La línea del sueño azul

Hemos sido claros en nuestros propósitos y sentimientos: los cuerpos se extrañan, el cuerpo tiene una memoria más lúcida: el cuerpo sabe que el deseo recuerda el cuerpo con el que uno se “conecta”. Quise decir otra palabra menos común: ¿cuál? Quizá: entendimiento (del ritual).
Texto / Alejandro Suárez – Ilustraciones / La Rouge
Salgo, como cada noche, al antejardín de la casa. El viento arrasa y, en su movimiento, hay una nube de sonidos. Trato de confundirme en ella, si no fuera por la fuerza que me da en la cara. Suenan las melodías de los objetos que en las entradas sirven para que haya musicalidad. Es una musicalidad estridente; diferente a sí misma, es otra. Esta vez no es la musicalidad que avisa la llegada de una visita, sino que es la visita. El viento anuncia esta noche que está para limpiar algo —así como el virus—: algo de nosotros, algo en nosotros. Cuando digo nosotros, me refiero a la especie humana: a la vecina que me observa, desde su ventana, fumar un cigarrillo. Parece que quiere mirar la noche y la transformación de ella misma en la noche: en este nuevo tiempo asimilándose, deformándonos. Como ella, los demás vecinos todavía despiertos —¿quién puede dormir con este viento, con esta zozobra, con este tedio?— asoman sus cabezas con curiosidad. Por sus rostros, sé que algunos maniobran su cuerpo por fuera de la arquitectura que los encierra para saborear el aire: yo he salido por eso.

Pero no he sido del todo claro. Creo intuir que salgo, también, para sugerir un ambiente más vívido a las conversaciones que tengo por WhatsApp. Hace cuatro meses que no sabía nada de Margarita, luego de que volviera a enviarme un mensaje cinco días después de ser decretada la cuarentena. Hemos sido claros en nuestros propósitos y sentimientos: los cuerpos se extrañan, el cuerpo tiene una memoria más lúcida: el cuerpo sabe que el deseo recuerda el cuerpo con el que uno se “conecta”. Quise decir otra palabra menos común: ¿cuál? Quizá: entendimiento (del ritual).

Solamente con Margarita el deseo fue ritual, fue conciencia del movimiento mientras las pieles se extasiaban, se diluían una con otra. Las cuatro manos son unidad, los dos sexos unidades rítmicas, las nalgas crepitar sincrónico, las miradas oscuras de los ojos cerrados que creen palpar con el pecho y con el vientre.

Hablo con ella, entonces. Y es en el lenguaje donde la memoria se repliega sobre ese pasado violento; intenta —en vano— recuperarlo.

Cuando el viento sigue siendo Dios en mí, desperezándose por llegar tarde, solazándose con las cosas: las magnolias, las amapolas, el pasto, las puertas, mi nariz, mis piernas, las ventanas convulsas, ella me escribe: todavía hay entendimiento y quisiera no soportarlo, no desear en vano la lengua que le escribo. Entre la mención de uno que otro arrepentimiento por haber dejado todo abocado —¿qué no queda abocado atrás, qué paso de uno por la vida no se borra conforme un viento como el de hoy lo esfuma en el Presente?—, hacemos el amor por Whatsapp: ¿cuántos, ahora, extraviados en sí mismos por el encierro no harán lo mismo en este momento?

***

– ¿Qué me harías?

– Olería tu boca.

– ¿Por qué?

– Porque el aroma me inspira. Porque siempre huele a canela. Un poco a manzanilla, a miel y a aséptico.

– …

– Mi lengua sería cartógrafa de ese mapa de tu boca. Delinearía, como si fuera con un carboncillo, ese no-círculo. La brocha-boca iría de arriba abajo, primero por tu labio de abajo, segundo en el de arriba. Como sé que te gusta el amarillo, tu boca quedaría amarilla como un sol que irradiara en el cuarto oscuro —¿el chat no es un cuarto oscuro?—. Luego, de lado a lado. Sentiría con las papilas esas líneas invisibles que son paredes múltiples dentro del labio: imposible verlas. Extendería entonces la pintura por tus mejillas tersas. Haría un cráter especial para el lunar que tienes diagonalmente sobre la boca —es la luna que nos vigila, la estrella que nos acecha—. Ya toda húmeda por la pintura amarilla, toda topacio, lo amarillo se regaría por tu cuello. El cuello es un anzuelo que muerdo. Soy la piraña que ahora pinta con rojo. Porque en el cuello está la chispa que despierta los rescoldos del deseo. ¿Sabes que todo pintar es húmedo, no? No olvides que mi boca es el río caudaloso que quiere desbordar tu fuente-boca. No. Olvídalo. Tú no puedes ser una fuente pasiva: las dos bocas son ríos que se estrellan y, como se escinden en el cuarto oscuro, como las rocas de los ríos son nuestros dientes que se rompen, como los animales que nadan son nuestros sexos que se encienden con el eclipse de las bocas, el río de Heráclito se absuelve: ya no hay tiempo, sólo un instante, sólo dos ríos en el mismo tiempo de un segundo. ¿Tú qué me harías?

