Comunidad Misak: más cerca del cielo

 “Para nosotros la concepción de tiempo es diferente, para nosotros los niños no son el futuro, son el pasado, los ancianos son el futuro, por eso a los niños los cargamos a la espalda”, decía Mamá Liliana, mientras un grupo de estudiantes escuchaban atentos al “Tata” Jeremías, quien les contaba un poco sobre la historia del pueblo Misak (guambianos). Al fondo, sin que nadie la viera, Mamá Faustina -madre de mamá Liliana- preparaba carne de venado, para atender los nuevos visitantes.

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Por: Jhonwi Hurtado

Fotografías: Conrado Barrera Henao 

Silvia es un municipio del departamento del Cauca, a casi una hora de Popayán -la ciudad blanca y de los puentes bohemios-. Al llegar a Silvia, parece que lo que es común, deja de ser tan común; lo que es desconocido, empieza a ser conocido.

El frío es el primero que recibe a los visitantes. La plaza rodeada de árboles y guambianos: niños, niñas, adultos y ancianos. La iglesia se ubica en una esquina, en la parte superior un Cristo con los brazos abiertos que parece amenazar con tirarse.

A este municipio lo han llamado “La Suiza de América”, puede ser por sus paisajes, sus imponentes montañas, o sus bajas temperaturas. Para Tata Jeremías esa comparación más bien es una ironía.

La falda, el sombrero, la ruana y los colores de esta vestimenta, son características de los Misak. A menos de 30 minutos caminando se encuentra la “Payán-ya” o “Casa payán”, territorio ancestral, que lleva este nombre en honor al “Taita” Payán, que residía en Popayán, en estos momentos en la casa Payán se encuentra la historia de Guambía. La consideran un sitio de reencuentro.

 

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Casa Payán: Allí se encuentra la historia del pueblo Misak

Primer día

El inicio de la semana mayor daba paso a las procesiones, las velas encendidas, las bandas de guerra.

Junto a la casa Payán se encuentra un centro de medicina donde se trabaja con las plantas,  allí llegamos tras un viaje  en un jeep que transportó 24 personas,  allí nos hospedamos durante 5 días. La cordialidad imperaba y el calor humano apaciguaba las bajas temperaturas. La noche era una obra de teatro,  el cielo se despoja de sus vestiduras y se muestra desnudo a los ojos de los habitantes, y de los visitantes.

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Segundo día

Eran las 5 de la mañana, el gallo ya entonaba su canto, el cielo bajaba la cremallera y un azul profundo iluminaba  montañas, árboles, y llegaba hasta el territorio Misak. En la cocina, el calor de un fogón de leña, y la sonrisa constante de tres mujeres Misak, armonizaban la mañana. Toda relación inicia en la cocina, es una de las premisas de esta comunidad. Allí se tejen sentimientos y se crea conocimiento. Asunción, mujer de estatura pequeña pero gran sonrisa, era una de las mujeres que nos hacía de comer. Mientras ella y otras dos mujeres hacían el desayuno, yo trataba de adivinar qué se decían, ya que hablaban en  lengua Misak. Allí también se encontraba Lidia Iris, una mexicana que más que visitante, era una apasionada por el pueblo Misak, y por las comunidades originarias en general. Tal vez, más interesada que muchos de los millones de habitantes colombianos que dejan al olvido, que hacen a un lado y hasta pena sienten cuando los relacionan con una comunidad indígena.

4El encuentro con el gobernador  se dio en casa de él; allí Tata Jeremías y Mamá Liliana, nos esperaban junto a Maya Sofía –su hija- y mamá Faustina

“Para nosotros la concepción de tiempo es diferente, para nosotros los niños no son el futuro, son el pasado, los ancianos son el futuro”, decía Mamá Liliana, mientras un grupo de estudiantes escuchaban atentos al “Tata” Jeremías, quien les contaba un poco sobre la historia del pueblo Misak (guambianos). Al fondo, sin que nadie la viera, Mamá Faustina -madre de mamá Liliana- preparaba carne de venado, para atender los nuevos visitantes, con la ayuda de Sofí.

Tal vez sea la mirada la que más hable por los Misak, sus palabras fluyen y se deja ver la nostalgia por una historia de atropellos recibidos, de injusticias en su contra, pero también se deja ver el orgullo por su fuerza –en la palabra-, el orgullo y la dignidad por estar en proceso de recuperación, tanto de tierras, como de la palabra. La palabra es su herramienta de lucha. “Nunca hemos sido guerreristas, los Misak no nos hemos alzado en armas, siempre que hemos luchado, lo hacemos con nuestra palabra”, por esto son conocidos como hijos del agua y la palabra.

De regreso al lugar de hospedaje, los paisajes, las montañas, las ovejas en las casas, el río, todo formaba una visión de paraíso, atrás quedaban las montañas de cemento, las conexiones con el mundo. Irónicamente, allí, en ese lugar donde uno se desconecta de celular, televisión e internet, allí se siente más conectado con el mundo.

Daban las 9 de la noche y al lado de una fogata, el cielo nuevamente regalaba su concierto de estrellas. Se veían cercanas, se podían formar figuras, no con nubes, sino con estrellas.

 

Día tres

Nuevamente el gallo cantaba, el cielo iluminaba, el agua fría –mientras calentaba– de una ducha despertaba los visitantes, y el calor del fogón de nuevo apaciguaba el frio. Nos encontrábamos todos en el comedor;  algunos rostros ya reflejaban el impacto de las temperaturas. La montaña nos esperaba.

