Filosóficamente, la idea del eterno retorno es atrayente, causa un vértigo en el lector al saber que carga con el peso de una existencia que se repetirá una y otra vez; sin embargo, el vértigo da paso a las náuseas cuando traslada la imagen del eterno retorno al ámbito político. Una y otra vez tendremos que ver a los políticos corruptos con sus rostros ocupar el espacio público, tendremos que soportar la hipocresía de aquellos que se lanzan a las calles a ganarse los votos con una falsa sonrisa; esa mueca fingida aparecerá en una cadena infinita.
Escribe/ Christian Camilo Galeano Benjumea – Ilustra / Stella Maris
Vuelve y juega. Cada cuatro años se repite la misma historia: candidatos sonrientes, comprometidos con la ciudad, todos convencidos del bien común, cada cuatro años pasa lo mismo, es decir, poco o nada. Repiten una y otra vez las prácticas de la politiquería: compra de votos, prometen el paraíso en la tierra de la mano de puestos en alguna institución; palabras y promesas. Una vez más vemos grandes vallas publicitarias con los rostros de los políticos queriendo ganar o mantener un espacio dentro del engranaje institucional. El eterno retorno de la politiquería local.
Pensar que nuestra existencia se repetirá una y otra vez con todos los actos, grandes y pequeños que encarnemos, fue una idea que desarrolló Nietzsche como consecuencia del derrumbamiento de los grandes relatos: Dios, el destino, la historia, la vida, no tienen un desarrollo lineal o preestablecido que conduce a un final glorioso. Más bien, la vida opera de manera caótica, se afirma en una voluntad, y en ese afirmarse se repite una y otra vez.
Para algunos comentaristas de la obra del pensador alemán, la idea del eterno retorno más que una lectura cosmogónica del orden del universo, responde a una apuesta ética. Porque el sujeto –Übermensch– que conoce el destino trágico de su existencia –trágico en tanto que no llegará a ningún cielo, paraíso terrenal o ideal, sino que terminará su existencia en el vacío– debe afrontar sus acciones con la determinación de que habrá de volverlas a hacer eternamente en un ciclo sin fin; actuar sin la culpa que produce el saber que habremos de tropezar con la misma piedra una y otra vez.
Filosóficamente, la idea del eterno retorno es atrayente, causa un vértigo en el lector al saber que carga con el peso de una existencia que se repetirá una y otra vez; sin embargo, el vértigo da paso a las náuseas cuando se traslada la imagen del eterno retorno al ámbito político. Una y otra vez, tendremos que ver a los políticos corruptos con sus rostros ocupar el espacio público, tendremos que soportar la hipocresía de aquellos que se lanzan a las calles a ganarse los votos con una falsa sonrisa; esa mueca fingida se aparecerá en una cadena infinita.
Saber que aquellos que se han hecho millonarios a costa del erario público estarán eternamente riéndose de los ingenuos que creyeron en las falsas promesas de siempre, más que horror y tristeza, provoca que nuestro cuerpo necesite vomitar. Porque la rueda del eterno retorno en la política gira sobre sí misma en un movimiento sin fin que se impulsa cada cuatro años.
Como si no bastará, habrá que resignarse eternamente en un ciclo sin fin ante las caravanas de idiotas útiles que les sirven a un politiquero para hacer ruido y escándalo. Entre bombos y platillos, está la esperanza de un puesto de trabajo que promete alguien que no teme el no cumplir. Pero esta verdad no importa para aquellos que –eternamente– esperarán una ayuda del politiquero de turno.
Una imagen que puede ilustrar al votante de la politiquería local quizá sea la de Sísifo. Aquel personaje condenado por los dioses a cargar una roca por la ladera de una montaña eternamente, se asemeja al votante desilusionado de la política local, que una y otra vez regresa a las urnas a marcar el rostro de un candidato. La condena es eterna, cada cuatro años debe someterse a elegir entre aquellos que mantienen el status quo o elegir a los otros que se alzan con una promesa de cambio, un cambio que muchas veces queda inconcluso o no llega.
El eterno retorno de la politiquería local es una condena absurda, sin sentido, pero necesaria. Marcar con una X sobre un rostro una y otra vez, en una cadena sin fin es el símbolo de lo que no importa, del deseo que no se alcanza, de una pasión inútil. Una y otra vez marcar con una X, marcar con una X, marcar con una X, marcar con una X, marcar con una X, marcar con una X, marcar con una X, marcar con una X, marcar con una X, marcar con una X, marcar con una X, marcar con una X, marcar con una X, marcar con una X, marcar con una X, marcar con una X …
ccgaleano@utp.edu.co
@christian.1090
Investigador de la corporación Ckabai.


