Ayotzinapa fue una ruptura en la violencia mexicana contra la población civil. En septiembre de 2014 fueron desaparecidos 43 estudiantes que se habían tomado unos buses. Reportaje gráfico.
Texto y fotografías / Gustavo Vargas
Imagine una voz que surge de la oscuridad. Le dice, le ordena, caminar por la carretera y subir a una camioneta. La voz proviene de un lugar iluminado por una lámpara baja, y lo único visible es la boca de un fusil. Usted no sabe dónde está el miedo, no comprende por qué debe subir a la camioneta, junto a sus compañeros. Intenta descifrar alguna palabra, pronunciar un nombre, encontrar su hogar en la lejanía. Pero ha leído noticias poco alentadoras y se pregunta qué lo llevó a esa situación, si alguien lo buscará luego y pegará su fotografía en las paredes de la ciudad.
Imagine, trate de imaginar, a una madre y un padre en una estación policiaca, frente a un funcionario. Hablan de un hijo o una hija a las dos de la mañana. Les llegó el rumor, y luego la certidumbre, de disparos en la carretera, de jóvenes detenidos y trasladados en una camioneta sin número de placa. El funcionario no los mira mientras se estira en su silla, y les dice que en ocho horas llega el delegado, lo pueden esperar, si quieren.
Imagine, dos o tres años después: una madre y un padre marchan por las calles de la ciudad, junto a otras madres y otros padres. Sus camisetas tienen estampados los rostros de los jóvenes que salieron una noche y no regresaron a casa. Alzan y sostienen carteles con nombres y edades y frases de espera y nunca olvido. Cuántas fotografías habrán pegado en las paredes, cuántas estaciones policiacas habrán visitado, solo para observar cómo alguien detrás de un vidrio y con una placa levanta los hombros y dice: “Algo habrá hecho”.