El 5 de mayo el estudiante Lucas Villa recibió ocho disparos por parte de un civil mientras se manifestaba pacíficamente en el viaducto de Pereira. El 11 de mayo fue declarado muerto. Acá los recuerdos de uno de los profesores de la UTP que lo conocieron.
Escribe / John Harold Giraldo Herrera[1] – Ilustra / Stella Maris
El año en que nació Lucas -1984-, el mundo estaba en caídas, no sólo de muros, sino de ideologías. El día que matan a Lucas, el país va en medio de revueltas, una muchedumbre, un pueblo que se ha alzado, en una serie de levantamientos. En Colombia, 37 años atrás, hubo otra masacre: en la Universidad Nacional, la policía arremetió contra estudiantes por protestar indignados por el asesinato del estudiante Jesús “Chucho” León, el saldo: seis acribillados, no ha habido justicia en este caso. Lucas Villa Vásquez vivió entre dolores de uno y otro asesinato, hasta el propio día de su crimen: “nos están matando”, luego de una semana de protestas, iban más de 20, a hoy son más de 50, y no cesan. Y no lo mataron, lo asesinaron.
Sus palabras durante el día de su fatal culminación, dan la vuelta al mundo las reacciones: “murió el alma de la universidad”, “nos dieron en la paz”, “nos mataron la alegría”, dicen. Lucas nació como semilla, recorre el mundo, no con sus sueños personales, ni de su familia ni de su padre quien inquirió tras una entrevista “queríamos correr juntos en un triatlón”, sino con los de una nación entera.
Lucas el cinco de mayo, se arregló muy bien su barba, la noche antes de salir, envió un mensaje a su amigo: “Que si toca irse, toca irse, güevón. No hay otra. Toca enfrentar eso. Y pues, ojalá que el espíritu nos guíe y nos cuide para que podamos sobrevivir y crear un mundo nuevo, güevón”. Se vistió de pañoleta roja, una camiseta azul de Star Wars, un pantalón blanco, unos tenis cómodos que usaba para trotar e ideas que siempre tuvo, más anhelos que nunca dejó de avivar, necesidad de pedagogizar: se subió a las busetas a contarle a la gente las razones del paro y transmitir una inmensa emoción. A Mauricio Gallo, su profesor de la carrera de Ciencias de la recreación y deportes, también le anunció que había que salir “a cuidar a la gente”.
Lucas ese día estuvo rodeado de un aura de elocuencia, marché junto a él, como miles, dado que fue una convocatoria a un carnaval cultural, donde artistas de todas las procedencias se expresaban con bailes, música, performance, poesía, teatro, y Lucas danzó capoeira en el Parque Olaya Herrera, donde la multitud levantó brazos e hizo un minuto de silencio por los desaparecidos, heridos y asesinados, también coreó con júbilo el himno nacional; lo vi acercarse y lo grabé dando el puño y mano a policías de un escuadrón que se mostraban amables; les dijo, son guerreros y héroes. Y continuó la marcha con fervor.
Al avanzar no dejó de estar entusiasmado, cantó, me tocó el brazo y sonrió, “profe, en esta vamos más unidos”. Tenía razón, nunca que se tenga antecedentes en Pereira, hubo tantas concentraciones, han salido hasta cinco marchas de sitios distintos y programaciones diversas de gente indignada; lo que se ha visto no tiene antecedentes directos después de casi 16 años de mandato del uribismo en el poder. Luego se subió en barandas, nadie más pudo, posterior gritó por la vida “primero lo primero, salud y educación”. Estuvo hasta lo último, como él era, entusiasta, con un manantial de luces. Agradecía en el viaducto –que comunica a Dosquebradas con Pereira– a las personas que llegaban con comida. Compartió con jóvenes barristas, les habló de su país, de lo importante de luchar y organizarse. No dejó de alzar con potencia su voz. En el audio a su amigo se escucha: “Puede pasar lo peor. Todos para todos”.
