Puente que cruzo: David Torres

David Torres es un escritor español (Madrid, 1966), graduado en Filología Hispánica. En su blog Tropezando con melones*, de donde sacamos este texto, dice lo siguiente:  “He sido cobrador de recibos (muchos años), plantador de tronquitos en un vivero (tres semanas) y vendedor de enciclopedias a domicilio (dos días), entre otros excitantes oficios, de ésos que aparecen en las biografías de los escritores estadounidenses. Pero lo único que sé hacer y que he sabido desde siempre, desde que me mandaban redacciones de tema libre en el colegio, es escribir. Y aquí estoy, al cabo de cuatro décadas, con varios libros a la espalda: novelas (Niños de tiza (2008), El mar en ruinas( 2005), El gran silencio (2003), Nanga Parbat (1999)), cuentos (Cuidado con el perro (2002), Donde no irán los navegantes (1999)); un libro de viajes, La sangre y el ámbar (2006); poemas, Londres (2003)) y otros que se me olvidan. Colaboro habitualmente en el diario El Mundo y soy guionista del programa de televisión Al filo de lo imposible“.

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En Medinaceli hay una placa que recuerda el paso del poeta americano Ezra Pound en 1906. Entusiasmado por la lectura de El Cid, el gran poema medieval que inaugura la épica española, un joven Pound de 21 años preguntó a un lugareño si aún cantaban los gallos al amanecer, como en los tiempos del Cid. La placa reza: ‘A Ezra Pound. Aún cantan los gallos al amanecer en Medinaceli’.

Aparte de esa placa y de algunos bustos de artistas contemporáneos que no pudieron resistirse a esculpir su formidable y llameante cabeza, no hay muchos homenajes dedicados a su memoria. Más que uno de los grandes poetas del siglo XX, Pound es una presencia incómoda, solitaria y salvaje. Es difícil levantar un monumento a un hombre que se declaró admirador rendido de Mussolini, de Stalin y de Hitler; que lanzó y escribió proclamas antisemitas; que, desde la radio italiana, arengó a los Estados Unidos para que no entraran en guerra; que fue declarado traidor y encerrado durante varios meses cerca de Pisa en una jaula a la intemperie custodiada por el ejército estadounidense. Al final de la guerra, con 60 años cumplidos, solo el alegato de locura le salvó del juicio por traición y Pound pasó los siguientes 12 años saltando de manicomio en manicomio.

Sin embargo, antes de su calvario psiquiátrico, durante las primeras décadas del siglo, Pound había cambiado de arriba abajo la literatura moderna. Fue el mentor, descubridor y agente literario más perspicaz de todos los tiempos. Entre los escritores geniales que ayudó, publicó y protegió se cuentan James Joyce, T. S. Eliot, Williams Carlos Williams, D. H. Lawrence, Robert Frost, Ernest Hemingway, e. e. cummings y John Doss Passos. Tuvo el cuajo de corregirle varios poemas al mismísimo Yeats. Sin su ayuda, su entusiasmo infatigable y su generosidad transoceánica jamás habrían visto la luz obras fundamentales de la cultura como La tierra baldía o el Ulises.

En cuanto a su propia obra, hacia 1915, después de una media docena de libros publicados, Pound dedicó el resto de su vida a la escritura de un único y enorme poema que sería a la vez lírico y épico, trágico y cómico, sátira, crítica y autobiografía: una especie de Divina Comedia moderna que intentaba, según sus propias palabras, ‘manejar todo el material que Dante se había dejado en el tintero’. Al igual que el Ulises de Joyce, los Cantos de Pound resultan una especie de notas a pie de página de toda la literatura mundial; una compleja y refinada cornucopia, proteica y multilingüe, hecha de centenares de fragmentos propios y ajenos, ideogramas chinos, partituras musicales y tratados de economía; un vasto y casi inabarcable poema que incluye citas y referencias cruzadas de más de tres milenios de cultura, desde Confucio y los clásicos griegos hasta nuestros días. Faulkner dijo que a un escritor hay que medirlo por su capacidad de fracaso y que, según ese baremo, el fracaso más glorioso de la literatura contemporánea era el de Thomas Wolfe y después el de William Faulkner. Se equivocaba: el fracaso más grandioso de la literatura son los Cantos de Pound.

