UN CAFECITO PARA GORRIONES EQUIVOCADOS

Para medir el error de un hombre, conoce el tamaño de su soledad, sentenciaba.

 

Por / Jáiber Ladino Guapacha

 

50 ml Crema de whisky Baileys

Cuando Migo me preguntó si Nancy iba a estar en casa, imaginé que quería hablarme de un asunto personal. Le dije que estaba, pero que amanecería en su casa, así que, si no tenía problema en llegar después de las 20, lo esperaba. La verdad, pude haberle dicho que viniese antes, mi novia tenía esa clase de inglés que le está dando Viejo a ver si pasa la entrevista en la embajada, desde temprano estuve solo. No lo llamé antes porque quería darme mi tiempo y recoger algo más, cambiar sábanas, afeitarme. Que me encontrara preparado para ella.

Recuerdo esa primera vez cuando me pidió que lo recibiera para pasar la noche. Había encontrado apartamento y en el trote de pasar sus cosas no había comprado colchón, se excusó. Sí, claro. Dormiría en el mueble. Mientras le entregaba sábanas y almohadas noté que quería hablar. Algo en la garganta le hacía nudo y él tenía que soltarlo, pero no encontraba el cómo. Imaginé: el pelao viene a confesarme que le gusto y no encuentra cómo no sonar inapropiado. Su indecisión me daba tiempo para preparar ese Sí con condiciones que le entregaría: No te sientas mal, tranquilo. Gracias por el cumplido; tengo una novia porque los muchachos no me van. Ahora, si se trata de darnos los piquitos y compartir el puchito, unos traguitos, una calentadita, pues bueno.

Y así fue.

 

150 ml de café

No sé cómo puede buscar en mí cuando soy un mar de confusión. Aquella vez, acariciarlo un poco fue mimar de nuevo a mi parcerito del cole. Venía, estudiábamos, comíamos, jugábamos y amanecíamos renovados después de esas inocentes verificaciones de los cambios que en nuestros cuerpos tenían lugar… pero así que como para mandarnos tarjeticas y celebrar fechas, no. El proyecto serio eran las mujeres y lo nuestro era como un picadito de fútbol en la esquina, sin árbitros, ni camisetas.

Me fui acostumbrando a él y tuve miedo. Deposité mal mi confianza cuando le conté a Pescador. Menos mal no le di nombres, porque que terrible fue compartirle mis dudas. Al año, después de graduarnos, seguían mis dudas. Extrañaba al parcerito del colegio que se había ido para la Marina y yo no sabía en quién confiar en el batallón. Una tarde de sábado que teníamos licencia, me fui con el lanza Arboleda a dar una vuelta por la ciudad. En una esquina en la que vendían libros en el suelo, mientras el semáforo cambiaba, se antojó de La virgen de los sicarios. Por molestarlo le dije, Eso es pa’ maricas, gas. Se rio y me preguntó, Por qué gas. Se me ocurrió decirle que la lengua de otro jugando con la de uno, no me lo imaginaba. Y era cierto, no me lo imaginaba, lo recordaba y lo añoraba. Él reconoció que, en el fondo, el tema me atropellaba dentro.

Arboleda me llevó a Magia Blanca. Eran como las seis y entonces colocaban de esas baladitas de los abuelos. O bueno, a mí me recuerda al mío hablando de sus tiempos de camionero en Apartadó. Pidió una de Vicky tantas veces esa noche, que me la aprendí… La tarde gris, tus alas desplumadas; la lluvia cruel tu cabeza mojaba. Pasamos lo que quedaba de la noche en un hotel del centro. Me parece verlo, sentado, en bóxer, fumando en la ventana para que el humo no se encerrara. Cuando termina, viene a la cama y me susurra al oído: Yo como tú, también me equivoqué, a un nido entré que ya estaba ocupado.

 

Chispitas de chocolate para decorar

Nos volvimos confidentes. Mirábamos a los compañeros, les hacíamos bromas, nos cuidábamos de darles mucha confianza. Él vivía prevenido. Había cosas que en ese entorno era mejor negar, privarse, convertirlo en camaradería sin dar pie a enamoramientos. Él venía de un seminario menor y había aprendido de supervivencia entre iguales.  Para medir el error de un hombre, conoce el tamaño de su soledad, sentenciaba.

Su carrera eclesiástica terminó precisamente por eso, por confesar los encuentros que sostenía con un compañero de teología con uno de los formadores. Sus celos enfermizos le pasaron cuota a él también y lo echaron un tercer domingo de octubre. Ninguno de los suyos se explicó las razones. Sospecharon que el rector escogió ese día, después del desayuno, para que Arboleda retirara sus cosas sin un motín de sus compañeros. Incluso, con la excusa de visitar el convento de las Carmelitas, se llevaron a Agustín, ahorrándole la despedida de su más cercano compañero.

 

Prepara una taza de café negro

Hace rato no sé nada de Arboleda. Lo busco en redes sociales, tendrían que funcionar y nada. Como si las evitase. Incluso ingresé a un grupo de egresados del Seminario en el que estuvo, para ver si podía dar con alguien que me diera razón. Alguna noche que tuve que amanecer en Caucasia, anduve con la esperanza de chocármelo. Allá tenía asegurado un puesto de profesor en un colegio de monjitas que le validaban sus estudios de filosofía.

 

Agrega la crema de whisky

En efecto, Migo ha venido a hablarme del tema. Me desatraca de su último año. Conoció a Tom en un evento sobre industria cafetera que le organizaron en el colegio. Cruce de miradas, asentimiento. Tom vino al café con sus amigos, pidió la contraseña del wifi y escribió su número de celular.

A estas alturas considero necesario aclarar que la relación entre los dos es laboral. Mi novia y yo tenemos un café en el que Migo es el barista. Sólo dos noches hemos tenido conversaciones sobre nuestras vidas privadas. En la que me contó que era gay y la de hoy. Bueno y también…, en fin, las que sean, el caso es que no sabía que había conseguido novio y que ahora están cerrando capítulo, como diez meses después de conocerse. Sí, la graduación de Nancy, los dos meses en Bogotá, el mes en Panamá, las charlas con él sólo podrían ser de cifras y rentabilidad.

Ahora resulta que, de no ser por ese feo descache de Tom con una sombra del pasado, a inicios de octubre, habrían venido con una botella de vino y sánduches a pedirme que fuera algo así como el padrino de la relación. Suena bonito eso. Dos chicos que se aman creen que eres un hombre con la madurez para ayudarlos a comprenderse cuando en casa no saben nada y los padres están tan ocupados de sus cosas que… Viéndolo tan enamorado, me recrimino la aventura que pensaba darme. Le revuelco los cabellos y beso su frente, sus cejas, él no lo sabe, pero le estoy pidiendo perdón si le falté al respeto, a él, a su amigo. Prepara algo para que tomemos, le pido, cuando calma sus deseos de llorar. ¿Puedo hacer un café con Baileys? Toma lo que necesites.

 

Mezcla todo y siéntate a disfrutar

César, gracias por escucharme.

No es nada, Migo. Gracias a vos por la confianza.

¿Brindamos?

¿Por quién?

Por vos, por escucharme y ser mi amigo.

Está bien. Por mí y por el primero que me escuchó confesar mi amor por otro: Arturo Arboleda.

@j_guapacha