Me gritó a la cara, provocando la risa de mi mujer, acostumbrada a sus explosiones de indignación ante asuntos tan dispares como los desaciertos del gobierno nacional
Como la del talante andariego de los gitanos, la figura del ave de paso ha devenido metáfora fácil relacionada con el tópico de la libertad. Esa misma condición la reviste de un carácter ambiguo y manipulable: lo mismo puede ilustrar el espíritu de aventura de ciertos buscadores como la irresponsabilidad propia de quien no quiere comprometerse con nada.
Para algunos esa es una de las características del mundo globalizado: los individuos y las empresas van y vienen siguiendo el norte de los mercados. Eso en sí mismo no es bueno ni malo: todo depende de la manera como cada quien aproveche las circunstancias para su propio beneficio y, si posee alguna conciencia de su ser social, para el de los demás.
Las anteriores inquietudes surgieron después de una visita repentina de mi vecino, el poeta Aranguren. Como les he contado en ocasiones anteriores, aparte de su pasión por los clásicos griegos y latinos, al hombre lo devora un amor no correspondido hacia el Unión Magdalena, un equipo de fútbol que una vez fue grande, para extraviarse más tarde en los meandros de los desaciertos administrativos y los intereses mafiosos que rodean a ese deporte en el mundo entero.
¡Ñeeeeerdaaa! ¿Me quieres decir que los hinchas del Deportivo Pereira, el equipo que hicieron grande tipos como Isaías Bobadilla, Moncho Rodríguez, Jairo Arboleda, Mincho Cardona o Apolinar Paniagua se volverán ahora devotos de unos aparecidos de origen incierto? Me gritó a la cara, provocando la risa de mi mujer, acostumbrada a sus explosiones de indignación ante asuntos tan dispares como los desaciertos del gobierno nacional, la incivilidad del vecindario, la corrupción rampante o un mal arbitraje que sepultó aún más a su equipo amado en la segunda división.

Se refería claro, a la posible llegada a Pereira del equipo de fútbol conocido como Águilas Doradas, surgido hace años con el nombre de Industrial Itagui, en la ciudad de este último nombre. Gracias a un acuerdo con la administración municipal y con los propietarios del Deportivo Pereira, ese club tendría desde ahora a la ciudad como sede de sus juegos, tanto a nivel de los torneos locales como de los compromisos internacionales.
Por supuesto, les asiste toda la razón a quienes argumentan que ese convenio dinamizará en varios frentes la maltrecha economía local, aparte de generar ingresos para mantener un estadio en el que se enterraron alrededor de treinta mil millones de pesos, con el fin de cumplir las imposiciones de la Fifa para la realización de un torneo mundial de categorías menores.
Pero quienes vemos en este juego un hecho que va más allá de lo deportivo compartimos la desazón del poeta Aranguren. Desde su nacimiento, los clubes de fútbol han operado ante todo como un referente de identidad individual y colectiva. Ya se trate del barrio, la vereda, la ciudad, la región o el país, contribuyen a reforzar la ilusión de pertenecer a una comunidad, cuanto más imaginada mejor. Pero de un tiempo para acá, estas organizaciones son cada vez más en Colombia aves de paso, en el peor sentido de esa expresión. Van de ciudad en ciudad, dependiendo del humor y de los intereses de sus propietarios o de las prebendas ofrecidas por los gobernantes de las localidades de acogida, que además necesitan circo para su pueblo. Uno de los casos ilustrativos es el del Club Alianza Petrolera, que ha tenido por lo menos tres sedes distintas en su corta historia, lo que de entrada imposibilita que alguien se enamore de veras de sus colores. Según mi vecino, cuya lucidez se acrecienta a medida que se echa un nuevo trago de ron Tres Esquinas al coleto, ese puede ser el destino de estas aves que intentan hacer nido en Pereira.