Arenas, el poeta detrás del bronce y el concreto

 

Reseña de Crónicas de la errancia, del amor y de la muerte.

 

“En la virtud alienante del amor encuentro el refugio para las tristezas, los miedos, las pesadumbres, las derrotas, las blasfemias”.

Rodrigo Arenas Betancourt. Crónicas de la errancia.

 

Escribe / Felipe Osorio Vergara – Ilustra Stella Maris

 

Rodrigo Arenas Betancourt es, quizá, el escultor figurativo más importantes del arte colombiano. Sus obras monumentales se yerguen en plazas, parques y jardines de diferentes sitios públicos del país, representando cristos y prometeos, pero también retratando las gestas y personajes de la historia nacional. Sin embargo, una de sus facetas menos conocidas ha sido la de escritor.

El escultor antioqueño fue también un notable escritor. Incluso, nuestro Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez, veía en Arenas un “escritor oculto tras el escultor”, y destacó su libro Crónicas de la errancia, del amor y de la muerte, publicado originalmente en 1976 y reeditado en 2015.

Crónicas de la errancia, del amor y de la muerte es un ensayo autobiográfico en el que se narra con “una admirable plasticidad en el lenguaje, las hondas reflexiones sobre la condición humana y la sincera exposición del dolor y la alegría del cronista”, como reseñó la Cámara Colombiana del Libro en su catálogo de libros colombianos de 2018. Es, además, una obra que no sigue una estructura cronológica, sino que, tal y como lo señala Arenas, “sigue el curso libre del sentimiento y el recuerdo”.

En las 125 páginas Arenas se confiesa en un testimonio lacerante, a veces desgarrado (tal y como hacía con sus Cristos) que muestra sus más secretas intimidades. Escudriñando entre sus líneas se recrea a un artista humano, cercano al pueblo, agobiado por preocupaciones contemporáneas pero que, ante todo, no buscó que su figura fuera heroizada ni colocada en un pedestal. En su lugar, narró su vida como mirándose al espejo, sin tapujos, mostrando sus defectos y errores, dando cuenta de la transparencia y sencillez que lo caracterizaron.

José Alvear Sanín, editor e historiador miembro de la Academia Antioqueña de Historia y coautor del libro Aproximación a Rodrigo Arenas Betancourt (2019), reconoce la importancia de la obra literaria del maestro: “Si Rodrigo no se hubiera dedicado a las artes plásticas y en su lugar se hubiera dedicado a la literatura, yo creo que hubiera sido de los grandes de la literatura colombiana. En sus libros manifiesta un conocimiento sorprendente del arte antiguo, de la escultura griega, del renacimiento. Era un hombre inmensamente inquieto y dejó en esos libros grandes preocupaciones artísticas, intelectuales, morales y filosóficas”, sostuvo.

Arenas se confiesa en un testimonio lacerante, a veces desgarrado, que muestra sus más secretas intimidades. Escudriñando entre sus líneas se recrea a un artista humano, cercano al pueblo, agobiado por preocupaciones contemporáneas.

En su obra, que escribió sin intertítulos ni cortes, refleja sus conocimientos de la poesía, pues juega con el lenguaje, con el erotismo y el manejo de un tono que, gran parte del libro, es reflexivo e introspectivo. “Él escribía muy, muy lindo. Era un gran escritor y un gran poeta, aunque no hiciera las poesías en forma de verso. Crónicas de la errancia, del amor y de la muerte es un libro lleno de poesía bellísima. Él decía que, muchas veces, no se sentía escultor sino poeta, y que hacía escultura para representar sus poesías”, explicó María Elena Quintero, poeta y viuda del maestro.

Opinión semejante expresó el cuentista, novelista y crítico literario antioqueño Mario Escobar Velásquez en su libro Diario de un escritor: —Extractos— (2001). Crónicas de la errancia, del amor y de la muerte es un libro “muy bueno, porque la buena literatura no es palabras bien o mal hiladas, sino hechos. Y caracteres de las gentes. Y los hechos que narra el autor son muy bellos. (…) Arenas pretende escribir “bonito”. Se falsea, aun cuando hay trozos del buen escribir. En otras veces sé yo que los hechos bien contados hacen lo que para mí es la literatura mejor. Y eso da el chaparro, en un libro chaparrito muy bello”.

El libro oscila entre cuatro temáticas centrales referidas por el autor:

1- El destierro o la errancia.

2- El amor.

3- El combate por el sustento diario.

4- La pasión por el arte.

Ahora bien, la muerte es la sombra detrás de cada uno de estos aspectos; está presente, se relaciona con ellos y, muchas veces, se narran algunas escenas de sus distintas formas de entenderla: desde el ritual sagrado del sacrificio para las culturas prehispánicas de México, pasando por el duelo y el ritual católico de la muerte, hasta las Catrinas de azúcar que regalan a los niños mexicanos el Día de los Muertos.

