Su figura se hizo conocida en el Café Automático de Bogotá y en los otros lugares donde solía reunirse con sus pocos amigos a hablar de fútbol, jugar ajedrez o tomarse el aguardiente que lo acompañó hasta en el lecho de muerte.
Por: Lina Alonso Castillo*
Decidemonio decimonónico
Para comenzar recordemos su registro personal:
“Estado Civil: Casado, bígamo y aún trigémino; Salud: Muy buena, gracias; Estudios que ha hecho: Filosofía y Letras – Un año de Ingeniería – Veinte años de tanteos sin rumbos; Escuela o colegio en que los hizo: Universidad de Antioquia – Escuela Nacional de Minas – Calle, alcobas, bibliotecas y cafetines; Grado o título que posee: Opifex Verborum – Extractor de esencias – quintas – Musúrgico – Acontista, etc. -Relapso y contumaz hereje-”.
O como lo dijo en uno de sus versos:
“Venido a menos Viking, de poeta/ (Y en el Trópico!) Estoy (…)”.
Estos versos resumen el sino vital que siguió al autor para gracia o desgracia de su época, para confusión o entendimiento de sus lectores.
Podría hablarse de este poeta como un extenuante híbrido de gótico y tropical (no en vano sus raíces europeas se mezclaron con su fuerte raigambre colombiana) o como un enciclopédico fárrago de principio a fin (en su acepción más familiar).
Francisco de Asís León Luis Bogislao de Greiff Häusler nació en Medellín en 1895. Dijo haber sido coetáneo de José Asunción Silva por diez meses y también dijo llamarse León por la irrefrenable pasión de su padre por la obra del anarquista cristiano León Tolstoi.
Su bisabuelo, Carl Segismund von Greiff, proveniente de Suecia, arribó a Colombia en 1826 y luego toda su familia se asentó en Antioquia: en Medellín y en su recordada Bolombolo, que llamaría en sus utópicas sagas escáldicas “Korpilombolo”.
León de Greiff y Gabriel García Márquez, foto de Nereo López. Foto: Biblioteca Luis Ángel Arango |
Después de ser expulsado de la Escuela de Minas (debido a “eventos” entre godos y liberales en la plazuela de San Ignacio) en 1913 pasó a ser secretario privado de Rafael Uribe Uribe, y en 1915 fundó con otros compañeros de la época el movimiento Panida (en honor al dios morador de Arcadia: Pan).
Este grupo reunía a trece intelectuales alrededor de las primeras lecturas simbolistas y filosóficas que llegaban de Europa. Se encontraban entre ellos Fernando González (el recordado “Brujo de Otraparte”), Ricardo Rendón, Pepe Mex Ristas,/Crispines de elásticas eterminado la corta publicacie los jdo Gonzía y Teodomiro Isaza.
En Medellín cafetines y billares como El Globo, La Bastilla, La Guapa o El Vesubio presenciaron las reuniones o aquelarres de los jóvenes que entre tinto y tinto conformaron una generación de:
“Melenudos de líneas netas, líricos de aires anarquistas/, hieráticos anacoretas, /dandys, troveros, ensayistas,/en fin, sabios o analfabetas,/y muy pedantes, —si os parece—/explotadores de agrias vetas/¡los Panidas éramos trece!”.
No obstante, entrado ya el siglo veinte era difícil mantener actividades en un solo lugar, ya fuera de tipo económico o intelectual, y la gran metrópoli (Bogotá en ese entonces) reclamaba la atención de la periferia y conminaba a las nuevas élites letradas a establecer un lugar de consolidación y recogimiento para la producción cultural que los acontecimientos exigían.
En la transición del siglo aún se movían los pozos del modernismo y de las incipientes vanguardias, y en Colombia se acumulaban la primera Violencia, la Guerra de los Mil Días y la separación de Panamá. Era la época dominada por Miguel Antonio Caro en la Presidencia del gramático país al que sobreviviría De Greiff. Luego vendría el fulgor del siglo veinte y la modernidad convulsa de ruido y luz.
Panidas, Nuevos y Piedra y Cielo
Como si el número de sus fundadores hubiera determinado la corta publicación de la revista Panida, los jóvenes bohemios, “camorristas,/ Crispines de elásticas tretas/inconsolables, optimistas”, vieron el fin temprano de su frenético movimiento.
En 1917 De Greiff pasó a vivir a Bogotá, donde mantuvo su actividad intelectual interrumpida. En 1920, con Luis Vidales (ambos con acendrado influjo francés), Luis Tejada (quien decía que aunque De Greiff no era del gusto de todos no podía pasar inadvertido), Ricardo Rendón (caricaturista) y Jorge Zalamea (entrañable e inseparable amigo) creó la que sería otra generación dedicada al debate y a la disputa literaria contra-centenarista, conocida como Los Nuevos.
Después de los Nuevos, De Greiff presenciaría (sin hacer parte) el movimiento Piedra y Cielo, una generación de escritores de fuerte inclinación hispanista. Al margen de estos movimientos, el poeta ya tenía en su haber la publicación de cuatro libros; Tergiversaciones (1925), Libro de Signos (1930), Variaciones alrededor de nada(1936) y Prosas de Gaspar (1937).
