal de Instagram.

Lo que develó este episodio fue la división en los medios que llaman “serios”, en los periodistas y en algunos llamados “bien pensantes” colombianos. Desde la llegada del mundo digital, éstos se han tenido que reinventar e incluso algunos vieron esa posibilidad de subsistir, acercándose a una generación que poco consume prensa, radio o TV de forma tradicional. De ahí que portales noticiosos y de reflexión de la realidad colombiana (como este portal) se convirtieron en alternativas por abordar temas y enfoques ante el discurso por décadas (¿o siglos?) hegemónico.

“Lo que #MatarifeLaSerie ha logrado con más de cuatro millones de visitas en menos de 12 horas es romper la campaña neumática con la que los medios tradicionales aislaron por décadas la verdad. Imponían sus falsas noticias y silenciaban a todo el mundo”, escribió Gonzalo Guillén el 23 de mayo, en Twitter.

El calificativo de “serio” sólo responde a los medios aglomerados en poderosos clanes familiares regionales y en cuatro monopolios económicos, dueños de más del 90% de periódicos, emisoras, cadenas de televisión, portales y revistas, que tienen un marcado sesgo político y económico identificable, a todas luces, ajeno al progresismo social o izquierda.

A ellos, desde su propia producción no se les identifica como “medios de derecha”, o de “la hegemonía” y menos del “establecimiento”. Pero todo aquel que se desvíe de su posición y discurso ha sido tachado como “izquierdosos”, “antiuribistas”, “virulentos” o “polarizadores” y, por tal razón, al desviarse de lo pregonado y defendido, deja de ser valioso, importante o recae la sospecha de veracidad tanto sobre el medio como sobre su autor, y el mensaje pierde importancia y valor.

Caricatura / Matador

Las verdades, no la verdad

¿Cómo se entiende que los medios serios –nuevamente– no hicieran eco del fenómeno de Matarife? Es fenómeno porque dirigentes y líderes de opinión ayudaron a promocionarlo, alabándolo o denigrando de él, no tanto por lo que se iba a decir sino por el personaje que lo promocionaba y los éxitos de sus escuderos y promotores.

Sin duda cumplía lo expresado por José Luis Martínez-Albertos que definió lo que es noticia y cuando un hecho adquiere esa característica: “La noticia es un hecho verdadero, inédito o actual, de interés general, que se comunica a un público que pueda considerarse masivo, una vez que ha sido recogido, interpretado y valorado por los sujetos promotores que controlan el medio utilizado para la difusión”.

La parte final es significativa, porque por más acontecimiento inédito o actual que sea, quienes lo valoran e interpretan deciden difundirlo o no. Por ser hegemónicos, medios defensores del statu quo silencian lo que no les gusta a sus dueños, porque no es lo que conviene a la sociedad que es también lo que conviene a los propietarios del poder, medios bocinas que pregonan y a veces adormilan o anestesian a su favor.

Daniel Mendoza Leal es abogado, criminalista y periodista, con amplia experiencia en denuncias y que desde hace años, junto con Gonzalo Guillén, escribe en el portal “La Nueva Prensa”, desde donde se fustiga con constancia y evidencia las acciones del denominado “presidente eterno”, senador y dómine del Centro Democrático. Gracias a esa lucha la Corte le permitió, por ejemplo, a Guillén denominarlo como matarife, asesino o carnicero. La ley lo permite porque es derecho a pensar y opinar libremente.

Sin haber sido exhibida, se percibió en los defensores del expresidente una campaña para desprestigiar tanto la obra como al autor. Iniciaron con una apresurada biografía de Uribe difundida por sus partidarios y defensores, demostrando las verdades de su líder y los logros alcanzados en su vida pública, que siempre ha sido consecuente con su “enorme amor a la patria”.

Luego, el mismo día del lanzamiento, comenzó el hashtag #SuperUribe a circular en redes para posicionar la defensa del senador. Al tiempo, algunos expertos pusieron en duda la idoneidad del autor, de Guillén o de Julián Martínez, diciendo que el trabajo realizado por ellos era parcializado, de izquierda y por esa razón no merecía atención ni credibilidad.