“Aquí todos seremos cenizas, hermanadas cenizas. Aquí estamos juntos ya y las voces de las cenizas y la cal son más poderosas que las lamentaciones de las mujeres parturientas, que los gritos de los guerreros, que el retumbar del trueno en las ingles de la tierra y que el canto de las sirenas”.

 

El fredonita errante

“Hay en mi familia un ancestral anhelo de trashumancia que tiene algo de gitano. Mi padre me hablaba de sus fantásticos e imaginarios viajes, porque era un trotamundos frustrado y vivía ansioso de los horizontes y los caminos”.

La búsqueda de nuevos horizontes en la México de los años cuarenta, su acercamiento con el muralismo y su interés por entender las culturas prehispánicas marcaron su etapa de errancia.

En su libro, ‘Giotto’ (apodo mexicano de Arenas Betancourt), dejó escritas sus impresiones del país que lo acogió por más de 20 años, su sorpresa por el “albur” (habla popular de doble sentido), sus amistades, la idiosincrasia y hasta su manejo de algunos mexicanismos como piloncillo (panela), pepenador (reciclador), pulque (licor de maguey) y canana (cinturón para cargar cartuchos. Muy comunes durante la Revolución Mexicana).

“En Fredonia soñé al mundo, en el mundo añoré a Fredonia. Para mí la patria, la inmensa patria, es tan grande y tan pequeña que cabe en un dedal” Arenas Betancourt.

A México llegó después de que se censurara su Eva desnuda en 1944, y allí se sostuvo económicamente, los primeros meses, con apoyo de sus amigos antioqueños.

En su periodo de errancia también entran sus años en Estados Unidos y Europa, donde trabajó en la embajada colombiana en Italia. Sin embargo, su nostalgia por el Cerro Bravo, por las montañas de su tierra, por su país, es una constante.

En Crónicas de la errancia, del amor y de la muerte, se muestra el choque de identidad que tuvo después de tantos años fuera de Colombia; reflexiona en torno a su condición de extranjero y esboza ideas sobre la patria: “En Fredonia soñé al mundo, en el mundo añoré a Fredonia. Para mí la patria, la inmensa patria, es tan grande y tan pequeña que cabe en un dedal”.

 

El maestro del amor y el erotismo

Esta es una de sus obras más poéticas y eróticas, pues representa a un flautista sin flauta que toca música, junto a una bailarina que baila música imaginaria. El flautista y la bailarina. Parque Lleras. El Poblado, suroriente de Medellín. Fotografía / Felipe Osorio Vergara

“Sé que por el amor vivimos, sé que por el amor sufrimos, sé que por el amor el espíritu se enciende, sé que por el amor estamos ligados todos los seres y todas las cosas”.

Otro aspecto central de su obra escrita es su profundo erotismo y apasionada manera de amar. En su libro se dirige a varias confidentes como María Eunice Agudelo (que menciona más de 20 veces), Celia Calderón de la Barca (la nombra casi 20 ocasiones), Constanza Herrera (la cita poco más de 15 oportunidades), Esperanza Olivares y Lydia Rosas (su primera esposa y a quien dedica el libro).

La mujer como musa, pero también como Coatlicue, diosa de la fertilidad azteca que funde en sí el principio y el fin. Así, Arenas presta especial atención al acto de la fecundación y podría decirse que equipara a la mujer con la tierra, resaltando su fertilidad. “Para mí todo es problema de mujer: la enfermedad, la religión, la tristeza, la soledad, la tierra, la supervivencia, el alcohol, la creación, la alegría, la fortuna, la muerte… Todo es una pura y punzante angustia de mujer. Ni un solo segundo sin pensar en ‘ella’ (…) Todo está, y estaría muerto, sin esa ‘ella’”.

En su libro se entrelaza la relación de la mujer y el sexo con la muerte. “Arenas Betancourt le da nombre a la parca y habla con ella como si de una examante se tratase. De ahí lo dicho al principio: la muerte y el sexo son los motores de su trabajo creativo pues para el antioqueño no hay diferencia entre ambos”, como expone el periodista quindiano Ángel Castaño Guzmán en una columna para La Crónica del Quindío

Pero Arenas trasciende el concepto del amor y se atreve a dar una interpretación propia del sentimiento: “Para mí el amor es un sentimiento que se consustancia con mi existir desde los primeros momentos, desde los primeros recuerdos. Sí, Cota, mis primeros recuerdos son eróticos. Eróticos e inquietantes. Quizás eróticos y místicos”.