– ¿Ya acabaste? Recorre mi cuerpo, apenas vas en el cuello. Ahorita te digo.

– Absorbería tus senos. Sin dejar de lado mi brocha-lengua, mis manos suben y bajan en esa montaña rusa. A veces, abro el espacio entre mis dedos hundidos en tu pecho para comprobar si puedo ser ambicioso. Quiero dejar,como en cemento recién puesto, la huella. Luego meter la boca en él para grabar en la memoria y en la imaginación las órbitas de tus pezones, aquellos puntos que son el camino que se cierra, como el deseo mismo. Sabes Margarita, creo que el deseo, en su carencia, es una línea recta que se pierde en su proyección; en su no carencia, es decir, en su realización es un círculo de puntos ocres que se cierra sobre sí mismo. Por un instante de su línea mortal en la vida del hombre, el deseo se vuelve círculo con el cuerpo de otro —que es otro círculo—: -¿los chats no son también líneas infinitas que, subrepticiamente, dejan asomar un círculo radiante en la revelación de un mensaje, en el cumplimiento de una intuición amorosa? En tu sexo relleno el círculo con los jugos amarillos de mi boca y con la búsqueda de tu tibieza primigenia; es la sima que quiero habitar lánguidamente, sin lenguaje, con la danza pulsante que se concentra en la penetración.

– Yo quisiera que me miraras fijamente. Que socaves esa mirada de tu lenguaje cotidiano: que me mirara el lobo y el hombre, la miel y la sangre, el aullido y el susurro. Que me penetres duro, suave, cariñoso, violento, cabrón, tierno, ansioso, dominante, sádico, sometido, dominado, transido: pero que pudiese ver todo ello en un solo instante en tu mirada. Que no me hables; mejor, que tu boca no suene. Que todo lo que tú deseas lo vea en el animal silencioso, en el cuerpo que dice. Mi deseo sólo es ese: el esperar que mi cuerpo te transfigure (amo esa palabra), ver cómo mi cuerpo es el himno que tu penetración compone. O mejor: ver cómo mi cuerpo puede hacerte animal que cantará en las noches de ausencia el lamento del instante que se va. Que mi espalda no se borre de tu boca, que mis nalgas sean la imagen de tus masturbaciones, que mi cuerpo sea tu vida en todo tiempo: en el ayer que se duele, en el instante del ritual, y en el conocimiento de la insatisfacción con otros cuerpos del futuro.

***

Margarita se despide con una carita amarilla que besa un corazón. Llevado por el oleaje discursivo, el oleaje del viento se me hace menos estridente. Las palabras mías y las de Margarita dejaron en mí una alegoría del amor naciente en el confinamiento: el amor que se sostiene en la imaginación, en la metáfora. Como bien lo explicaría Anne Carson, el lenguaje del deseo se origina en la conciencia de la frontera, del borde de los cuerpos. Sin lenguaje, no hay cuerpos imaginados, no hay metáforas del deseo. Somos como fantasmas que tratan de evocar el cuerpo del otro. Las redes, entonces, son el nuevo refugio del amor imaginado, de los fantasmas que se imaginan, de los nuevos personajes que se diluyen en el éxtasis. El deseo como línea recta jamás se encierra en un círculo, jamás se realiza. Se consuela con el gesto masturbatorio del lenguaje. El lenguaje, puesto así, no es vida material, aunque la activa. Estallan los sexos con la fantasía, el fetiche, los caprichos imaginativos del inconsciente. Los sueños eróticos, singulares por nuestra historia de vida, ahora pueden asir un punto concreto en la comunicación con el otro. Se liberan: el sueño sobrepasa la superficie de la vigilia. Esta noche soñé con mi ánima favorita: era Margarita que volvía con su cuerpo trascendente: aquél que me hace lírico por la ausencia, imaginativo y caprichoso en la figuración visual del ritual, e insatisfecho porque es el único cuerpo que me interesa imaginar y no lo alcanzo.

@asoulabody