La Virginia, una historia que se repite

 “El río, valioso el río”, canta Juan José desde la ventana de su casa mientras observa la inundación en la calle 16 del barrio El Progreso. Aferrado a las rejas negras y con mirada alegre, parece querer despedirse de lo que él considera un evento normal de la naturaleza. Así como Juan José, decenas de niños viven las inundaciones desde el balcón de la inocencia.

Por: Carlos A. Marín

Con algo de sudor en mi frente, el calor agobiante y la necesidad innata de querer contar lo que sucede, me acerqué al ‘Puerto Dulce’ como se le conoce a este terruño de más de 100 años de historia.  

Recuerdo al pisar el jarillón de San Carlos, que no puedo obviar los antecedentes y el contexto del lugar que una vez tuvo como nombre Sopinga. Que aquel valle que se convirtió un siglo después en un territorio de negros provenientes del Chocó, mulatos llegados de Anserma y Apía, no ha sido entregado al hombre, la naturaleza aún lo reclama.

Es así como me permito caminar por la margen izquierda de los ríos Risaralda y Cauca, intentando conectarme con el verde que separa el agua de la tierra. Por cada sitio que paso observo cómo el agua arrinconó a los habitantes de los barrios ribereños. Viviendas con enseres perdidos, pantano hasta 50 centímetros por encima del suelo, ancianos sacando sus pertenencias, mujeres evacuando mascotas y jóvenes rescatando lo que no pudo ser destruido por el agua.

San Carlos, El Progreso, La Playa, Alfonso López, El Edén, San Antonio, entre otros, fueron lugares pensados en relación con el territorio; pero han sido golpeados nuevamente por el invierno. En ese recorrido pausado pienso que ha existido una relación difícil durante décadas. Recuerdo haber leído en la historia del municipio que la primera inundación ocurrió en 1950, cuando no se había constituido La Virginia, fue para la época una señal de la madre tierra.

Los jarillones construidos en el 2013 como plan de mitigación de la problemática siguen en pie, y con el sol embistiéndome en cada paso que doy, los camino con orgullo porque la fuerza del agua no ha podido derrocarlos; sin embargo la inversión que superó los $ 13.000 millones, debió ir acompañada de un cambio en el 100 por ciento del alcantarillado del lugar. Esto lo determinó la empresa de servicios públicos del municipio en aquel momento. Sin la modificación, el resultado de los jarillones se pondría en duda en el futuro, creo que el futuro es ahora.

Son más de tres kilómetros de jarillón perimetral, al mismo tiempo son 13 barrios afectado. Ancianos con trapeadores, niños con baldes y mujeres que mientras amamantan a sus bebés intentan atravesar los charcos. El panorama no es nada alentador.

Cada 200 metros hay una motobomba para evacuar las aguas, la de San Antonio apenas se está instalando. Son la solución más importante que tienen porque no ha culminado la primera temporada de lluvias del año. Los lugareños esperan que la inclemencia de los ríos no llegue otra vez hasta sus camas.

Uno de los mejores momentos del recorrido fue haber visto la confluencia entre ambos ríos, imponentes y desafiante, esta vez vestidos con aguas turbias y caudalosas, parecían enojados. Fue ahí donde entendí la relación de respeto que debe existir entre el hombre y la naturaleza.

En ese punto los ríos dividen responsabilidades por las tragedias que han causado. ¿Son tragedias ocasionadas?

Cuando aumentan los niveles del río Cauca, represa al río Risaralda, lo que provoca inundaciones en barrios como San Carlos y El Progreso; cuando el río Cauca está en niveles que superan los seis metros, busca las tuberías y alcantarillas para ingresar al territorio, afectando sectores como San Antonio y Las Américas.

Los ríos van buscando su trayecto, fue así como el agua tocó la puerta de la vivienda donde duerme el niño que partirá hacia Cali. A Juan José Reina no le molestó que el río lo haya visitado, se alegró cuando pudo verlo tan cerca; desde su ventana nunca lo consideró como una amenaza, por el contrario, le cantó para expresarle afecto.

Quienes no son tan inocentes son las personas inescrupulosas que en medio del pantano diseñan planes para ser beneficiados por el Estado. Algunos a carcajadas orientan a sus vecinos para acceder a beneficios después de ser censados. Ante la mirada atónita de los visitantes, ni siquiera se inmutan en guardar silencio. Ya todo está listo.

Doña Olga Mery Castro, abuela del menor, comentó que ha recibido propuestas de vecinos para trasladarse a un albergue con el fin de recibir ayudas, ella, pese a que su casa sufrió daños, se niega a desplazarse a otro lugar. La preceden 20 años en el sitio que no se dejan ahuyentar por los ríos. Ahí está y ahí se queda.

Esta vez, con otro Alcalde, nuevos habitantes, niños recién llegados a este mundo y foráneos enamorados de la frescura de los ríos Risaralda y Cauca, el municipio se pretende levantar sin que haya cesado la primera temporada invernal, de abril-mayo. La Cruz Roja, la Defensa Civil y el Ejército Nacional sirven como base para el trabajo de las administraciones, responsables deg atender a la comunidad en este tipo de situaciones.

Los damnificados superan los 1300 y desde diferentes sitios del departamento empiezan a surgir campañas. El mismo Alcalde de La Virginia, Javier Ocampo, estimó que para superar el problema de inundaciones se requiere de aproximadamente $ 60 mil millones.

Esa cifra no se sabe si llegará algún día, mientras tanto, no nos podemos quedar de brazos cruzados. Pase lo que pase en su municipio, no están solos.

@marin0319