FLÓBERT ZAPATA ARIAS: EL TALLADOR DE VERSOS

Hablar de Flobert Zapata Arias, en el departamento de Caldas, es muy halagüeño, pues estamos frente a un hombre que ha dedicado muchos años de su vida, en escribir poesía; además, de preparar a innumerable cantidad de poetas de esta ciudad y del departamento.

Escribe / Jorge Eliecer Triviño Rincón – Ilustra / Stella Maris

Hablar de Flobert Zapata Arias, en el departamento de Caldas, es muy halagüeño, pues estamos frente a un hombre que ha dedicado muchos años de su vida, en escribir poesía; además, de preparar a innumerable cantidad de poetas de esta ciudad y del departamento.

Nació en el municipio de Filadelfia, un pueblo que limita con Aranzazu, con La Merced, y con el municipio de Neira, aledaño a Manizales.

Ha publicado los siguientes libros: Copia del insecto en 1991, Después del colegio, en 1994, ganador del primer premio por parte de la Universidad de Antioquia, Declaraciones en el año 1999, La bestia danzante, libro de cuentos breves en 1995, La generación invisible, compilaciones, en el año 2000, y Musa Levis, Breviario de poesía contemporánea de Caldas en 2002, y coautor de la Compilación de Cuento Caldense actual, en 1993. Coplas en el año 2009, Anfiteatro azul en el año 2016.

Ha recibido otros premios como Ciudad de Chiquinquirá en 1999, y Antonio Llanos en el año 2001.

Fue finalista del premio de poesía del Ministerio de cultura durante los años 1997, 2001 y 2002, y ganador del primer premio de poesía Concurso de literatura de Caldas 100 años, en el año 2005, con el libro Ataúd tallado a mano.

Su más reciente obra, es Violetas aplazadas, de ediciones Grainart, en la colección Sembremos arte, en el año 2021.

Dictó talleres literarios de poesía en la clausurada Casa de poesía Fernando Mejía Mejía de la ciudad de Manizales, donde tuvo como pupilos algunos poetas de los cuales hay alumnos aún vigentes, como Juana María Echeverry, Adán López López, Mauricio Castro, Jorge Hernán Arbeláez, Mauricio Franco, Juan Carlos Acevedo Ramos, Carlos Augusto Jaramillo, Juan Carlos Salazar, donde, además, pudo conocer a poetas nacionales e internacionales como Pablo Armando Fernández, Mario Rivero, Juan Manuel Roca, y otros más.

Se ha dedicado a la docencia, donde enseñó a su alumnos a crear poemas, pues su progenitora también fue profesora.

Su padre se consagró al arte de la fotografía y al tallado de cofres mortuorios. Cuenta que por esa razón, le tocó ver que en plena sala de su casa, algunos ataúdes cerca del comedor.

Ha sido un lector voraz, pues tuvo oportunidad de leer muchos textos cuando estuvo dando talleres, en La casa de poesía Fernando Mejía Mejía de la ciudad de Manizales.

Está consagrado, en este momento, a leer una enciclopedia para tener una visión más amplia del mundo y del acontecer.

El libro Ataúd tallado a mano, es una obra monumental, ya que abarca 147 poemas acerca de la muerte; esa parca a la que tantos poetas le han cantado, y esta no es la excepción.

El siguiente poema, a pesar de tratar de un tema tan álgido como es la muerte, está lleno de musicalidad, de armonía, y de enigmas irresolutos, los cuales remiten al lector para que sean respondidos, dejando en suspenso algunos de ellos.

Es la portada del libro que obtuvo el primer premio del concurso de literatura Caldas 100 años, y que dedicó al escritor caldense Roberto Vélez Correa, un estudioso de nuestra literatura.

Hace alusión en este primer poema a Carlos Héctor Trejos, poeta riosuceño suicida, y a Orlando Sierra, quien fuera además director del periódico La Patria de la ciudad de Manizales, y que fue asesinado vilmente, acallando de esa manera, una de las voces más particulares de la poesía de nuestra tierra, y la voz de un periodista audaz y valiente.

EL FUNERAL

Me pregunto nocturnal

si estás inerte o dormido

y sólo puedo decirme

que estás en clave de cirios.

 

Al acercarte te alejas.

Al silenciarte me pierdo.

¿Meditas o estás en blanco?

¿Aún te llamas Roberto?

 

Con Carlos Héctor y Orlando

serás luz introvertida.

Ya no te pueden hablar

mis labios de parafina.

 

Deja que la vida llame

tu rostro que bien y va.

No sé cerrar esperanzas.

La luna no morirá.

 

En tableros de azafrán

rayas ahora tu sino.

 No es cierto que te moriste,

es solo que estás más fijo.

 

Aquí seguiremos subiendo

detrás de virus distintos,

estirpe bajo las piedras

que sueña soles de vidrio.[1]

 

Este poema, fue publicado posteriormente con el título: Exequias de Roberto Vélez Correa, quien fuera, además conocido nuestro, cuando nos iniciamos en el mundo literario con el grupo Huellas de perro, en honor a Iván Cocherín, un amigo en común.

Es de anotar que este poema fue publicado en el año 2005, y el poeta presintió nuestra exposición a los virus como algo natural, quizá como dice el adagio popular el poeta es un adivino; es decir, penetra en lo numinoso o etéreo, el mundo divino al que pertenecemos por derecho propio.

II

INFARTO

Nos entregan la muerte a pedacitos.

No queda otro camino

que recibir la muerte a pedacitos.

Pedacitos de hoy en codicia y afanes.

Pedacitos de ayer

en genes de fatiga y de terror.

Mañana en pedacitos siempre azules,

con un fondo de piano y de promesas.