 

La revista Semana, por su parte, publicó que “Daniel Mendoza, un abogado de las causas de izquierda, ha elaborado una serie titulada Matarife”.

Mario Jursich Durán denunció que las tesis de #Matarife fueron:

“1) Que Uribe es el más despiadado genocida moderno que ha pisado el continente latinoamericano.

2) Que es “el dueño de la mitad de las tierras del país”.

Y 3) que también “es responsable, directo o indirecto, de todo lo atroz que ha pasado en Colombia”.

He leído lo suficiente para saber que cada uno de esos puntos de partida es falso. No impreciso o discutible: falso”, escribió en su Twitter, al que hizo eco La Silla Vacía.

Igual ocurrió con Tatiana Duque, de La Silla Vacía, quien en un sesudo artículo repartió palos a tirios y troyanos, dejando en su texto un leve tufillo de duda en contra de lo que llama “periodismo militante”:

“Junto al periodista Julián Martínez, quien trabajó una década en Noticias Uno y sacó un libro sobre las Chuzadas del DAS, Guillén recientemente reveló una presunta compra de votos del asesinado ganadero y acusado narco Ñeñe Hernández, a favor de su amigo el presidente Iván Duque en 2018 en La Guajira y Cesar.

Ellos bautizaron sus artículos como la ‘Ñeñepolítica’ y han impulsado la narrativa de que el narcotráfico le compró la Presidencia a Duque, un asunto que genera dudas teniendo en cuenta que La Guajira y el Cesar pusieron menos del 1 por ciento de los votos con los que ganó Duque (aunque, en cualquier caso, sí revela que en la campaña Duque estuvo (SIC) un personaje dudoso y cuestionado).

Además de eso, Guillén se destaca en Twitter por su virulencia y teorías conspirativas”, dice la periodista.

Semana, por su parte, publicó que “Daniel Mendoza, un abogado de las causas de izquierda, ha elaborado una serie titulada Matarife. Se trata de un documental de 50 capítulos sobre las leyendas negras creadas alrededor del expresidente Álvaro Uribe. Mendoza se basó en las investigaciones de Gonzalo Guillén y Julián Martínez, dos pioneros del antiuribismo recalcitranteNo está claro quién financió la serie, pues 50 capítulos cuestan. El Centro Democrático ha anunciado que realizará a su turno una serie de documentales para mostrar la realidad del expresidente y su legado” (el subrayado es mío).

 

Militancia es tener un norte ético y de comportamiento, y no es bueno cuando coincide con los intereses de los empresarios y dueños de medios.

Periodismo militante

El periodismo es militante o no es periodismo. Por supuesto, no solo implica la famosa frase de clase de periodismo atribuida a George Orwell: “periodismo es publicar lo que alguien no quiere que publiques, todo lo demás es relaciones públicas”, sino una entrega a un servicio social que trasciende el vínculo laboral y busca informar para actuar en la sociedad a la que sirve.

Militancia es tener un norte ético y de comportamiento, y no es bueno cuando coincide con los intereses de los empresarios y dueños de medios. Que sea de derecha o de izquierda, está bien, siempre y cuando sea un juego limpio para su audiencia que sabe que el medio que gusta tiene un interés y orientación política, porque como dice la frase “si uno no se mete con la política ésta sí se mete con uno”.

Cuando nacieron los medios colombianos, en los albores del siglo XIX y en el XX, tuvieron un factor común: la defensa de ideas políticas, de un marco de comportamiento social, de una creencia que le daba respuesta no solo al querer saber sino al querer tener y ser. En su extenso texto Historia del periodismo colombiano (1984), Antonio Cacua Prada recordó que “todos los órganos de expresión traían este permanente “periódico político, religioso, literario, novedoso y de variedades”; y eso se evidenció hasta muy entrada la segunda mitad del siglo pasado.

Son medios militantes los que han sido fundados u organizados por empresarios de la información que consideraron a sus empresas no sólo difusores de sus creencias políticas claras (unos liberales, otros conservadores) sino plataforma de promoción política de sus dueños o socios. La historia así lo demuestra: la familia Santos, con El Tiempo; los Gómez Martínez, de El Colombiano; o los Gaviria, de El Mundo, en Medellín; Olímpica Estéreo, de Fuad Char, gamonales políticos de Barranquilla y la Costa Atlántica, por citar algunos que sustentan a políticos aupados en la libertad de expresión, la capacidad económica y en la creación de empresas.

