La madre de la geloslogía

Bitácora de un periplo biobibliográfico por el universo de la geliá (la risa simbólica) como constructora del sujeto y la sociedad. El Cartel del Humor.

 

Por / Carlos Alberto Villegas Uribe*

Desde la perspectiva de la investigación protagónica que promueve la implicación del sujeto investigador en los procesos de indagación de la realidad, el presente artículo pone en valor mi narrativa vital y los aportes de la fallecida catedrática española Ana María Vigara Tauste en la consolidación de la geloslogía como una disciplina de las ciencias sociales que investiga y da razón del entramado biológico, psicológico, sociológico y semiótico de la risa simbólica (geliá) como constructora del sujeto y la sociedad.

 

El Cartel del Humor

Registrar la presencia de El Cartel del Humor en el Quindío significa señalar de nuevo la importancia de las iniciativas sociales y la miopía institucional para apoyar actividades culturales que buscan transformar la precaria realidad simbólica de nuestros pueblos.

El Cartel del Humor tiene una trascendencia histórica nacional en la caricatura gráfica —caricatografía— equivalente al movimiento nadaísta en la literatura colombiana. Y su quehacer tiene estrecha relación con el departamento del Quindío no solo porque algunos de sus integrantes éramos quindianos sino también por actividades como el Festival Mundial de Humor Gráfico Calarcá 89, calificado por el Magazín dominical de El Espectador como uno de los eventos culturales más importantes realizados en Colombia en la década de los ochenta, o la existencia en Calarcá de la Escuela de Comunicación y Creación Visual Taller Dos.

La creación de El Cartel del Humor fue liderada por el químico y caricatógrafo quindiano Jairo Peláez —Jarape— y el ingeniero mecánico y caricatógrafo bogotano Germán Fernández —Fernández— como una disidencia del Taller de Humor que fundara la caricatógrafa bogotana Cecilia Cáceres —Cecy— en el programa de diseño gráfico de la Universidad Nacional de Colombia y que promoviera Bernardo Rincón —Rincón— y mangoneara Jorge Grosso —Mugrosso—.

El Festival Mundial de Humor Gráfico Calarcá 89 se consolidó a partir de una iniciativa que el colectivo de caricaturistas gráficos El Taller de Humor y la gestora cultural Gladys Molina promovieran en homenaje a Jarape: “La Fonda del Humor”. En esa ocasión tuve la oportunidad de discutir con Germán Fernández -Fernández-, en la casa de la Cultura de Calarcá,  una taxonomía sobre el arte de la caricatura que después desarrollaría en la tesis de mi maestría en comunicación, de la Universidad Tecnológica de Pereira, con el título  “La caricatografía en Colombia: Propuesta Teórica y Taxonómica” y posteriormente afinaría en la tesis doctoral “Psicogénesis de la risa, la risa como construcción de cultura” bajo la tutoría de la ya fallecida catedrática española Ana María Vigara Tauste en la Universidad Complutense de Madrid.

Ana María Vigara Tauste. Fotografía / Calle pintada

Teoría integral de la risa

Del arduo trabajo que constituyó elaborar bajo la orientación exigente y calificada de Ana María Vigara una teoría integral sobre la risa, que terminó siendo calificada Sobresaliente cum Laude, ofrece testimonio Joaquín Aguirre, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y director de la revista literaria Espéculo en el monográfico Humor  y Comunicación, dedicado a la memoria de mi tutora:

“Recogemos aquí también el artículo publicado en la revista por Carlos Alberto Villegas Uribe —que se sentirá orgulloso de ser considerado su “discípulo” y amigo, humorista gráfico colombiano que llegó a España para que Ana le dirigiera su tesis sobre el humor— con el título “El aporte de Ana María Vigara Tauste al nuevo paradigma de la caricatura. Semiótica, caricatografía y narrativa vital” (2007). La presencia de Carlos Alberto en España, en la Universidad Complutense, fue tan estimulante para él como para todos nosotros, incluida Ana. Disfrutaron ambos de un trabajo, intenso y dedicado, en algo que les motivaba profundamente: el humor. Tengo grabada la imagen de abrir la puerta del despacho y verlos, cada uno a un lado de la mesa, discutiendo sobre el desarrollo de la tesis doctoral.”

 

Chiste y comunicación lúdica

En el artículo citado por Joaquín María Aguirre yo había escrito:

Una necesaria declaración de pertenencia

Como lo afirma el teórico ruso Alexander Luria: “El lenguaje duplica el Mundo”. Sin embargo, habría que acotar también, para profundizar su hallazgo, que el lenguaje recrea el mundo. De esta forma el signo como instrumento de pensamiento y de creación de realidades no se agota en la simple función denotativa, sino que se prolonga en connotaciones sucesivas (función semiótica) que amplían las posibilidades de representación hasta niveles complejos que llevan al signo a estructurarse en metacomprensiones superiores que le permiten al ser humano trasformar ese mundo.

