¿Una secretaría sin educación?

Nadie en el sector educativo oficial levantó la inquietante mano, o el exclusivo smartphone, para proponer menguar en lo concreto los efectos de la frágil educación virtual, revisar la idea de enviar a los profesores a dos semanas de vacaciones antes que haber intentado emplear ese tiempo para capacitarlos…

 

Por / Duberney Galvis

¿Qué lleva a un secretario de educación a publicar fotos repartiendo mercados y sirviendo almuerzos en un restaurante escolar en plena pandemia? La respuesta la podrán dar, con probabilidad de acuerdo, los lectores de este breve escrito. Por ahora, empecemos por mirar aquí los problemas en el sector educativo en momentos en los que el secretario de Educación centraba sus esfuerzos en tal picaresca “social”. Actuación que, dicho sea de paso, no se le ha visto ni a su jefe, el alcalde de Pereira.

Cierto es que el decretado confinamiento sacudió el tapete del sector educativo debajo del que se acumulaban diversos líos, tan densos estaban que hacían eco en las calles, en pronunciamientos de gremios del sector, notas de prensa y sesudos análisis de los especialistas.

Y tras el agite actual, afloraron en abundancia como ocurre al soplar un ramillete de flores de dientes de león: estudiantes sin equipos, sin conectividad, docentes sin capacitar, hacinamiento, matoneo en todos los niveles, enfermedades mentales… sumado, la pérdida de empleos, caída de los ingresos de las empresas y los demás efectos que era sabido, iban a flotar ante una vulnerable economía nacional.

Tras lo anterior, el Estado central respondió con medidas similares a las usadas para abordar los problemas educativos en tiempos corrientes. Dar unas tabletas, regalar un computador al niño que busca señal de internet desde el techo de la casa, y proyectar el efecto de la escena de niños de alguna minoría étnica recibiendo una tableta, para realizar el lema: la educación llega a todos los “rincones”.

Fue así como la ocurrencia desde el balcón suplantó a la iniciativa y la experiencia de muchos expertos teórico-prácticos a los que pudo acudirse. Luego, ante las agitadas aguas, optaron por emplazar al sector a la “reinvención” antes que a solidificar remos para enfrentar las corrientes tempestuosas que transitaron.

Nadie en el sector educativo oficial levantó la inquietante mano, o el exclusivo smartphone, para proponer menguar en lo concreto los efectos de la frágil educación virtual, revisar la idea de enviar a los profesores a dos semanas de vacaciones antes que haber intentado emplear ese tiempo para capacitarlos, dar más cabida en esta modalidad al ejercicio de la salud mental, etc.

En paralelo, las autoridades podían haber negociado con empresas de telecomunicaciones el tema de internet en casa para profesores y estudiantes. No se trataba que respondieran como Finlandia (no Filandia, el pueblito quindiano al que se va a tomar café), pero tampoco promover orientaciones tipo coaching en tiempos virales, o posar con el gorro del restaurante escolar tal cual hace el secretario de educación de Pereira, Leonardo Huertas.

Aquí en la ciudad saltó la otra liebre, cuyas orejas era posible ver desde las distancias de abril. Un sinnúmero de familias de los colegios privados de Pereira, que no han podido seguir cubriendo parte o la totalidad de los pagos mensuales por los servicios educativos que reciben sus hijos.

Problema con varios ángulos, pues en estas IE, la nómina, alrededor de cinco mil personas, mayoría operando en la actualidad, son cubiertas en alto porcentaje por los ingresos directos de quienes pagan por el servicio y ahora se ven empujados al abismo.

Situación que de hecho debe auxiliar el Estado, y cuya participación complementaria deberán evaluar los entes territoriales sobre recursos de libre destinación y acuerdos con las IE, que permitan ayudar a los estudiantes afectados y a los profesionales que los orientan.

Sin omitir, conforme al marco constitucional, que por asuntos de este calibre no se puede impedir a ningún estudiante ingresar al aula de clases, hoy virtual, escenario que la secretaría debería vigilar con criterios más educativos.

Anotaremos que, en el caso de Pereira, el secretario Huerta, tras sus prácticas típicas del concejal repartidor, no tuvo la iniciativa para levantar nada ante el Ministerio de Educación. Tampoco buscó asesoría de diversos profesionales cuyo carácter -¡deberá saber él!- no consiste propiamente en un show de “influenciadores”, como los calificó; sino en años de formación, práctica y sobresalientes resultados en las IE de la ciudad en las que han laborado.

No miró ni a la Universidad Tecnológica, para evaluar los programas que allí implementaron dirigidos a los estudiantes con problemas de acceso al internet. Y aténganse, emitió un comunicado oficial en el que, en buena medida, carga parte de la responsabilidad de la actual situación en los colegios privados, a los padres de familia.

Sacó de la maleta la idea de la “cultura del no pago”, como si las familias hubiesen cultivado durante un periodo de tiempo y bajo un conjunto de prácticas comunes –requisitos para ser considerado como atisbo de “cultura”– la idea de esperar un acontecimiento trágico para difundir la práctica del no pago.

Cabe concluir que en la actualidad estos problemas se profundizan. No se puede menos advertir que el secretario de educación ya no entrega mercados. Ahora posa con las cajas de computadores del gobierno para los niños, lo que ratifica que éste extravió su oficio entre el rol de hombre cotero y los anhelos de ser concejal en épocas de entrega masiva de ayudas oficiales.

Mirándolo desde el punto de vista alegórico, nos llega el recuerdo del hoy secretario en época de precampaña electoral, cargando una liviana maleta roja en la que “guardaba deseos” como método del “alcalde profesor” que aspiraba ser. Se puede interpretar a favor de él que dio suficientes muestras de que el campo educativo no era su fuerte.