El niño de la foto

Dicen algunos que Omran encarna un símbolo de la guerra, una guerra que ni las bases de datos pueden comprobar cuántas vidas ha exterminado. Se veía incómodo y sorprendido sentado ahí, miraba temeroso, tenía el cuerpo gris como embetunado, por la herida que sangraba en el lado derecho parecía faltarle un pedazo de su cara.

 

JUAN ALEJANDRO ECHEVERRIPor: Juan Alejandro Echeverri

Él, como todos los niños de Alepo, pasa las noches contando estrellas fugaces sin saber que esos objetos luminosos, en realidad, son misiles disparados por una organización que dice velar por la seguridad de Europa y el Mundo.

Él nunca ha entendido, tampoco ha intentado entender, por qué la paz del Mundo le cuesta la vida a su pueblo. Él quizá no sepa quién es él. Él no sabe que en la vida hay buenos o malos, y en la guerra­, víctimas o victimarios. Él no comprende por qué ser sirio es un pecado ante los ojos del todopoderoso occidental. Él, sin querer serlo, fue famoso por 24 horas. Él no llora, no pregunta, él tiene cuatro años.

Su nombre es Omran Dagnees, mejor conocido en los mediáticos medios masivos ­–y las promiscuas redes sociales– como “el niño sirio de la foto que dio la vuelta al mundo”. Como de costumbre, el 18 de agosto, un artefacto explosivo cayó del cielo sobre Alepo (la segunda ciudad más importante de Siria). Omran, tras ser rescatado de las ruinas que dejó la explosión, fue llevado al sillón de una ambulancia, pero no fue atendido sino fotografiado como un animal exótico o un jarrón bañado en oro. Mientras el autor de la grabación, Mahmoud Ruslan, capturaba la historia de su vida, él pasaba su empolvada mano por su cara pintada de sangre.

Dicen algunos que Omran encarna un símbolo de la guerra, una guerra que ni las bases de datos pueden comprobar cuántas vidas ha exterminado. Se veía incómodo y sorprendido sentado ahí, miraba temeroso, tenía el cuerpo gris como embetunado, por la herida que sangraba en el lado derecho parecía faltarle un pedazo de su cara. Ese niño que pudo confundir la cámara con un fusil, se hizo viral (así le llaman cuando la imagen de algo o alguien es multiplicada hasta el hostigamiento. No necesariamente tiene que ser un hecho noticioso, la noticia es el detonante de eso que es viral. En este caso, un ataque aéreo que no es viral –aunque es noticia no da de qué hablar– porque sucede todos los días –ya no es novedad, es tan normal como respirar–).

Ese cáncer asesino que ellos gestaron en el pasado por culpa de esa gula conquistadora, el mismo que la liga de la justicia (alias ´OTAN´) busca exterminar a toda costa –por encima del que sea–, esos terroristas, celebran dando saltos y alzando la mano que lleva el arma empuñada. Basta la foto de ese niño, que es todo lo que no eligió ser, para que el veredicto sea unánime: gana el terrorismo, pierde la humanidad –cada vez más inhumana–.

No tenemos límite, cada día lo demostramos. Incluso, los países dueños del mundo han sido capaces de planificar sociedades económica y socialmente perfectas, a consta de convertir países en cementerios. A nosotros, ya ni la guerra nos asombra. Y peor aún, parece que perdimos la capacidad de discernir entre lo que se puede y lo que no. Ahora, creo, puedo entender a qué se refería Michael Ware cuando decía en su documental: “La brutalidad nos había erosionado el alma”.