La secuencia de horror no es novedosa en la ciudad de Pereira. Juan Miguel Álvarez, en un reportaje titulado: “Tiros de gracia”, narró y mostró como varias personas (sobre todo habitantes de calle), han sido asesinados con armas y capacidades de gente profesionales. Por la época se leía en los muros: “Los niños buenos se acuestan antes de las 11, el resto, los acostamos nosotros”. Lo que sí nunca había pasado, en sesenta años de existencia de la universidad pública, es que hubieran asesinado a personas que han decidido marchar. Se tiene en la memoria el caso de estudiantes exiliados por amenazas y algunos que fueron objeto de expulsión de la UTP.
No es fortuito que en medio de la movilización cultural e incluso minutos antes de que las balas acabaran con su humanidad, estuviera señalado con un láser verde. Dos días después volví al Viaducto y un trabajador de una de las empresas de la zona me contó que había ayudado a alzar su cuerpo: “fueron desde una moto azul que dispararon”. Resulta además “curioso” que en las noches anteriores de manifestación el Viaducto tuviera iluminación y esa noche no. Los disparos se escucharon luego de las siete. “Yo vi los casquillos de pistola 9 milímetros”, narró el trabajador. La hermana de Lucas dice que el CTI no llegó al lugar de los hechos por pruebas. Tampoco aparecen los vídeos de las cámaras que pudieron haber grabado el hecho, me dijo la fiscal que lleva el caso, “porque están dañadas”. También me afirmó que “es importante que la gente denuncie y entregue las evidencias”. En una conversación con ella y personal de la Fiscalía, le conté de las cifras de heridos –iban más de 50– y que justo a la misma hora, dos días después, también asesinaron a otro joven participante en las protestas: Héctor Fabio Morales, a quien desde otra moto le silenciaron la vida, pero no sus justezas, en un audio se escucha a la mamá. “Vi enterrar a Gildardo Castaño, a Pizarro y ahora me toca a ti”.
Las autoridades han anunciado que los posibles responsables fueron la llamada banda Cordillera, para muchos es una marca que sirve para endilgarles cualquier caso, dado que desde el 2013 les propinaron varios golpes y el último fue en el 2018, haciendo extinción de dominio a más de 54 propiedades de sus líderes, incluidos alias Macaco. Lucas Villa era estudiante de décimo semestre, quienes estuvieron con él cuentan de su inteligencia. Uno de ellos dijo a la emisora de la universidad Tecnológica de Pereira “Nos conocemos mejor es en las salidas y Lucas, en medio de una larga caminata y todos cansados, nos daba ánimos y nos alentaba en continuar”, parecía incansable.
Lucas, además, siempre fue inquieto, hizo algunos años en el colegio Merani, estudió Lingüística en la Nacional, pero no la terminó, luego fue aventurero, conoció paraísos en Latinoamérica, pero parece que lo que más le causó transformación fue el hinduismo, fue profesor de yoga y orientó muchas ceremonias. Cualquier cosa que hacía no dejaba por fuera su conciencia social. Tanta era que prefería no ingerir alimentos con violencia. Le gustaban las frutas y los vegetales, y cuando comía, ofrecía una bendición o agradecía por los alimentos. Lucas amaba su país y estaba aferrado a la vida, su respirar daba cuenta de una pasión desbordante y una creatividad que dejaba a todos muy inquietos. “Era el que ponía la diferencia, y así las clases fueran aburridas, con sus preguntas e intervenciones, las hacía motivantes”. Su promedio fue de 4.5. Además, anduvo siempre en bicicleta, como un acto de fomentar la actividad física y respetar el planeta sin contaminar. Decía “hay que vivir con inteligencia”.
El profesor José Miguel Ramírez, un hiperpolíglota y cercano a Lucas, con quien recorrió senderos, montañas y paisajes, dice: “le apasionaron los deportes, contaba con un estado físico envidiable, además era un apasionado de la pedagogía”. Paso seguido, revela que también le “orientó con su luz”, comenta además que trabajó para ayudar a criar a sus hermanos menores. Ocho son, ahora más unidos que nunca, y han respondido con el lenguaje del amor. Su padre, Mauricio Villa, cuenta que una de sus hijas, que es geóloga, no ha podido conseguir empleo.
