“Os hablan los iracundos”

Os hablan los iracundos, Anamnésico Colectivo Teatral (Envigado), en la V Muestra de Teatro Alternativo de Pereira, 18 de julio de 2013.

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Por: Albeiro Montoya Guiral

Fotografías: Daniel Arcila

De frente, sin ataduras, desde un escenario circense, hablaron los iracundos. Sobresalía el color rojo, el amarillo, la fanfarria. Las palabras abofeteaban a los asistentes, les descubría la herida gangrenosa que traían en la sensibilidad. Explosión sonora y visual, Anamnésico Colectivo Teatral venía, desde Envigado, la tierra de Fernando González, y desde la iluminación, lugar misterioso que habitó, que habita José Manuel Freidel, a cuestionarnos sobre el hecho de ir a teatro sin un papel definido, sin conciencia, en actitud de cardos o, para no salir de contexto, de simios, es decir, de pasar por las salas sin representar bien nuestro papel de espectadores.

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La dramaturgia, así como la dirección, es de Felipe Caicedo. Basada en textos de Eugène Ionesco, y dividida en cuatro actos, además de estar constituida para confrontar a los asistentes sobre la insustancialidad del teatro, sobre lo prescindible que es en él la contemplación misma es, además, un manifiesto del grupo como tal. En la obra se evidencia cómo los integrantes asumen su oficio y lo que esperan de la sociedad que los observa y camina, como una manada abstraída en dejarse quitar la inteligencia por la tecnología, por los abusos de la autoridad, a encerrarse en el corral donde cada vez hay menor espacio para la belleza.

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En esta medida, Os hablan los iracundos, se constituye como una pieza nacida de la sinceridad y la desazón que hay en entregarse en plenitud a un oficio que no acabamos de entender, precisamente porque no busca que lo entendamos. La obra, que apenas se estrenaba, fue una sorpresa contundente. No sólo porque concibiera el aplauso como un gesto innecesario y ridículo, ni debido a su aire de clown y retahíla, sino porque tuvo un espacio de silencio para que los espectadores se cuestionaran. El público de la ciudad, que lo usó para bostezar, hacer chirriar la silla, pensar en lo más disímil, quizá, al menos, aunque no haya entendido en qué situación lo ponían, permaneció en sus sillas hasta cuando acabó la obra, como una prueba de que aún le queda un mínimo de vergüenza. Luego, quién sabe, habrá vuelto a su cotidianidad como quien intenta recordar por qué, momentos antes, fue un hazmerreír.

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Las interpretaciones de David Medrano y Catherine Fernández estuvieron acompañadas de la estridencia −no sé sabe, por la naturaleza de la obra, si esto fue intencional−. En la escena hicieron aparecer simios, maniquíes, un ventrílocuo, un rinoceronte, una gran muñeca de cuerda y, de nuevo, al espíritu festivo del teatro.