Para acometer una empresa de tal magnitud, Pound contaba con un bagaje literario único: lo había leído todo, de cabo a rabo y de oriente a occidente. Desde los primitivos líricos griegos hasta Villon y la poesía provenzal. Desde Dante y Cavalcanti hasta Lope de Vega y todo el Siglo de Oro español. Desde Catulo y Horacio hasta Li Po. Viajaba de un lugar a otro, de Italia a España, de París a Nueva York, como un vagabundo con un par de maletas, con su agitada cabellera, su bigote y su perilla, y aquellos ojos penetrantes que Hemingway definió una vez como ‘de violador fracasado’.

En 1924 se aposentó en Rapallo, cerca de Génova, desde donde asistió con simpatía al creciente auge del fascismo italiano. En esa época, Pound gastó considerables dosis de talento en estudiar ingentes volúmenes de economía e historia para acabar elaborando un ataque furibundo al capitalismo y la usura. Sus ideas sobre el flujo del dinero y la injusticia de los sistemas económicos llegaron a invadir su poesía, como en el célebre Canto XLV: ‘Con usura no tiene el hombre casa de buena piedra’. Una entrevista con Mussolini plagada de malentendidos le dio pie a subrayar su admiración por la figura del Duce. Al borde de la guerra, Pound manifestó públicamente su admiración por el dictador italiano, por Hitler y alabó el talento estratégico de Stalin, mientras que consideraba que Churchill y, sobre todo, Roosevelt, eran responsables de todos los males de la sociedad moderna. Su miopía política era tan enorme y fanática como su perspicacia literaria.

Al igual que tiempo atrás había defendido porfiadamente la prosa de Joyce o los versos de Eliot, Pound intentaba convencer ahora a todos sus amigos de lo acertado de sus teorías sociales y económicas. Su afán catequizador encontró desahogo al fin en una serie de emisiones radiofónicas donde el gobierno italiano le dio vía libre para que expresara sus ideas a través de las ondas. Mientras los cañones tronaban por toda Europa y el norte de África, Pound, en su programa Aquí Radio Roma, tronaba contra los líderes democráticos occidentales, vendidos al capital y títeres de la conspiración judía internacional, o bien leía versos propios y ajenos, y largas parrafadas de filosofía y economía, según fuese su humor del momento. Los servicios de inteligencia italianos no estaban seguros de que, en realidad, aquel viejo chiflado no estuviese enviando mensajes en clave al enemigo.

En septiembre de 1943, cuando las tropas aliadas estaban a punto de dar el salto a la península italiana, Pound salió de Roma solo y a pie, y recorrió cientos de kilómetros en trenes abarrotados de refugiados o caminando por carreteras bombardeadas. Dormía al aire libre, como en sus tiempos de poeta vagabundo. Llegó al Tirol, donde escapó de la milicia gracias a que un escultor de tallas de madera se quedó fascinado con la forma de su cabeza. Volvió a Rapallo para reunirse con su mujer y trabajó otra vez en su gran poema, sus traducciones, panfletos y artículos. Cuando la guerra tocaba a su fin, Pound se entregó al ejército americano que, desde entonces, no supo qué hacer con él. Lo trasladaron a un centro de prisioneros en las afueras de Pisa: unas cuantas celdas al aire libre rodeadas por una alambrada. Encerraron al viejo poeta en una de esas jaulas que casi no le protegían del mal tiempo, la lluvia o el sol. A las tres semanas sufrió un ataque de pánico y el médico del campo temió por su vida. Pound recordó su martirio en unos versos de los Cantos Pisanos: ‘Ningún hombre que haya pasado un mes en las celdas de la muerte / cree en las jaulas para las fieras’.

De regreso a los Estados Unidos, Pound se encontraba física y mentalmente destrozado. Un comité médico ordenó su internamiento en un centro psiquiátrico. Sus antiguos amigos (Eliot, Hemingway, cummings) y, sobre todo, su esposa Dorothy le ayudaron a salir adelante durante esos largos años de oscuridad. Al fin, en 1958, el gobierno retiró la acusación de traición y dejó libre al poeta que había pedido reiteradamente, en prosa y en verso, que ‘dejaran en paz a un viejo’. Al desembarcar en Nápoles, saludó al estilo fascista y declaró que su país era un ‘hospital de locos’.

En Italia vivió sus últimos años, en paz, saboreando la gloria, pero con una amarga sensación de fracaso en los labios. ‘No salió bien. Fue una chapuza’ dijo una vez, refiriéndose a su magna obra. Lo dijo otra vez, al comienzo del inconcluso Canto CXX: ‘He intentado escribir el Paraíso’.

Ezra Pound murió en Venecia el 1 de noviembre de 1972, a los 87 años.

 

*http://www.hotelkafka.com/blogs/david_torres/?page_id=89