EL TUNNEL Y GARDEN: OCULTOS TEMPLOS DE LA MÚSICA ELECTRÓNICA

Desde los recovecos de la memoria humana las personas han buscado el placer en lo oculto, en lo prohibido. Para lograrlo, se han creado cofradías, muchas veces secretas, que recurren a los lugares más apartados para dar rienda suelta a rituales que juegan con los límites. Este es el sello de El Tunnel y Garden, clubes de música electrónica marcados por el secreto y su única publicidad es el voz a voz.

 

Escribe y Fotografía / Juan Diego Londoño

Al ingresar a este lugar el visitante quedará cegado por la oscuridad que envuelve cada rincón, mientras que sus oídos captan a lo lejos los sonidos distintivos de la música y el viento soplando. Un frío penetrante se filtra en la piel, generando temblores en el cuerpo, pero eso no detiene a los ravers que ansían bailar y sumergirse en este sitio constructor de experiencias. El Tunnel, un club nocturno diseñado para calentar los cuerpos y explorar los vicios más ocultos.

Lo paradójico es que, casi siempre, los ravers deben pagar un alto precio para ingresar, incluso después de largas filas. Entre las 9:30 PM y las 10 PM, los cuerpos en búsqueda de libertad comienzan a llegar, reuniéndose en este espacio donde el calor se desprende entre bailes, música, amigos y sonrisas. Conocido como “el roto” por algunos de sus residentes, su entrada se encuentra en la Avenida 30 de agosto, marcada por un portón que recuerda a una finca. Al ingresar, se escuchan los sonidos de los autos, camiones y bocinas de los vehículos que transitan por la carretera que va de El Pollo a La Romelia. El Tunnel, así suene a obviedad, es un túnel y por encima pasa esta importante vía.


En la pista de baile la tenue luz que ambienta este oscuro lugar permite percibir las siluetas de los cuerpos guiados al ritmo de la música.

Bajo el manto estrellado de la noche del martes 19 de septiembre del 2023, en el parque, corazón del barrio Santa Isabel en Dosquebradas, a las 9 y 12 de la noche, Juan Miguel Taborda estaba realizando una entrevista para un documental. La coincidencia es que precisamente era sobre El Tunnel Club. Juan José Muñoz, estudiante de Derecho de la universidad del Área Andina, en sus tiempos libres se dedica a mezclar tracks (pistas), dejando su esencia plasmada en cada sesión. Mientras avanzan los minutos, este DJ emergente de la ciudad cuenta su experiencia y su percepción del tan visitado sótano. Juan Miguel abre la conversación preguntándole a Juan José:

-¿Hace cuántos años asiste al Tunnel?

-Precisando una fecha, fue en el mes de julio de 2020, hace 3 años aproximadamente

La entrevista transcurre a medida que Juan José cuenta su experiencia. El entrevistador, con preguntas abiertas, continúa cuestionando:

-¿Qué piensa usted del Tunnel hoy en día?

-Es motivante, es gratificante ver que ya no es un espacio tan cerrado, puede ser un poco controversial, pero es chévere que la gente se culturice y ver cómo ha evolucionado este club en estructura. Es muy enriquecedor para la escena pereirana.

La escena se complementa con cada sujeto que aporta su esencia a esta cultura, dice Juan José Muñoz mientras es entrevistado para un documental.

Si bien todo lo que se ha dicho del club suena como un cuento de hadas en el que solo existen la fantasía y lo bonito, también se debe hablar de la realidad y escarbar el lado más oscuro de este lugar y los eventos que se llevan a cabo en sus profundidades. “Pasó de buscar convertirse en un lugar underground a volverse un deterioro, un amanecedero, mucha despreocupación por parte de la administración”, opina Juan José Muñoz, mientras se habla sobre la inclusividad del club. En el Tunnel se puede encontrar gente de todo tipo, como lo describe la universitaria Valka Arias: “los más alternitos, los más raritos, los más reguetoneros, los más neas”, convirtiéndose en un espacio diverso y multicultural donde todas las almas perdidas encuentran su lugar.

En la exploración de sus vicios ocultos, los ravers se sumergen en un mundo sin límites, donde la sobriedad se difumina entre el exceso de drogas. Sin precaución alguna, varios de ellos consumen tussi, perico o se tragan pepas de éxtasis. El calor genera una cascada de fluidos corporales en los danzantes, el olor a sudor se mezcla con el aroma del popper que consumen las personas cercanas. Además, el característico aroma de la marihuana impregna el ambiente, actuando como un calmante para la ansiedad interminable causada por el consumo de psicoactivos. Algunos de los asistentes parecen caballos desbocados que necesitan ketamina para encontrar la relajación.