En primer término es necesario aclarar para el lector que la denominación de metacomprensiones la entenderemos en el presente contexto como el acumulado semiótico objetivado que permite dar cuenta de las categorías, propiedades y leyes que caracterizan, condicionan y definen cualquier fenómeno. La metacomprensión es, entonces, el resultado de un conocimiento que no se agota en la empiria, pero que se sustenta en ella, la cuestiona y la reevalúa, para dar cuenta de la realidad.

La metacomprensión se objetiva en distintos medios, se convierte en tradición académica, en instrumento del pensar que escapa al tiempo y al espacio para propiciar acumulados históricos sobre actos, procesos y discursos conscientes de la especie humana sobre la naturaleza. Además, propicia líneas de investigación y genera campos de indagación para aumentar las fronteras del conocimiento. Toda disciplina académica es, desde la anterior perspectiva, una metacomprensión, pero lo son también todos los saberes sociales incorporados que un grupo de interés enriquece y comparte mediante objetivaciones para operar en el mundo.

La risa como fenómeno humano —que posibilita la construcción de estructuras mentales de nivel superior, impulsa la construcción de sujeto, favorece la socialización y facilita la creación de sentidos alternos— constituye una de esas metacomprensiones que encuentra escenarios propicios en la reflexión académica, tanto de las ciencias básicas o exactas —a través de la neurociencia—, como en las denominadas ciencias sociales.

En esta oportunidad me referiré —desde esas metacomprensiones del ámbito de la comunicación— a los aportes que Ana María Vigara Tauste —profesora del doctorado La lengua, la literatura y su relación con los medios, en la Universidad Complutense de Madrid— ha realizado a la estructuración de un nuevo paradigma de la caricatura y su taxonomía, campo del saber que demanda nuevos términos para denominar la novedosa representación de ese ámbito de la risa.

Por lo tanto, este ensayo, además de las argumentaciones propias de este tipo de texto, incluirá desarrollos de narrativas vitales que dan cuenta de las inducciones, deducciones y abducciones en tiempos y espacios pertinentes que llevaron a la nueva taxonomía, sus respectivas denominaciones y los sucesivos aportes que sugirieron los textos de la investigadora española.

Antecedente de una propuesta

Una narrativa vital y una pregunta hermenéutica como antecedente del encuentro con las propuestas de Vigara Tauste.

Desde las aulas de mi formación profesional una de las áreas de interés fue la semiótica como teoría comprensiva de los signos, los códigos y las estructuras del lenguaje que permitían la comunicación entre los seres humanos. Y dentro de estos lenguajes, el interés por el lenguaje gráfico que cobraba importancia en Latinoamérica a través de los análisis críticos de la historieta. Mattelard y Roman Gubern descifraban las estructuras comunicativas e ideológicas que se ocultaban en la aparente simpleza de las narraciones y de la ingenuidad de los personajes caricatográficos.

Índices, iconos y símbolos aparecieron como una triada conceptual exponencialmente compleja, pero útil, que se releían en personajes, viñetas, globos de diálogo y de pensamiento, onomatopeyas, cartuchos y apoyaturas como códigos gráficos denotativa y connotativamente válidos para constituir relatos y metarrelatos.

Sin embargo, sólo fue hasta el encuentro directo con los creadores de narraciones gráficas, al final de la década del 80, que mi interés en la semiótica gráfica derivó a las posibilidades de categorización de ese universo simbólico ofrecido por los entonces denominados caricaturistas colombianos. En 1986 los miembros del Taller de Humor de la Universidad Nacional de Colombia, creada por la diseñadora gráfica Cecilia Cáceres -Cecy- y liderado por Bernardo Rincón y Jorge Grosso, llevaron al Quindío La Fonda del Humor, una exposición en homenaje a un quindiano integrante del grupo, Jairo Peláez Rincón -Jarape-. Este evento liderado por Gladys Molina permitió que conociera a Germán Fernández al caricatógrafo del Taller de Humor que con mayor interés había intentado comprender las distintas expresiones de lo que ahora denomino, en el nuevo paradigma de la caricatura: la caricatografía.

Entonces un diálogo fluido en torno a la producción de la gráfica humorística colombiana y la pregunta por una taxonomía comprensiva de sus diferentes expresiones afianzó la amistad con Fernández. A lo largo de varios años esa pregunta de indagación acompañó mis desempeños profesionales en la educación superior y la comunicación institucional.