 

 

La hambruna y la crítica a la desigualdad

“Nuestro continente [América] es, por desgracia y maldición, el continente de la explotación imperialista, el continente arrollado por otros cristianos y católicos continentes y por inhumanas exigencias”.

Las grandes carencias que padeció en su infancia, producto de la pobreza, le hicieron aguantar hambre hasta el punto que veía a la hambruna como su permanente compañera. Mendigó en las fincas, hurgó en los cultivos y llegó a robar frutas en el mercado con tal de llevarse algo al estómago y darle de comer a sus hermanos. Sin embargo, ligó el hambre y la miseria a la muerte, pues describió en uno de los pasajes cómo una de sus hermanas murió en sus brazos por inanición. Narró también la desigualdad imperante en su Fredonia natal, en donde unos pocos se repartían la mayoría de la tierra, mientras el resto debía conformarse con ser peón de esos mismos gamonales.

Quizá la profunda desigualdad que vivió en sus montañas lo acercó a la izquierda y lo llevó a militar, por un tiempo, en el Partido Comunista en México. Aunque como él mismo diría, el impulso solo le alcanzó para ser un “revolucionario a medias”.

Fue crítico con el capitalismo salvaje, la sociedad de consumo y la instrumentalización del ser humano como una mera pieza en el engranaje del capital. Pero también se fue lanza en ristre contra las naciones más desarrolladas que imponían sus intereses y su cultura en América Latina. “Nos hemos dejado absorber por una sociedad de consumo, violenta, alienada, que nos utiliza como máquinas productoras de divisas y de lágrimas”.

 

Las manos hacedoras de arte

“El fabuloso mecanismo de las manos, de las manos que fabrican misteriosos artefactos, que acarician y guían, que malean el acero, que reparan las pequeñas y hogareñas máquinas, que doblan la tortilla y confeccionan tortas amorosamente…”.

Arenas Betancourt elogia las manos por su capacidad creadora, moldeadora, tan unida al quehacer artístico. Porque para Arenas el acto de crear, llámese fecundar, germinar, esculpir o pintar es la esencia misma de la vida. La creación le hace el quite a la muerte en ese juego eterno de Uróboro.

En su libro rememora sus primeros acercamientos al arte, viendo las cabezas de animales que tallaba su padre en madera, o la influencia de su pariente escultor, recién llegado de la España posguerra. Narra también sus visitas a diferentes museos del mundo, como un viaje retrospectivo a las fuentes primigenias del arte, que encontró en las ruinas de la Acrópolis o en el Museo Egipcio de Berlín. Sin embargo, sigue atado a sus raíces, a su Cerro Bravo, al que compara con las pirámides de Guiza o las de Teotihuacán.

Teme que la sociedad de consumo haya permeado también el arte y que muchos artistas hayan dejado de ser artistas para convertirse en meros mercaderes de arte. “Lo preocupa que los artistas, en el desespero que produce esta sociedad de consumo, y en la perturbación que sufren por no tener claros sus derroteros ideológicos, puedan tomar una actitud ante el mundo rencorosa o pesimista”, como expuso el escritor, académico y gran amigo del maestro, Otto Morales Benítez, en su tercer tomo del libro La montaña de la dura cerviz. 

“México se me ha entregado como una realidad en donde todo está dominado por el arte. Me interesa vivir en México, no porque pueda hacer arte, sino porque vivo en medio del arte”.

Su proceso escultórico tenía detrás un proceso de investigación marcado por la lectura y la escritura del tema de la obra. Conoce más detalles de su proceso creativo en la infografía a continuación.

Además de Crónicas de la errancia, del amor y de la muerte, el maestro Arenas publicó otros dos libros: Los pasos del condenado (1988) y Memorias de Lázaro (1994). En ambos hace hondas cavilaciones en torno a la muerte, el sentido de la vida y la libertad. Los dos libros se sumergen en la autobiografía, están marcados por su secuestro y por un desencanto de la humanidad. “Su pensamiento cambió radicalmente después del secuestro. Entró en una profunda desilusión del ser humano, al que él había idealizado tanto. Empezó a ver muy, muy cercana la muerte. Y empezó a escribir, dibujar y esculpir con el tema de la muerte”, señaló María Elena Quintero, quien fuera su esposa por casi veinte años.

Aún hoy se conservan inéditos varios legajos, papeles y bitácoras manuscritas con sus ideas, los símbolos ocultos en sus monumentos y remembranzas de su vida, esperando en la que fuera su casa taller de Caldas (Antioquia), expectantes, quizá, a ser releídos y publicados.

 

Fuente: Rodrigo Arenas Betancourt, (2015). Crónicas de la errancia, del amor y de la muerte, Medellín, Colombia: Ediciones Unaula.

 

Arenas, el monumentalista de la montaña