Tunnel Club, un lugar en constante búsqueda de lo underground, se encuentra inmerso en una dicotomía. Por un lado, sus asistentes no siempre aportan comportamientos positivos, generando un contraste entre lo que se espera de un espacio underground y lo que podría parecer un “amanecedero”. Con capacidad para recibir hasta mil personas en una noche, este lugar se convierte en el epicentro de la “rumba”, donde todos buscan un espacio. Sin embargo, es importante señalar que la responsabilidad recae en el comportamiento de los ravers, y no en el establecimiento en sí, por aquellos de que se exceden en su consumo de psicoactivos y tienen un comportamiento cuestionable.

Un rincón encantado donde los pereiranos pueden deleitarse con el mágico amanecer, envueltos en melodías y emociones que se esparcen por el aire.

Contrastes

La escena de la música electrónica en Pereira se está expandiendo cada vez más, llegando a los rincones más profundos de la ciudad. Esta ciudad ha realizado importantes contribuciones a la cultura del techno. En el 2017, Tatiana Toro participó en un conversatorio sobre música electrónica, donde se concluyeron aspectos importantes publicados en el portal web “La cebra que habla”, destacando que “la escena de la música electrónica en Pereira ha surgido desde la clandestinidad, gracias a espacios y gestiones independientes”, refiriéndose a los clubes más íntimos de la ciudad, siendo espacios de menor tamaño y lugares más underground.

En los oscuros dominios de los clubes independientes, como Garden Underground, ubicado en la Calle de las Aromas, sector La Badea, Dosquebradas, se gesta una cultura única, que se asemeja a prácticas religiosas adoptadas por su dueño y administrador. Estos lugares, en busca de un ambiente sagrado, programan los llamados “Domingos de antro” como si fueran ceremonias litúrgicas. Desde tempranas horas, cuando el sol aún se asoma en su trayecto, a las 2:00 de la tarde, comienza el rito de revisar meticulosamente a los asistentes, llevado a cabo por “El negro”, quien no deja ni un rincón del cuerpo de los ravers sin inspeccionar. Todo esto, en cumplimiento de la regla más sagrada para la administración: “No ingresar ni consumir drogas en el club”.

Sin embargo, en este recinto a media luz, donde la música hipnótica y los ritmos frenéticos se entrelazan, las personas también se entregan a sustancias alucinógenas. Pero debido a las normas estrictas y al temor de ser descubiertos, los ravers lo hacen con cautela, como si llevaran en sus almas la culpa de su desobediencia.

Los clubes independientes como Garden se caracterizan por apostarle a los artistas locales que cada vez más aportan a esta cultura.

Los ravers ingresan para desatar sus deseos más profundos a través de los movimientos corporales generados por la acústica de “El antro más pequeño del mundo”, como acostumbra llamarlo la administración. Todas las noches de “antro” a las 12 se da el cierre del evento y los asistentes empiezan a evacuar atónitos por lo que se vive allí adentro. “Garden se volvió muy de nicho, la administración hizo que se volviera muy de nicho permitiendo tan poca gente en la entrada, le dan prioridad a los ravers que siempre han asistido”, comenta Juan Miguel, un universitario a quien su amor por la música y el género techno lo ha llevado a vivir experiencias en los dos clubes más reconocidos de la ciudad de Pereira. A Garden “traen a los mismos djs de siempre, parece que buscaran alejar a las personas que buscan otras cosas en la música y en la fiesta”. Esto lleva a los ravers a tener una alternativa que no los reprima ni los limite a la hora de ingresar y el Tunnel Club se ha vuelto al parecer la mejor salida para muchos.

En este espacio, los cuerpos se conectan al compás de la música y la liberación de emociones se eleva cada vez más. Es evidente el respeto cultivado entre los asistentes, una característica destacable de esta escena. Valka Arias, una visitante frecuente de El Tunnel, ha danzado entre la oscuridad y resalta que “en este lugar nos divertimos mucho, cada uno está en su mundo y nunca nos sentimos observadas ni acosadas. Ha sido un lugar seguro y cómodo para nosotras”. A diferencia de otros lugares, donde los “carniceros” (hombres acosadores) salen con sus deseos e intenciones de devorar, aquí se respira un ambiente de seguridad y comodidad.