Hoy, los conglomerados regionales comparten el poder con los medios que hacen parte de grandes grupos económicos, quienes con la posesión de empresas de comunicación reducen la labor del periodismo a una acción mecanizada como producir gaseosas iguales en color y sabor o pingües ganancias mil millonarias, cual vulgar banco agiotista. Bajo esa lógica, es válido pensar cuál es la militancia de esos medios: lo que le sirva al jefe, lo que sea de validez a la cabeza del emporio, sea éste Santodomingo, Ardila Lülle o Sarmiento Angulo. Perdió el periodismo, pero se quedaron los jugosos réditos al cambiar su norte ideológico –de servicio social– a la contundencia del informe contable de principios de año.

Y esa militancia no es mala.

Ahora bien, lo claro es que las redes sociales rompieron ese monopolio y cuando se usa con un fin político de “derecha” es aceptado y bien visto tanto por las clases dominantes.

Bill Kovach y Tom Rosentiel, en Los elementos del periodismo, elaboraron un listado de lo que debían cumplir los periodistas y exigir el público, que incluye defender la verdad como primera opción, la lealtad más importante es con la audiencia, es esencial la verificación, es independiente de quien le paga, debe ser un observador independiente del poder, debe ser un foro para la crítica pública y el compromiso, debe luchar por hacer el hecho significativo en interesante y relevante, comprensible y equilibrada y con libertad de conciencia personal.

Ahora bien, lo claro es que las redes sociales rompieron ese monopolio y cuando se usa con un fin político de “derecha” es aceptado y bien visto tanto por las clases dominantes como por los sectores menos favorecidos, acostumbrados a sintonizar o leer esos medios que no se identifican como de “derecha”, pero son hegemónicos. Incluso se ha hablado del poder de las redes de WhatsApp para difundir noticias falsas o cadenas de mentiras (recuérdese el plebiscito por la paz de 2016 y los mensajes segmentados, como confesó Juan Carlos Vélez Uribe animadamente) hábilmente usada por la derecha, en EEUU, Brasil o Colombia.

Esa hegemonía se acabó. Matarife puede que no diga más de lo que se ha expresado en otros formatos, que no dé luces sobre el claroscuro papel de Álvaro Uribe en la historia contemporánea colombiana o que esté lleno de lugares comunes. Lo cierto es que fue pensada para una población joven que gusta de ese formato, que desconoce la historia y que debería ser crítica para confirmar o desmentir lo que consume. Matarife demostró que el éxito está en una buena campaña de expectativa, un pésimo gobierno que de forma indirecta lo justifica y una realidad que ya no está sustentada en canales privados ni medios impresos que pocos jóvenes leen. Las redes son el gran campo de batalla de las ideologías y el éxito lo logrará quien sepa convencer narrando amenamente con pruebas y hechos, no con adjetivos justificantes.

Y lo que sí demostró este producto es la jauría que son los periodistas con sus semejantes. Más que analizar si lo dicho o no por Mendoza es veraz, algunos se dedicaron a buscar sus actuaciones personales, enrostrándole que fue consumidor, que gusta de las relaciones abiertas y que es de sexualidad activa. Una vez más, lo importante no es el mensaje emitido sino la destrucción del mensajero ideológica y físicamente.

Ese canibalismo es tan común en nuestro gremio que no es más que la muestra de la bajeza a la que nos puede llevar el fanatismo y la politiquería, cuando se confunde la labor de develar la verdad y ser el ojo crítico de la sociedad por caer en la vanidad que derrocha el poderoso con quienes lo llenan de loas.

Estos ataques a la persona no son más que muestras de desespero porque no tienen cómo desbaratar su producción y siembran dudas para que no se conozcan otras verdades más allá de la que pregonan los medios “serios”, ardid que hacen los de derecha e izquierda por igual. Ya lo definió de forma magistral Honoré de Balzac: “la envidia es una declaración de inferioridad” y en el periodismo colombiano abunda como maleza.