Investigación protagónica 

De hecho me integré en la Asociación de Caricaturistas Colombianos Cartel del Humor, sociedad protectora, que surgió como disidencia al Taller de Humor, en parte motivado por la posibilidad de conocer, en una actitud de investigación protagónica, los procesos creativos de estos artistas gráficos.

Así que mientras participaba con ellos en la fundación del Cartel del Humor, instituíamos el pabellón del humor y se fomentaba la fisonomía caricatográfica en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, participaba de eventos como Hacienda Haciendo Humor, en los centros comerciales de la capital. Dejaba constantes espacios para el conocimiento directo de los tipos de expresiones de los caricatógrafos asociados y sus procesos creativos. Así conocí el concepto de humor manejado por el infatigable y saquisastémico Jarape. Descubría en los arco iris de Elena Ospina, la ternura como una fuente de placer a la que no hace referencia Freud. Intentaba entender el concepto del caricatógrafo como profesional en las audacias de Vladdo. Captaba el concepto de predominio en la especialización de Linares como Fisonomista Caricatográfico. El concepto de consecuencia ideológica en la caricatografía política de Calarcá. La belleza surrealista del Hombre que Imaginaba en la tira cómica de Azeta. Las posibilidades de la síntesis en las disyunciones caricatográficas de Sergio Toro. La polivalencia de la línea como herramienta de estilo en las manos de Diego Toro. La plasticidad y la violencia creativa en la propuesta gráfica de Pinto. Las demandas de lecturabilidad occidental en el humor gráfico de Fernández. Las fortalezas y limitaciones de cada uno de ellos en los diversos géneros caricatográficos.

En el 89, en el contexto de la organización del Festival Mundial de Humor Gráfico, realizado en Calarcá, como uno de los eventos de la década, presenté ante los organizadores un ensayo taxonómico que establecía cinco hitos de la caricatura en Colombia. El ensayo que se apoyaba en la revisión caricatográfica liderada por la pintora colombiana Beatriz González en la colección del Banco de la República: “Historia de la Caricatura en Colombia”, fue publicado por el Diario La República bajo el título: “Apuntes para clasificar la Historia de la Caricatura en Colombia.”

Acicateado por el interés en la caricatografía como fuente de comunicación humana inicié la Maestría en Comunicación Educativa. El estudio de las muestras caricatográficas me llevó a interesarme en la risa como sustrato esencial de la caricatura. En ese entonces todavía no sospechaba la taxonomía que la indagación permanente del corpus gráfico y teórico habría de sugerirme. La aparición de un clásico en las manos del maestro Calarcá: La risa, de Bergson, y la obra Filosofía de la risa y el llanto del filósofo Alfred Stern que llegó a mi biblioteca a través del crítico literario Carlos Castrillón, sumado al tradicional trabajo de Freud: “El chiste y su relación con el inconsciente”, dieron pábulo a cavilaciones iniciales sobre los mecanismos de la risa. Estas obras abrieron el camino a las reflexiones de Aristóteles, Lipps, Kant, Schopenhauer, entre otros.

La propuesta de Vigara

A medio camino de mis tesis de maestría encontré en la Revista Espéculo No. 10 de la Universidad Complutense de Madrid el artículo de Ana María Vigara Tauste: “Sobre el chiste, Texto Lúdico”, correspondiente al capítulo I de la obra El chiste y la comunicación lúdica: lenguaje y praxis. En él, la investigadora en medios de comunicación establecía las notas características de este género humorístico y establecía las coordenadas del humor, lo cómico y lo humorístico, apoyándose en los aportes de diversos cultores españoles del chiste oral y gráfico.

Mis indagaciones habían sugerido ya que la relación entre risa y la caricatura mostraba una serie de expresiones mediáticas que tenían como finalidad hacer reír a pretendidos receptores, pero que escapaban a la clasificación gráfica. Entonces Vigara, en el ejercicio de establecer los límites conceptuales entre el humor, lo cómico y lo humorístico, para apoyar sus argumentaciones, deslizó un concepto de Wenceslao Florez que corroboró la orientación de mis indagaciones:

El humor es, sencillamente -dice Wenceslao Fernández Flórez-, una posición ante la vida”; y no, “como vienen sosteniendo los filósofos, una variedad de lo cómico, sino un fenómeno estético más complejo, un proceso anímico reflexivo, en el que entra como materia prima e inmediata el sentimiento de lo cómico en cualquiera de sus múltiples formas”. Podemos, pues, “utilizar el vocablo ‘humor’ para designar el sentimiento subjetivo, y reservar para sus manifestaciones objetivas el nombre de ‘humorismo’. El ‘humor’, pues, será para nosotros una disposición de ánimo, algo que no trasciende al sujeto que contempla lo cómico, y llamaremos ‘humorismo’ a la expresiónexterna del humor, mediante la palabra, el dibujo, la talla, etc.”.

