Xavier Oquendo Troncoso (Ambato-Ecuador, 1972) Poeta, periodista y Doctor en letras y literatura. Es el director del encuentro Internacional “Poesía en paralelo cero”. Además, es director y editor de la firma editorial “ELANGEL editor”. Entre su obra se encuentra:El (An)verso de las esquinas, Después de la caza, La conquista del agua, Salvados del naufragio, Esto fuimos en la felicidad, Solos, Alforja de caza y Lo que aire es. El municipio de su ciudad natal, en 1999, le concede la condecoración Juan León Mera por toda su obra literaria y de difusión. Parte de su poesía ha sido traducida al portugués, italiano y francés
Antes de la caza
A mi padre
Quiero encontrar el lugar
donde ubicarme.
Entro en la vecindad
de voces que me dicen
ve a buscarte lejos,
en los andenes de las penas,
ve a ponerte en fila con los astros;
deja el poema un rato,
y reconoce los olmos.
Piensa que ya estorbas y no sirves,
que de grande uno se trastoca
y se consume.
Mamá ya no prepara bien las cenas,
no hay comida hasta después del día.
Ve a buscar el círculo vicioso
que pueda hacerte hombre
en el insomnio de los días.
Vete y no vuelvas
Hasta después de la caza.
Tiempo de hijos
A mis jotas
I
En el fondo de los vientos
habitan los ángeles
que parecen otros vientos
que se juntan con los aires normales
y entonces forman los colores de las brisas
que los hijos ven,
y nosotros creemos que es el viento.
Pero son los ángeles caídos
que quieren jugar a ser viento.
II
Mira hijo,
allá hay un fino ángel
que quiere jugar con el fuego de tus ojos.
Y por allá han aparecido otros seres nuevos
que no son los juguetes de las casas
ni los que encontramos en las ramas de los árboles.
No te tardes mucho con ellos
que tú no tienes alas
para tapar el frío de tu asombro.
III
Es el silencio ahora.
El silencio está de noche ahora.
El hijo duerme conmigo
y el silencio se prende en las luces de la ciudad,
entonces se ven las luces dentro del silencio
y el niño se despierta y ve el silencio que lo rodea
y duerme
como la ciudad
y la noche.
IV
Es la madre y el padre
y los hijos que se van haciendo
en el zaguán de los años.
Y esos sofás y esos adornos y cristales
y esas maderas y los libros, son la casa.
Y la casa son los hijos que leen nuestros libros
y los libros que se van haciendo hijos de los hijos.
Y las cobijas y los almohadones donde duermen
todos los animalitos fabricados en cuentos
que han leído los hijos
y que se hacen realidad de esta casa,
que es el hijo de la casa y la casa del hijo.
La posta
Para Alfredo Oquendo Aguinaga
mi padre, que se fue, pero sigue…
Dios fue papá. Y fue hijo de si mismo
Se defendió de su Cristo
y huyó al cielo
con su epidermis dolida.
Caín, Abraham e Isaac fueron padres.
Luego, sus nietos
fuimos más
–otra vez y para siempre–.
Nos fuimos haciendo sementales del amor
del dolor
y de la muerte.
Fuimos comprendiendo
en el caparazón del sexo
a la naturaleza arbitraria
que entrega la cartografía
para el uso de la paternidad.
Allí estábamos los recién estrenados,
enamorándonos de lunas sensuales,
siendo parte del ecosistema,
saltando hacia el instinto del amor
como una gacela hambrienta.
Estábamos a un paso de ser espermatozoides
con alma y cuerpo y porvenir
por llegar y ser.
Entonces,
como si fuésemos dioses azules
que van de la mano con Parménides
nos vinculamos
con los nuevos delfines que la mujer
regala en la poesía
de su vientre doble,
–primavera inusitada
que se inicia con la flor
y deviene siempre en fruto mágico–.
Allí el llanto con que llega
el hijo de Maquiavelo,
el nieto de Shopenhauer
que vendrá a sufrir y
que tendrá tus ojos
para llorarse. Pero también
criará tus cuervos
para amarse.
Seremos padres
y crearemos el árbol genealógico
de la una rama al nido,
donde el alpiste fue un largo pan
que no tiene miga.
La pájara y su consorte
harán que el huevo evolucione,
en el nido del desasosiego.
Dejaremos de ser hijos
de casi todo.
Pasaremos a ser padres
de casi todo.