Pedacitos dinámicos: meditas en el fin.

Pedacitos estáticos:

foto del padre muerto que sonríe.

pedacitos con cáncer.

Pedacitos noticias: la muerte de un amigo.

Pedacitos ardientes de lujuria o dinero.

Pedacitos de amor. Pedacitos de gloria.

Nos entregan la muerte a pedacitos

y a veces nos la entregan toda junta.[1]

 

En este texto, el autor, hace un análisis valioso sobre la muerte que adviene a cuentagotas y, aparentemente, sin avisar.

Debido a la importancia de la figura de su padre, en la vida del poeta, transcribimos este poema:

XXXV

SE BUSCA

Flóbert Zapata

pregunta por su padre.

La última vez fue visto aquí en el cementerio

de Filadelfia Caldas,

a donde vino huyendo, “desterrado”:

13 de octubre del 67.

Señales. carpintero;

en la frente, un panal de abejas, siempre;

en la espalda y el cuello

de marcas de un disparo de escopeta

porque era liberal;

hontanares de azul

profundo en la mirada sepia débil;

capas de nicotina en la columna,

a su vez en pedazos por caer en un andamio

cuando refaccionaba la cama del Señor

y Él no lo supo nunca.

Lo busca para que cumpla aquella promesa

que nunca pudo hacerle y se supone

entre dos que han sentido idéntica barbarie:

hablar y beber juntos una jarra de vino.[1]

 

Aquí, hace una descripción muy bella de la figura paternal, además de contar que huyó a causa de la violencia entre liberales y conservadores, y la manera de cómo fallece a causa de una caída de un andamio.

Terminaremos la reseña de este magnífico poeta, transcribiendo varias composiciones poéticas, de la hermosa obra Después del colegio, un libro lleno de dulzura, de belleza y de encanto, hecho mediante la observación minuciosa de los estudiantes y de los sucesos que acaecen a los jóvenes en las aulas y fuera de ellas.

I

Eres tierna como la profe de idiomas

enredada como la taquigrafía

aburrida como la historia

sorprendente como los computadores

fría como los malos de las películas

y dura como el puño de los guapos.

Te asustaste casi te desmayas

cuando abrimos los sapos en el laboratorio.

El examen de ecuaciones te hizo llorar

y te dejó absorta la clase sobre el pecado.

En el juego de basquetbol saltas como canguro

y te enternecen las tiras cómicas.

Te ruborizaste con el regaño

del coordinador de disciplina

y ante los piropos eres como estatua.

Te reíste como loca perversa

cuando en plena clase de urbanidad

tropecé con un pupitre y rodé.

Dices que García Márquez es un genio pero feo

y que te gustan los hombre maduros.

¿Cómo hago yo con quince años

para quererte si eres tan rara?

Te aviso de una vez por todas:

si te consigues otro y me dejas

jamás te vuelvo a explicar álgebra

bien sabes que ocupo el primer puesto

y que para los números soy un hacha.

VI

Después del colegio

usualmente hago lo mismo.

Despacho ejercicios y tareas

como

veo un poco de televisión

repaso lecciones

y a eso de las nueve

ya sin deberes

me empiyamo me acuesto

y pienso en ti

en nada más

hasta que me vence el sueño.

XIX

Una ráfaga de viento

ha levantado la falda

de una estudiante joven y hermosa

que espera en el paradero

del Parque de los enamorados.

Por la displicencia con que ordena su falda

fácilmente se sospecha

que está cansada

sitiada por el apetito.

Debajo de sus  pliegues de lino

y de los cuadritos rojos y azules

se dejan ver una tangas blancas

y unas piernas trofeo o promesa

duras inmejorables

y unas nalgas quietas distraídas.

La imagen (no sé por qué sagrada)

estremece y subvierte.

Un obrero la ha visto agradecido

seguramente su almuerzo tendrá mejor sabor

los muertos del noticiero

serán menos tristes

el trabajo de la tarde más liviano

el pequeño salario menos punzante.

Un chico más o menos de su edad

se ha puesto pálido

y desde un lugar estratégico

espera que el viento repita la fechoría.

El empleado del almacén de muebles

guardará su imagen para la noche

cuando su mujer sea una víctima agradecida

y la alumna

pendiente solo de la buseta

se irá a su casa

serena

sin nada que contar

aparte de los exámenes de fin de año

sin saber que las vidas que ha perforado

por unas horas o por unos días.

XXXIV

Una carta escrita

con una hoja de cuaderno.

Con el mismo lapicero

que acaba de presentar

la evaluación de ciencias

o de matemáticas.

Lamentables la redacción

y la ortografía

la letra apenas legible.

Una carta de amor.

Una carta perfecta.[1]

 

Como se puede colegir de estos escritos, ya nos podemos formar una imagen muy clara de la magnificencia de la obra de este poeta caldense. Como dice Salvador Díaz Mirón:

“¡La poesía! Pugna sagrada,

radioso arcángel de ardiente espada,

tres heroísmos en conjunción:

el heroísmo del pensamiento,

el heroísmo del sentimiento

y el heroísmo de la expresión.”

Y aquí en Caldas, tenemos a exponente de la poesía que ha tratado los temas más diversos, con un tono propio y con una voz inconfundible, y que toca las fibras más íntimas de nuestro corazón.


[1] Zapata Arias, Flóbert. Después del colegio. Segunda edición, Gobernación de Caldas. Centro de escritores de Manizales, octubre de 1997. Edición aumentada  y corregida. Págs. 11,16,32,48.

[1] Obra citada. PágS.44,45

[1] Obra citada. Pág. 10

[1] Zapata Arias FLÓBERT. Ataúd tallado a mano. Premio de poesía concurso de literatura Caldas 100 años. 2005.