Ana María Vigara, en su argumentación brindaba la espada conceptual para romper el nudo gordiano de todas las otras expresiones que pretendían hacer reír a unos posibles receptores y que no se agotaban en lo oral y lo gráfico. Además separaba la capacidad de su vecino de asumir de manera positiva la vida (buen humor) a la persona que en una actitud volitiva y haciendo uso consciente de los mecanismos de la risa, busca la externalización de una emoción humana que se expresa desde el caquino, pasando por la sonrisa y el cascabeleo, hasta alcanzar -si se lograba- el hipido. Para Ana María, “En su tercera acepción, la que nos interesa desde el punto de vista del chiste, humor pasa a ser una actitud en acción, dirigida también en una sola dirección, la positiva, y con pretensiones cómicas; en la realidad del uso, “humor” especifica en esta acepción al sustantivo, con un significado equivalente al del adjetivo humorístico: “literatura de humor”, “revista de humor”, etc.”

Desde esta comprensión del humor como una actitud en acción, Ana María brindaba un camino para diferenciar las distintas producciones humanas originadas como un acto de voluntad que cumple la función social de hacer reír. En consecuencia la disertación de Ana María permitió extender el concepto de humorista al de caricaturista como aquella persona que poseyendo una especial manera de enjuiciar, afrontar y comentar las situaciones con cierto distanciamiento ingenioso, burlón y, aunque sea en apariencia, ligero; hace uso de ella con clara intención de resultar cómico o, al menos, de que tal disposición se le reconozca públicamente y se disfrute (otros disfruten) de ella. Desde la lectura ampliada de la propuesta de Ana María Vigara Tauste, el caricaturista es aquella persona que con una actitud de acción hace uso de recursos comunicativos (signos y códigos estructurados) y de diversas posibilidades expresivas (escritura, voz, sonido, medios audiovisuales, esculturas o tallas, y gráficos) para cumplir su propósito.

La investigadora española brindaba desde su lectura de intención comunicativa elementos conceptuales de fondo para comprender la función social del caricaturista y redefinirlo desde una mirada holística. Esta lectura le aportaba la voluntad creadora o suscitadora de risa, a través de cualquier medio expresivo a las funciones sociales del caricaturista que ya se habían empezado a estructurar desde la lectura de Bergson, Freud y Stern.

Con Bergson se definía al caricaturista como la persona que acentúa el movimiento de la naturaleza, de los seres y de la vida social, brindándole más fuerza, exagerándola, hasta convertirlo en un elemento automático que provoca risa o hace sonreír. Por su parte el aporte conceptual de Ana María permitía extender esta comprensión de Bergson, a aquel cultor de la risa (actitud en acción) que entiende que el lado ceremonioso de la vida social encierra lo cómico en estado latente y devela con una compleja expresión (literaria, gráfica, escultórica, audiovisual o sonora) todo tipo de fosilización y mecanización del rito que convierte lo cotidiano en mascarada social.

Sin embargo, mientras Bergson enfatizaba el carácter intelectual de la risa (globo abstracto), Stern dirigía sus comprensiones al globo emotivo (la emoción como una respuesta intuitiva al cúmulo de valores socialmente construidos) y favorecía la definición del caricaturista como un individuo esclarecido (apoyado en sus valores individuales, pero con una luminosa conciencia de los valores universales) que se ríe de la sociedad cuando esta quiere imponer como universales, valores abiertamente individuales o que responden sólo a intereses de colectivos sociales. Por su parte el énfasis teórico de Ana María Vigara complementaba la comprensión del caricaturista como un personaje inmerso en la historia de su pueblo y de su mundo, que evidencia  lo cómico de las situaciones y provoca la risa social para castigar a los individuos que transgreden el sistema de valores universales

La risa no se explica sin el placer, de allí la importancia de comprender también al caricaturista desde la mirada de Freud. Apoyados en las formulaciones del padre del psicoanálisis definimos al caricaturista como una persona que se caracteriza por el uso de un humor tendencioso -hostil o desnudador- para satirizar, agredir o defenderse y defender a los individuos o los colectivos sociales promoviendo un gasto anímico de coerción que provoca la catarsis social.

*Ph.D. en Lengua,Literatura y Medios, Universidad Complutense de Madrid. Estudios de Maestría en Creative Writting, Texas  Universiyty at El Paso