Los padres buscarán
en sus hijos las arrugas,
fabricarán respuestas
para buscar el camino.
Recontarán los hechos:
se hará justicia sobre Caín,
se tramitará el salvo conducto
de Abraham
con algún cordero
que acompañe al sol
de su soledad.
Que nos regrese a ver
algún abuelo natural
y que envidie nuestra voz de motor
con caballos de fuerza.
El padre se verá halagado
por otro padre mayor
que en vano esperó en el hijo
su reflejo blanco.
Este es un nuevo espejismo:
el hijo será una roca
y el padre tan solo,
el color de la piedra
y el viento que hace la piedra.
Y su sabor a nada.
Su sapiencia de piedra.
Y su versado conocimiento
sobre lo que es una piedra.
Porque piedra de padre eres
y en la piedra donde edificaré mi templo
te convertirás.
Papá hizo el mundo en pocos días,
pero luego se arrepintió.
Buscó incluir al hombre y a los vientos.
Le puso corazón de miel a las abejas
y en el panal estaban todas sus palabras.
Papá le dio a mamá sus circunstancias
y luego nos borró el grito
con el grito mismo. Con su grito mismo.
Y con ese algo más
que sabe a fruta.
Somos animales que mentimos.
Amamos menos que una mantis religiosa,
menos que un corazón de buey
que no se entrena.
Menos que un venado
al que le explota el corazón.
Menos que esa luz
que esta brillando
en cualquier alameda.
Papá usaba al hijo como al río
y nunca ha naufragado
en sus aguas secas.
Ahora padre yo. Y padre solamente,
sin haber actuado en parricidios.
Que no he sido Abraham
y no he visto el cordero del padre
ni el hijo del cordero me ha contado
las costillas del corazón.
Papá me habito.
En padre me convierto y me persigo.
Papá me voy viviendo.
Papá me soy. Me meto. Me retengo.
Papá surjo. Padre estoy
de tarde, de mañana.
Papá duermo
y me desvío en la picada.
Papá me acelero y me distraigo.
Padre seré y fui hijo de padre verdadero.
Soy el espíritu santo del padre
que me hice. Del padre seré.
Tarde o temprano
seré padre de mi padre.
Me acercaré al lado próximo de su sombra
y comenzaré a renacer en su mundo de armas.
Manipularé la figura de sus genes.
La razón de su causa y el efecto
de sus circunstancias.
Aprehenderé de sus ramas
y del fruto azul que encaja en sus raíces.
Mis hijos tienen
del abuelo del abuelo del abuelo.
Se dibujan en su sombra y en la mía.
Buscan en su padre a todos los hijos
que hoy hacen de papá de todas las sombras.
Mis hijos que son padres en el llanto,
que nacen siendo padres y se ubican
en el hecho de ser padres de sus padres.
Allí los veo venir desde todo desembarco.
Desde que dios padre quemó sus naves.
Desde que dios hijo no fue padre
y se fue estéril por el mundo
como un helecho oculto a la fotosíntesis.
Aquí ya estamos todos. Tan reunidos
como una huerta que se absorbe
en una rosa.
Aquí el hijo del padre. Y del venado viudo
que no pudo ser padre
en su sombra de cuernos.
Mis hijos ya se van haciendo hijos
de ellos mismos. Ya rompen los diques.
Son padres de sí mismos. Y de su padre.
Y de la sombra sonora de mi padre.
Son abuelos. Hijo del polvo eres
y del polvo convertido en hijo
Y del padre hecho arcilla.
Con el polvo que soy fueron mis hijos.
En mis abrazos. En mi mística. En mi llanto.
En mi consejo sostenido en el silencio.
En mis acuerdos. Mis sonidos. Mis torturas.
En mi lugar. En mi no personaje.
Así se componen los hologramas del tiempo
donde el hijo hace su contexto
y donde el padre vive en una ostra.
Y vuelve. Y vibra. Y se enquista. Y se puebla.
Donde el hijo es uno. Y es el creacionismo.
Y es la ruta. Y es Huidobro.
Y es la roca que se mira.
Y es el fondo que surge. Y es el pozo.
Y es la risa.
Y no hay lugar para retroceder.
Vida eres
y en vida te convertirás.
El hijo soy yo. Y es mi hijo el padre que soy.
Luego de ello solo está el sol
Y está allí para cambiar.
Y aquí estamos nosotros
para enseñarle
que hay otra calentura en este mundo.