No nos lo contaron

Hemos vivido una noche que parecía tejida por el destino. El 16 de diciembre de 2022, a las 8 y 30 pm, en la esquina de la carrera 5 del barrio Santa Isabel se encontraban Juan Diego y su primo Juan Miguel, como dos cometas errantes en búsqueda de su destino, cruzando las palabras finales antes de partir, cargados de emociones y expectativas que fluían como ríos de mariposas en sus estómagos. Era una noche que latía con ansiedad, y Juan Diego, tembloroso como una hoja en el viento, tomó su teléfono como quien agarra las riendas de un corcel alado para invocar un medio de transporte en esas plataformas clandestinas que susurran en las sombras evitando ser descubiertas.

La desesperación lo impulsó a aceptar al primer chofer que se ofreció en su pantalla, y mientras transcurrían siete minutos de espera, que se sentían como el tiempo restante para la detonación de una bomba, Juan Diego no podía soportar la espera. No podía esperar más por lo que sería el glorioso epílogo del año 2022, una terapia anhelada que le permitiría liberar su alma, escapándose de la melancolía que lo había atrapado como un enjambre de abejas.

Finalmente, la espera llegó a su fin, y Juan junto a su primo Miguel abordaron el medio de transporte clandestino, donde el chofer, con serenidad, los condujo a través de las carreteras que conectaban Dosquebradas con la Perla del Otún. A medida que avanzaban a una velocidad de 100 kilómetros por hora, se acercaban cada vez más al lugar de reunión.

El viaje, corto, pero eterno para los primos, finalmente llegó a su fin, pagaron el valor del recorrido y se adentraron en la fila. A lo largo de la entrada, que evocaba el recuerdo de un portón de finca, se encontraba el primer guardián de la noche, inspeccionando cada rincón de los cuerpos de los ravers para asegurarse de que ningún objeto amenazante o prohibido cruzara la puerta. Pasaron la primera requisa y comenzaron a descender por una loma larga, inclinada y mal iluminada, como si estuvieran descendiendo a un abismo sin salida.

Avanzaron y a 200 metros, desde la parte alta de la loma después del portón, divisaron el último filtro, la última barrera antes de penetrar en el sótano de los sonidos. Con cédulas en mano y sus membresías al alcance, fueron recibidos con un “bienvenidos”. Satisfechos, avanzaron con pasos largos hacia el interior de El Tunnel, ansiosos por recibir al gran maestro de la noche.

Esa noche, El Tunnel Club acogería al DJ belga Peter Van Hoesen, quien prometía una sesión hipnótica que sería como un vendaval fulminante para los oídos. Su experiencia como DJ lo había llevado a forjar un movimiento único, navegante en un mar de corrientes mentales y disonantes del techno.

“¡Juanmi, estoy llorando de la felicidad, qué musicón parce, es increíble!”, alcancé a decir.

Finalmente, el momento esperado llegó. Van Hoesen se alzó detrás del mixer, preparando sus memorias USB con cada pista que sacudiría los cuerpos de los ravers. Conectó sus audífonos al mixer XONE 96 y afinó sus sintetizadores, mientras Juan Diego, estimulado por la cantidad de luces neón y reflectores que variaban entre colores naranja, azul y blanco, cumpliendo un sueño largamente acariciado, bailaba sin descanso.

Su sonrisa irradiaba gratitud por cada frecuencia que se esparcía por las paredes del club, y en un éxtasis inimaginable, se cubrió el rostro y sintió cómo lágrimas de felicidad brotaban de sus ojos y suspiros de éxtasis que susurraban en el viento. Era un momento reconfortante, orquestado por el maestro belga como si fuera el director de una sinfonía de emociones y sonidos.

“¡Juanmi, estoy llorando de la felicidad, qué musicón parce, es increíble!”, alcancé a decir.

El frío penetrante se esfuma, los temblores corporales que denotaban ansiedad cesan, el calor de la “tumultera” acoge, el ambiente se impregna de notas musicales que se entrelazan en el aire, creando una sinfonía irresistible que fluye por las paredes de El Tunnel Club. A pesar de su estrechez, este lugar se convierte en un portal mágico donde los bajos, altos y medios resuenan con una acústica envolvente, haciendo retumbar cada rincón.

Los corazones de aquellos que buscan liberarse laten al son de la melodía, los ravers se dejan llevar por el ritmo arrebatador, quedando sin aliento en cada movimiento. Aquí, donde las emociones más ocultas se despiertan de una forma inexplicable, dando origen a momentos inolvidables que se graban en lo más profundo del ser. La fiesta ha terminado.