En el fondo, intuimos que este castillo puede ser tomado tarde o temprano por los bárbaros que aman las cifras y odian el pasado. Mientras eso sucede, las murallas de Cameloc resisten al igual que las murallas olvidadas de Troya.
Por: Christian Camilo Galeno Benjumea /Fotografías Iván Darío López
Los amigos son el medio perfecto para encontrar lo inesperado. Así sucedió cuando una tarde cualquiera y con la excusa de tomar un café emprendimos un viaje a un pueblo del eje cafetero; lo importante eran los amigos y no el lugar, pensaba. Gran sorpresa me llevé cuando descubrí que el lugar, al igual que los amigos, se convierte en conversación, palabra, música e historia.
Así, al llegar a Viterbo, sin ninguna dirección clara o lugar específico en mente y con la desorientación típica de quien llega a un sitio desconocido, avanzamos guiados por la intuición y la ignorancia. Cada pueblo es un organismo vivo, sus calles, los habitantes y los parques develan una historia que, en la mayoría de los casos, son ignoradas y con el pasar se olvidan. Por eso nos llamó la atención la fachada de una casa, con nombres y fechas tallados en los ladrillos, la gran mayoría se podían leer, otros se han borrado.
Al entrar a esta casa, “por el lugar equivocado”, como después expresaría el propietario, observamos viejos discos de vinilo, banderas, cuadros, fotografías que atestiguan el paso de tiempo. Sorprendidos y un tanto confundidos por el hallazgo histórico o, podría precisarse y decir: por el hallazgo arqueológico, pregunto: ¿qué este lugar? Ante lo cual, como si estuviéramos a punto de ser iniciados en una orden de caballeros, somos sentados alrededor de una mesa rectangular para escuchar las palabras de Nelson, dueño del lugar y caballero de la música y la historia de Viterbo.
Bienvenidos a Cameloc, cielo de la música, así comienza su discurso este caballero moderno. Cameloc es una sala de música donde llegaban los campesinos a disfrutar de una cerveza y buenas melodías, con el tiempo se fue consolidando como un lugar para la cultura y la paz.
Nelson relata como, a pesar de la violencia que fue tan cruda en ciertas épocas de la vida de Viterbo, los violentos respetaban este lugar y a aquellos que lo visitaban, porque sabían que eran hombres y mujeres en búsqueda de una vieja canción y una historia.
Al interior de Cameloc no solo se escucha música; Cameloc contiene muchas historias. Como la de un campesino de gran talento musical, compositor e intérprete de guitarra, que pierde la movilidad de sus dedos, pero no el amor por la música, al parecer, toda una tragedia. A pesar del accidente y de que sus manos ya no pueden tocar con precisión una guitarra, imperó en aquel campesino su amor por el arte y creó un instrumento musical donde puede tocar, al mismo tiempo, seis instrumentos; este invento lo llamo el “moráfono”. Esta historia se preserva al interior de las paredes de Cameloc, como una muestra del talento campesino y el olvido al que son condenados por la sociedad.
Como si la música no bastara para consolidar este fortín cultural, un día Nelson decidió empezar a tallar la historia de Viterbo en los ladrillos de la fachada de Cameloc. Emprender una batalla a favor de la memoria en tiempos del olvido es un acto casi suicida. Hoy la memoria tiene poca importancia y el pasado es un libro viejo lleno de ácaros que causan alergias. Poco importan los hombres y las luchas que se dieron en otros tiempos sobre las calles que caminamos, hoy prima un interés por lo actual y efímero.
Ante este asedio inevitable, en Cameloc cada ladrillo tiene un nombre, una fecha, un acto por recordar. Afuera letras con olor a viejo; en el interior, fotografías que dan imagen a un pasado que parece tan lejano. Este castillo que queda a una cuadra de la plaza principal de Viterbo, es el espacio vivo donde parte de la memoria se preserva, lucha y resiste. Por ello no es extraño que Nelson considere a Cameloc como una embajada cultural ante el mundo.
A su vez, es fácil percatarse de que hay algunos datos que han sido borrados de los ladrillos. Nelson, ante esta observación, confiesa que él lo ha hecho como un acto de protesta. Si la memoria no puede ser cuidada y preservada como una acción comunitaria, en cualquier momento será borrada. Nelson lo sabe y no teme que su trabajo desaparezca o se pierda en un incendio; para él, lo que importa es que Cameloc sea un castillo para todos. Si la memoria no es una construcción colectiva pasa a ser un delirio individual, un delirio que no vale preservar.
Cameloc es una fortaleza cultural que está bajo un asedio permanente, un símbolo de la lucha del arte y la memoria. En el fondo, intuimos que este castillo puede ser tomado tarde o temprano por los bárbaros que aman las cifras y odian el pasado. Mientras eso sucede, las murallas de Cameloc resisten al igual que las murallas olvidadas de Troya.