El país está a reventar, la sola cifra del 15 por ciento en la miseria, y el 42 en pobreza, además de alarmar, tiene al país sacudido. Una joven de 17 años, hija de un policía, luego de que cuatro miembros del Esmad la capturaran y aparecieran con ella en un vídeo, fue abusada y torturada en Popayán, se suicidó, sumando más de dieciséis casos reportados de también violencia sexual contra manifestantes. Las cifras son superiores a cualquier otro estallido que hayan reprimido regímenes totalitarios, más de cincuenta asesinados, cientos de desaparecidos, niños y adultos mayores, muertes por los gases lacrimógenos, una campaña intensa de amenazas de muerte a líderes, le han sacado el ojo a más de 16 jóvenes. Y la lista sigue.
Desde las barricadas de primera línea, el asomo del abandono se ha hecho evidente. Algunos de esas muchachas y muchachos, me han confesado que han comido mejor durante estos días, que la gente los ha respaldado y han sentido un abrazo y afecto que antes no tenían en la casa. Lucas ha dado lugar a murales en África, su modo de vida y lo que decía la conocen millares. “Somos noticia, pero no pararemos hasta que seamos historia”, se lee un cartel de una manifestante.
“En paz muchachos”, sentenció a la multitud posterior al acto de saludar a los policías, no lo hizo sólo él, otros más también se acercaron, además con una pancarta que les insinuaba: -A dónde fue el amor con el que juraste defender tu pueblo gritando “Dios y patria”-. Lucas fue un pacifista, el profesor Carlos Alfonso Victoria lo dice mejor: “un día Lucas fue mordido por uno de los perros de la Universidad, la reacción de Lucas fue pensar que el perro tenía hambre y le compró qué comer y le dijo que se reconciliara con él”. El cinco de mayo, alzó varias veces el puño, la frase del himno “Oh júbilo inmortal”, la pronunció con una vehemencia estremecedora. El 12 de mayo su familia salió a las manifestaciones, entre varios de los homenajes hechos, uno permanente ha sido el de enviar vibraciones y energías bonitas al universo, practicando yoga. Entre los marchantes, los hermanos de Lucas llevaron una tela y con letras escritas en azul escribieron: “Somos la revolución del amor, ¡Lucas vive!”.
A su papá Mauricio Villa, con quien debatía, le mostró los vídeos donde hizo de Clown, su fuerza creativa era la de poder “ayudar a las personas que tenían traumas desde su infancia”, en esos trabajos dijo otra frase fenomenal “nos vemos en el camino”. El camino de Lucas, que en otro episodio de su vida, cuando se accidentó en una bicicleta y estuvo cerca de la muerte, aseguró que no se podía ir así, sin más. Intuía que estaba para vivir momentos grandes y el paro lo tenía en alerta. Mientras se sostenía por un respirador y varios sedantes, los días en el hospital San Jorge, estuve dialogando con varios médicos, además de mencionarme el dictamen de diagnóstico reservado, sus explicaciones no eran muy esperanzadoras, al inquietarles sobre su estado “él ya no es candidato a nada”, “tiene reflejos de tallo”, “él está convulsionando bastante”; por esos siete días que allí pasó, salieron cadenas a desprestigiar su nombre: “era un gamín”, “es un muerto bueno”, esto lo dijo un gerente de un hospital en Antioquia, quien en su perfil luce fotos con el expresidente Uribe y, adicional, desde perfiles como el del exministro Londoño, salieron mensajes que decían: “Lucas disparó primero cuando no dejó pasar ambulancias, mató y violó gente”.
