El título de este escrito no es invención mía. Varios científicos ya lo han pronosticado. Lo único que hago es recordarlo.
Un informe de la ONG Oxfam acaba de contarnos que en los últimos cinco años el número de personas que acaparan las riquezas suficientes para que la mitad de la población más pobre del planeta pueda vivir dignamente disminuyó de 381 a 62 personas. Y añade que en poco tiempo el 1 por ciento más rico poseerá lo que necesita el otro 99 por ciento. Esto será la crisis global, el fin del mundo: desesperación, guerras, suicidios, orates, terrorismo. Si los humanos no tienen satisfechas sus necesidades básicas harán cualquier cosa para tratar de paliarlas. Por el momento se recurre a la venta de alucinógenos o microtráfico, a la prostitución, a los atracos, a los secuestros, pero ¿cuando casi toda la humanidad esté pobre o miserable, a quién venderle o robarle?
Los agravantes son muchos: entre ellos, las elevadas tasas de natalidad, la prolongación de la esperanza de vida, la universalización teórica de los derechos humanos, la universalización teórica de una supuesta pero impracticable democracia política, el crecimiento desmedido de la demanda de los nuevos y numerosos avances tecnológicos, la generalización de la alienación o imbecilización social a través de una mediocre “educación” y de los medios manipulados por la minoría adueñada de todos y de todo.
Y si al desastre social le añadimos el desastre natural como la falta de agua, la contaminación, la destrucción de la capa de ozono y el calentamiento global, el aumento de las áreas desérticas, ¿para dónde se irán los pocos que queden vivos? Dizque los humanos tenemos la capacidad de adaptarnos a cualquier cambio, pero serán otros más evolucionados porque los actuales carecemos de ella.
Por las buenas, es imposible que ese 1 por ciento se desprenda de su exceso de riquezas y las distribuya entre sus congéneres. Ha sido difícil en Colombia arrancar algunas migajas a los oligarcas, ¿cómo será extender un acuerdo de desarme en el planeta entero? ¿Dejarán de fabricar armas las multinacionales y los países que se nutren de ellas y se sienten siempre amenazados? ¡Imposible!
Tampoco será posible que ese 99 por ciento de pobres acceda por la vía electoral al poder estatal. Podría suceder algo semejante a lo ocurrido en Bogotá: los oportunistas aprovecharían el poder para embolsillarse el erario o se opondrían a la inversión prioritaria del presupuesto en resolver las necesidades sociales. Además como la minoría es la propietaria de los medios será ella la que maneje la conciencia de toda la sociedad.
El caos social generalizado conducirá a la desesperanza y los más valientes empezarán a aplicar este dicho: “Si no hay recursos para todos que no los haya para nadie”. El terrorismo ya no se practicará en nombre de Alá o de cualquier dios sino en nombre de la igualdad social.