La fatalidad del héroe

“(…) entonces una necesidad de arrancar pedazos de mi corazón para ofrecérselos, crece dentro de mí”

Los hombres no van juntos a cine

-Manuel Valdivieso-

 Por: Mateo Ortiz Giraldo

Tomado de www.elpais.com.co
Tomado de www.elpais.com.co

Las páginas pasan como fugaces ráfagas de indefinido color; su lectura es un ave silenciosa que se cuela dentro de mí. Pasan las horas junto con las palabras y yo, como un dócil y manipulable siervo, las dejo guiarme por sus parajes sin percatarme, siquiera, que voy hacia un despeñadero, hacia el borde de un risco por el cual caeré. El narrador me lo advierte desde que la novela inicia: va llegar el momento en que una bella navaja canaria ingresará dentro de un cuerpo y allí culminará todo: en un escupitajo de sangre que proviene de tres heridas que el personaje recuerda como las bocas de tres peces. Me niego a la posibilidad de que ello ocurra, pero aun así pasa, provocando que mi corazón sufra un vuelco, uno donde caemos ambos al vacío, Arturo Valdez, el narrador/personaje y yo. Caemos por los meandros de una novela particular en los anales de la literatura colombiana: Los hombres no van juntos a cine, escrita por el cucuteño Manuel Valdivieso, como su trabajo de grado para optar por la maestría en Escritura Creativa de la Universidad Nacional de Colombia; texto que le valdría la denominación de tesis meritoria. Y no es para menos, ella es un mérito, un regalo doloroso, pero al fin regalo, para el lector.

Esta novela es constantemente encasillada en ese cubículo barato que los pseudoeruditos vetustos de la academia o los más desprevenidos vendedores de libros, llaman “literatura homosexual” o, en el más adverso de los casos, “literatura homoerótica”. Aquí quiero hacer una pausa: resulta curioso hasta dónde llega el afán por poner etiquetas; es posible que esta sea nuestra manera de organizar el mundo, pero aun así, causa gracia ver a los viejos verdes rebuscándole morbo y censura a novelas que hablan sobre la fragilidad y lozanía del deseo, el simple y desorientado sexual, deseo. Hecha la acotación y si persiste la necesidad de encasillar, pondría el texto en “novelas vitales”, pues es aquí donde yace la raíz fundamental de todo el quid de la narración: la vida, la energía, la fuerza y el placer de un par de jovencitos quienes se descubren a través de acto físico de recorrer la piel del otro; situación que no se queda en la mera exploración corpórea, sino que se lleva espacios de mayor complejidad, por lo menos lo intricado que puede llegar a ser la fatuidad de la adolescencia.

Es inevitable no hacer enlaces con novelas ya leídas, porque bien lo propone el escritor Orlando Mejía Rivera en su novela La Casa Rosada: ya todo fue escrito, y siguiendo a Borges, todo texto parece una variación metafórica de los temas esenciales. Temáticas que son recurrentes desde las tragedias y comedias griegas, éstas donde se confronta a Tánatos y Eros: la dicotomía fundamental del amor y la muerte. A los enlaces que me refería, es con Fernando Molano Vargas, el ya mítico Molano que en sus dos novelas publicadas: Un beso de Dick (1996) y Vista desde una acera (2012), habla con un lenguaje desfachatado pero profundo, amargo y frugal, acerca los ditirambos de un amor entre hombres; uno traspasado por la muerte, el olvido y la homofobia. Valdivieso lo que logra es ampliar el camino ya recorrido por Molano, por medio de una narrativa fluida mas no descuidada; ella desliza a cántaros como el río Pamplonita en el cual Arturo ve hermosos y efébicos cuerpos pescar.  Los hombres no van juntos a cine logra captar el retrato de la juventud urdida por el tibio deseo y matizada por el amor entrañable de esas núbiles épocas de pubertad.

Lo apasionante de esta novela de ágil lectura yace en el hecho de la predestinación, no a esa zodiacal donde se nos advierte como simple posibilidad lo que va a ocurrir, sino la certeza del recuerdo de que algo ocurrió: es un flashback (o analepsis) constante en el cual el narrador rememora la única semana que pasó con Emilio, un asesino, un héroe trágico que marcó sus manos con la imposibilidad de hacerse el sordo ante los comentarios y burlas insulsas (para quien no las vive, claro) de sus compañeros de clases del colegio Salesiano de Cúcuta. Este flashback es interrumpido por un diálogo interno que nos recuerda que la fatalidad está cerca, que ya llega la hora de contar ese suceso malevo teñido de escarlata. Uno queda así, tenso, como la espalda de Emilio, esperando el zarpazo final.

Los hombres no van juntos a cine debe estar puesta en esos anaqueles de culto donde ponemos a Molano, Chaparro Madiedo, Caicedo, Barba-Jacob y Vallejo (entre otros), pues así le huela a cliché a los costalados de “eruditos” que pululan los andenes de las tan “culturales” ciudades colombianas, esta novela tiene todo la fuerza para ser un “clásico” de nuestras letras, uno de esos que prestamos con una sonrisa plasmada en los labios porque sabemos que una vez se abra la puerta principal con un grabado de Luis Caballero sobre ella, no será posible detener el recorrido hasta toparse con la sangre, con la espuma sobre la navaja canaria. Hay tanta vida en esta novela que dan ganas de no olvidarla y decir como Felipe a Leonardo de Un beso de Dick: “no se vaya” –“no me deje ir”.