“Después del dolor vendrá un nuevo amanecer”, fue la frase que le puso la familia en el funeral. Las canciones, los mensajes, las maneras de enunciar, tanto del estudiantado como de la población en Pereira, en Colombia y en el mundo, ha sido el de acoger el mensaje de paz de Lucas, su alegría desbordante y su capacidad de ponerse en el lugar de los demás. La rectoría de la universidad, de Luis Fernando Gaviria, decretó tres días de luto; los profesores, en asamblea han reclamado justicia. La decana Patricia Granada de la facultad de Ciencias de la salud, en una emotiva carta, escribió: “Tu vida, siempre joven, será un homenaje perenne al estudiante universitario que alza su voz danzando y enseñando que la libertad es un derecho ya ganado por el que vale la pena luchar”.
El representante de los estudiantes del programa que estudió Lucas, Juan David Mesa Montoya, también pronunció: “Lucas pregonaba en sus charlas, conversaciones e intervenciones académicas el amor, la paz, el don de servicio a los demás; él y la naturaleza son uno mismo, pues tenía una manera mágica de conectarse con todo lo que brota de la tierra y los seres que la habitan”. Luego, la familia de Lucas ahora ha recibido amenazas. La presencia del Esmad a las afueras de su funeral, muy bien dotados de granadas aturdidoras y equipos letales de disturbios, molestó. Un abogado reconocido me dijo que el Esmad debía estar donde hubiese aglomeraciones y posibles asonadas, le contesté que al acto fúnebre se le ha conocido como un acto de respeto y honra a la vida, y de reconciliación. Lucas había donado sus órganos mucho tiempo antes de morir.
Fernando Zapata, ambientalista y trochero, me contó: “fuimos al nevado de Santa Isabel y como él no había otro, se subía a los árboles, a la hora de la comida no había quien lo parara, nos hacía reír, uno gozaba mucho con él”. Lucas Villa tenía el espíritu en la montaña, su paz en el yoga y la dimensión de la luz compartiendo con la gente. Convivió con su esposa y vivió cerca a la universidad, los vecinos lo han recordado con estas palabras en afiches, que el mismo Lucas les decía: “En este momento se puede conectar con el amor de una nación, intentemos hacer eso, es la única manera, porque estamos a punto de vivir lo más doloroso que nunca hayamos vivido y podemos todavía detenerlo, y de eso se trata”. Su camino y ruta fue el del buen y el bien vivir, al decaído le daba palabra y ganas, con el que quería discutía y peleaba con sus argumentos, pero al tiempo sanaba: ofrecía clases de reiki, y daba muchos consejos.
Una caricatura lo pone en la dimensión con Andrés Caicedo el literato y con el humorista Jaime Garzón, el uno se suicidó, al otro también lo asesinaron. En medio del paro y bloqueos en Pereira, y ante la situación, el alcalde de la ciudad Carlos Maya, llamó a la conformación de grupos civiles que resguardaran el orden para hacer frente común con las autoridades. La ciudadanía le ha constestado que los cien millones de pesos ofrecidos por los responsables, no hablan de un precio, sino que la vida tiene valor. Como dice la doctora Patricia en su carta: “Tu partida hoy hacia un plano superior, dejas tus huellas en este plano material, en tus arengas, que son la voz de un pueblo agobiado por la pobreza, por la pérdida de sus líderes asesinados, por la inequidad y la injusticia social (…) buscando un poco de esperanza”.
“El barbuchas era un gran deportista, excelente nadador, ciclista y yogui, runner ni se diga, un caballo para correr, era energía pura, siempre en movimiento”, postula el profesor Mauricio Gallo. Los días pasan, el joven barrista que también fue baleado, y tiene 17 años, mejora. Andrés Felipe Castaño es de lo que pasó de gritar gol y tener coros de equipos, a gritar “justicia”, se le veía contento porque las barras andaban unidas y construyendo país. Estuve con Lucas en el viaducto, me despedí a eso de las 6 y 30. A Lucas no lo vi más, sólo cuando, en un vídeo, con su misma fuerza y elocuencia, continuaba alzando su voz, esto fue lo último que salió de su boca, después de pregonar el pacifismo y el amor: “el terco, el dormido, despierten”, segundos después le dispararon en ocho ocasiones.
[1] Docente Universidad Tecnológica de Pereira, haroldgh@utp.edu.co