Hay que ser realistas, hoy los ministros, los banqueros, los comerciantes y los jueces, y demás profesionales ideológicos, son el Estado. Y en este contexto, hablar de democracia es una broma. Sería algo así como la lucha del poder patentado versus el poder en promesa de la gente.
“Los que han vivido bajo una tiranía
saben apreciar la democracia”
Doris Lessing
Max Weber, el sociólogo, dijo que todo Estado se funda en la violencia. Y aunque dio más pautas para determinar por qué las personas obedecemos sin ton ni son a un régimen autoritario donde razón y libertad no compaginan y la ley es el acuerdo de todas las voluntades reunidas en una sola, no brindó vías precisas para determinar un Estado ideal, como lo hiciera imperfectamente Platón.
Lo que sí queda claro, y los hechos lo demuestran, es que el terror es uno de los medios de adoctrinamiento social que un grupo llamado Estado ha usado como herramienta eficaz a través de los tiempos. Hoy el terrorismo político ya no se evidencia por medio de la guillotina, ni el destierro, sino por medio de leyes que coartan las libertades de los ciudadanos y mantienen la ilusión de un salario mínimo vital.
Aun así, sigue existiendo la pregunta: ¿por qué obedecemos sin cuestionar? Se tiene por cierta la idea de que, sin una organización, el caos reinaría. Pero esta deducción es tardía, y podría a llegar a ser válida, en tiempos donde la tierra era de nadie y cualquiera podía invadir el lindero del otro, con tan solo usar el derecho a la violencia. La democracia apareció para establecer límites, pero con los medios menos precisos, pues empoderó a una élite y al ejército (además de la ideología de colores, símbolos, himnos y demás) para justificar, junto con la razón, la fuerza.
Sin embargo, como afirma magistralmente Doris Lessing en su obra “Las cárceles escogidas” no hay nada nuevo en la exigencia de que la razón gobierne los asuntos humanos. Un libro indio de 2000 años de antigüedad llamado Arthásàstra (o Manual para el gobierno juicioso de un Estado) escrito por un tal Kautilya, describe con ecuanimidad cómo se manejaba la justicia y el orden de un país, sin que fuese necesario la eufemística razón occidental que aprisiona con leyes a sus súbditos y usa la fuerza como medio legal.
Hay que ser realistas, hoy los ministros, los banqueros, los comerciantes y los jueces, y demás profesionales ideológicos, son el Estado. Y en este contexto, hablar de democracia es una broma. Sería algo así como la lucha del poder patentado versus el poder en promesa de la gente. Venezuela es el ejemplo y Colombia no está muy lejos de esta imagen. Por eso es que la microfísica del poder de Michael Foucault se torna atractiva, además de avanzada, por encima de las viejas teorías marxistas de usurpación del poder, derribando los aparatos de control.
Es cuando la mentira es elevada a la dignidad de instrumento político por el Estado moderno que la democracia se torna inmoral. Y así entonces es cuando se hace necesario redefinir el significado de la palabra política, con aspiración de participar en el verdadero poder que esté al margen de los intereses de grupo que controlan a un país. Como afirma la sociología, propuestas que se deben tener en cuenta, la multitud es el nuevo sujeto político y “sujeto”, en filosofía, es todo aquel que realiza una acción.