Su figura se hizo conocida en el Café Automático de Bogotá y en los otros lugares donde solía reunirse con sus pocos amigos a hablar de fútbol, jugar ajedrez o tomarse el aguardiente que lo acompañó hasta en el lecho de muerte.
Ganó fama como poeta:
“Porque me ven la barba y el pelo y la alta pipa/dicen que soy poeta…, cuando no/porque iluso/suelo rimar —en verso de contorno difuso— /mi viaje byroniano por las vegas de Zipa (…)”.
Pero también se ganó la fama de hosco, solitario y huraño:
“Yo deseo estar solo. Non curo de compaña./Quiero catar silencio. Non me peta mormurio ninguno a la mi vera. Si la voz soterraña/de la canción adviene (…)”.
Exotismos, moxinifadas y otras escrituras
León de Greiff acompañado de Jorge Zalamea. Foto: Biblioteca Luis Ángel Arango |
Considerado un poeta neobarroco, De Greiff y sus heterónimos: Sergio Stepanski, Guillaume de Lorges, Claudio Monteflavo, Diego de Estúñiga, Gaspar von Der Nacht, Gaspar de la Nuit, Beremundo el Lelo, Leo le Gris, Judas el Obscuro, Matías Aldecoa, Erik Fjorsson o Harald el Oscuro, eran y no eran el mismo.
Sus heterónimos (que constantemente dialogan en su obra) representaron una soterrada resistencia al estilo que reverenciaba cada vez más la fluidez, la innovación, lo menos técnico y lo más menudo de la escritura moderna. Y sin embargo esta elección hizo que en él la conciencia de estilo fuera más singular y declaradamente original que ninguna otra.
Su estética, que se preocupa más por el juego que por el academicismo, no deja de ser una crítica constante a las formas preconcebidas de la lírica. Como buen apóstata de su época, De Greiff puso el acento de su palabra en la sonoridad para llenar de ritmos y contornos cualquier intuición de silencio.
De Greiff puso el acento de su palabra en la sonoridad para llenar de ritmos y contornos cualquier intuición de silencio.
En sus poemas la palabra experimenta la danza como las notas en una partitura musical, experimenta la explosión como un torrente de signos chapoteando y chorreando las páginas de neologismos, jitanjáforas y onomatopeyas. Es un poeta de imágenes y no de ideas; en su poesía descansa la sonoridad (no la música) que el lenguaje le ofrece para pastar en este abismo de paradojas y giros. Su técnica lexicográfica y formal deja ver la esencia de su poesía como una propuesta frente a la reflexión ornamental.
De Greiff hace devenir al lenguaje a su antojo. En su lírica convergen no solo uno sino miles de motivos y lugares que (comunes o no) hacen de su literatura un compendio referencial inagotable, un cifrado laberinto de giros del castellano antiguo: de ahí lo nefelibata, derelicto, drolático y esdrulógico de su voz. La incursión de De Greiff en la comunidad lírica latinoamericana representa la victoria de la forma sobre la idealización de los sobrios, discretos y solemnes contenidos de su tiempo.
El signo de Leo en la indescifrable constelación poética de Colombia tiene un lugar ganado por su capacidad de profanarse constantemente a sí mismo, hacer sátira no solo de sus textos (fárragos, mamotretos o farsas como solía llamarlos) sino de todo aquello que por su camino era símbolo, canción o relato:
“Libro de Sígnulos, Breviario/(ni tan breve) Disparatorio/ Centón sin ton, Haza y Grimorio/ de infra-poeta estrafalario,/de sota bardo perdulario,/ de cuasi-vate ex-pre-notario”.
León de Greiff hace un cauteloso homenaje a la ironía tenaz de Gotas amargas de Silva y a Luis Carlos López, autor de los sonetos tropicales, pero al tiempo nos entrega en una euforia sonora la burla de su escritura: “Esta poemática/ fantasista farsa grotesca/y sibilina/y bufonesca/ y antipática”.
El errar inmóvil de De Greiff (quien sin casi salir de Colombia imaginó extensas geografías de papel) terminó en 1976 en Bogotá. Dejó una casa en el barrio Santa Fe donde se encontraron algunos manuscritos (moxinifadas), discos y las innúmeras pilas de revistas y periódicos que reposan entre el ruido blanco de los burdeles y las cantinas del sector.
Recuerdan que a este pirata inmóvil o vikingo varado (según Germán Arciniegas) algunos de sus amigos le preguntaban: “¿León, está sufriendo mucho?”. Y este, como acabando una sinfonía, respondió: “Sufre mucho el hombre hace dos mil años”.
“Y en el recodo de todo camino/la vida me depare “un bel morir”:/despéineme un balazo del pecho el vello fino, /destroce un tajo acerbo mi sien osada y frágil:/de mi cansancio el terco ir y venir:/la fábrica de ensueños -tesoro de Aladino-,/mi vida turbia y tarda, mi ilusión tensa y ágil (…) /(un bel morir, un bel morir, un bel morir!)”.
* Estudiante de Literatura con énfasis en investigación, crítica y teoría literaria de la Pontificia Universidad Javeriana. Diplomada en Latín del Instituto Caro y Cuervo y egresada de Teatro de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño.
Artículo publicado en Razón Pública