Tras el desayuno, los caminantes emprendimos viaje,  la subida a la montaña Pusrutun había empezado. Pasaban los minutos y la cima se hacía más lejana;  pero llegar tal vez no era lo más importante, era divisar esos paisajes, era ver  esas tierras que se hacían pequeñas, y ese cielo que se acercaba.2

Al llegar a la cima, eran casi las 12 del día, ahora el concierto no era de estrellas. En ese momento, el encargado del concierto era el viento, que soplaba fuerte y se dejaba escuchar, parecía que despertaba para ver quién había llegado. Allí, seguramente, todos nos sentíamos más cerca del cielo.

Luego de descender de la montaña, de dejar allí esos recuerdos de haber sentido más de cerca el viento y pensar cómo se ve el mundo de pequeño frente a un universo de paisajes, nos esperaban en la casa Payán para conocerla por dentro. Allí se encuentra la historia de esta comunidad, no se permite hacer fotografías. En este lugar se puede ver un poco más la cosmovisión de esta comunidad; se menciona los páramos -Kθrrak Mera-, el aguacero -Ser.-  O de la forma en que la muerte llega.

 

Día 4

Antes de las 8 de la mañana ya estaba listo el desayuno. Esa jornada las caminatas seguían, esta vez  “La campana” era  nuestro destino,  2 horas y media duró el trayecto caminado, media hora menos de lo que nos auguraba Asunción. Un día más de conocer que Colombia tiene mucho por mostrar, por conocer, que antes de conocer el mundo, los colombianos deberíamos preocuparnos por conocer nuestro territorio, por conocer de nuestras comunidades originarias y agradecerles por prevalecer después de tantos irracionalidades de las que han sido víctimas, muchas veces, siendo sus propios “compatriotas” los victimarios.

A las 2 de la tarde estábamos de nuevo en el lugar de hospedaje; a pocos metros, en la casa Payán, se encontraba el cabildo en reunión, reunión que duró poco más de 4 horas. En dicha reunión se escucha hasta el  último que quiera hablar, sin importar cuánto tiempo lo haga, allí si  se respeta la palabra. Después de  eso, Mamá Liliana y Tata Jeremías nos exponían más a profundidad la historia del pueblo Misak, recordando como Sebastián de Belalcázar los utilizó y esclavizó, recordando cómo después de ser casi 180.000 guambianos, en el año 1700 estuvieron a punto de desaparecer, reduciéndolos a tan solo 100. Pero también recordando cómo esa valentía y la palabra, los han ayudado poco a poco  a recuperarse y  en la actualidad estar casi por los 30.000 guambianos.6

Día 5

A las 7 de la mañana ya todos estaban despiertos, en pocos minutos emprendíamos viaje de regreso,  volvíamos a la selva de cemento, al mundo de la cercanía digital, de las lejanías de la palabra, dejando una huella en un territorio de trabajo. “Nunca verán un Misak pidiendo limosna, a nosotros nos dignifica el trabajo”, decía Tata Jeremías, el día anterior.

 

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Asunción y una mamá Misak junto al fogón. Es alrededor del fogón donde se tejen las relaciones Fotografía: John Harold Giraldo

De esta manera se acababa nuestra estadía en un edén, en un paraíso de montañas y vientos que golpean, de estrellas que brindan conciertos toda la noche, nos despedíamos del lugar donde está el aro iris (arco iris completo), nos despedíamos del lugar colombiano y tal vez del lugar en el mundo más cercano del cielo.

 

Hablando con un Misak

Fabián Darío Muelas  Aranda, estudiante de Licenciatura en español y Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira,  es un Misak, un Misak entre personas que lo ven diferente, siempre que tiene tiempo regresa a su territorio, a trabajar la tierra, a estar con sus amigos y su novia.

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Fabian y su Novia Sara “He aprendido más en los pasillos de la universidad que en las aulas” Fotografía: John Harold Giraldo

Llegó a la ciudad el 8 de Abril de 2012

John William Hurtado Marín:  ¿Cómo es tu vida en Pereira y cómo es tu vida en Silvia?

Fabián  Darío Muelas Aranda: Pues hay una gran diferencia entre los dos sitios. En Silvia, uno, prácticamente lo tiene todo; es decir, nos alimentamos de lo que cultivamos, se puede decir que la vida es más llevable (en lo económico). Uno se siente en casa, en familia, casi todas las personas son conocidas. Es un contexto completamente contrastante con Pereira.

Por otro lado, mi vida en Pereira, personalmente, es bastante complejo. En primer lugar, no sé si lo sea por ser de otro lugar, pero no veo amigos, todo es tan complejo… todo da vuelta alrededor del interés. Se puede sentir una sensación de discriminación.

¿Cómo has logrado no dejarte impregnar de esta cultura, de todas estas necesidades que se crean a partir de convivir en este contexto?

A partir del día en que llegué a la ciudad, ha sido una lucha interna por no dejarme absorber por el sistema. El cabildo de la U ha sido muy importante en ese aspecto, pero considero que la base fundamental para lograr eso está en la formación y convicción con la que uno sale de su territorio. La educación en la casa, en el trabajo, ya que toda mi vida lo he practicado. Es tener convicción de lo que uno es y de lo que uno quiere.

¿Y cuál es tu convicción pensando a futuro cuando ya tengas un título universitario?

-Tener un título no es mi objetivo, mi verdadero objetivo se centra en contribuirle a mi comunidad. Digo que el título no es mi objetivo, porque en éste tiempo he aprendido más en los pasillos de la U, que encerrado en un salón.