“Los cuerpos y la escritura tienen ambos las huellas de la memoria”.
Sandra Lorenzano (ver)
El taller literario además de ser un espacio de búsqueda de una voz y de su registro poético, puede ser concebido también como un espacio de cura y sanación. Además de las causas y motivaciones que conducen a un director a realizar un taller, su intención es formar nuevos autores o escritores aficionados; también puede ser el de propiciar la búsqueda de uno mismo a través del testimonio y la confrontación con la alteridad.
El artista y poeta Nelson Villacís, en su experiencia de 15 años consecutivos en el taller Página Cero en Ibarra, compartió su dinámica en el Encuentro de Talleres Literarios de Ecuador en octubre del 2015 realizado en la Universidad Andina Simón Bolívar: “lo más importante es aprender a vivir, sentir y estar despierto; cuando jugamos a acercarnos a las palabras y nuestros imaginarios se recrean en ellas, tomamos consciencia de dónde provienen, su filosofía, su color, su sonido. En la primera clase es necesario abolir el ego”.
Villacís, como artista plástico, encuentra en la escritura, como acción consciente y justificada, otras perspectivas de subjetivación; lo más importante de esta apreciación es que es necesario abolir el ego para que surjan experiencias verdaderamente originales. Contó que su taller de lectura de gestos tiene una estructura que permite liberar la creatividad en la escritura, y estos son sus pasos: “observar para escribir; imaginar y experimentar sensaciones, finalmente, mantener y respetar una persona tal cual es, sus diversidades y sus líneas de expresión”, dinámica que sin duda potencia emociones, sensaciones, percepciones, afectos. Qué se puede decir de un rostro, un gesto o un abrazo como prácticas de autoconocimiento.
Villacís propone que un taller de escritura creativa debe estar abierto a reconocer otros lenguajes, deberían ser espacios de sanación, de fiesta, de comunidad, de experiencia colectiva.
No se trata de resultados en los que algunos cuántos autores tal vez lleguen a manos de la industria creativa. El impacto puede ser mayor si se posibilitan las herramientas comunicativas en todos los lugares de Latinoamérica sin que esta sinergia pare en una estantería de libros, en un estudio etnoliterario o en la exclusividad de una comunidad literaria, sino que se incorpore como una acción voluntaria y contundente en nuestras sociedades.