El puente hecho por el diablo

En una noche de luna llena se entrevistaron los dos y acordaron la construcción de un puente sobre el abismo, pero se exigieron requisitos de ambas partes. El demonio aceptaba a cambio de dicho favor el alma de Pandé y de sus descendientes hasta la cuarta generación.

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Por Eduardo Pulido García

La frontera que divide las poblaciones de Pandi e Icononzo, y a su vez a Cundinamarca y Tolima, está trazada por el río Sumapaz; encima de él se yergue una descomunal obra de la naturaleza decorada por las manos del hombre: el puente natural de Pandi, sobre el río Sumapaz, entre Tolima y Cundinamarca. Sobre la carretera el puente no tiene mayor atractivo, se encuentra a unos 3 km del casco urbano, sin casas ni fincas cerca, solo la estatua de una virgen raída esperando monedas, una carretera de polvareda y un desvío que conduce a un yacimiento de agua azufrada, muy popular por sus poderes curativos. A un costado del puente hay unas escaleras poco visibles, anunciadas por una señora que ofrece productos típicos de la región y tinto envasado en un termo viejo; al descender por ellas se entiende la razón de que sea llamado puente natural, y también por qué Alejandro Von Humbolt, que todo lo vio, quedó pávido ante su presencia.

Como base hay dos rocas, de tamaño descomunal, que apeñuscadas sirven como unión a los dos riscos separados hasta muy abajo por el río. Al final de las escaleras se encuentra un corredor/mirador bordeado a un costado por la roca y al otro por una vieja baranda metálica pintada de verde; delgada separación del caminante con el precipicio. En la roca del frente nace una caída de agua que refracta un arcoíris por la luz que entra del occidente en horas de la tarde. Se observa también por encima de la vista la parte del puente hecha por el hombre: una estructura con arcos que va de la base al techo con una placa tallada que dice Puente San José de Pandi 19 de marzo de 1924. Abajo del puente, con nidos incrustados sobre la superficie de la piedra, se escucha el aterrador sonido de los guácharos, aves de color ocre oscuro, del tamaño de una gallina, con ojos grandes y pico curvado, que sin problema harían del cuervo de Poe una ronda infantil; se observan cerca del río, amontonados, violentos, resguardados en la oscuridad de las grietas, temerosos de la luz y de los ojos del hombre que desde arriba los sigue.

Sobre la creación del puente hay gran variedad de historias, la más marcada en la tradición oral tiene sus raíces como narración indígena, aunque se nota la influencia del folclore español -una forma bonita de nombrar el violento proceso de colonización-. El relato tomado de la biblioteca del Banco de la República, y contrastado con la tradición oral conservada en los abuelos del pueblo, dice más o menos así:

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Preocupado el cacique Pandé, por la interrupción del comercio con sus vecinos los Pijaos y Cundayes, especialmente cuando el río crecía, decidió hacer un pacto con Buziraco (el diablo) para que creara un paso fácil al territorio de Icononzo que evitara el riesgo de perecer en las violentas aguas del río. En una noche de luna llena se entrevistaron los dos y acordaron la construcción de un puente sobre el abismo, pero se exigieron requisitos de ambas partes. El demonio aceptaba a cambio de dicho favor el alma de Pandé y de sus descendientes hasta la cuarta generación. Por su parte el susodicho cacique exigía a Buziraco la construcción del puente en una sola noche y con sólo dos piedras. Era también condición indispensable que el trabajo fuera comenzado a medianoche y que terminara antes de que cantara el gallo. Marchó pues el diablo hasta tierras de Tibacuy y arrancó dos grandes piedras. Trajo la primera en muy poco tiempo; la arrojó al abismo y logró taponar la enorme abertura. Regresó hasta el cerro Quininí y buscó dos tejos para venirse jugando durante el segundo viaje. Arrojó el primer tejo desde la cúspide de aquel cerro el cual cayó en la vereda de Bateas y el otro cayó en el actual plano de Chinauta. Y así con la segunda piedra se vino silbando y tarareando una canción diabólica. Cuando despreocupadamente se acercaba por el territorio de lo que hoy es Arbeláez y más exactamente en la vereda llamada Ticinse, lo sorprendió el canto del gallo. Furioso arrojó la piedra que traía al hombro y le dio dos puños y dos patadas. El demonio perdió la apuesta y así nació el puente natural que luego sería terminado por el pueblo Sutagao.

Historias como esta, sobre el puente de Pandi, se  escuchan a viva voz en el pueblo cuando los lugareños las cuentan con la lengua motivada; mientras hay otras sobre el mismo puente que se cuentan con cautela. Son palabras que poco pueden competirle al bullicio de las tabernas que rodean la plaza principal, por lo que es mejor contarlas en un lugar tranquilo, de preferencia si es en una finca, de noche y con una totumada de guarapo.

Don Clemencio Ríos me dice que Buziraco reclamó las almas de los habitantes de Pandi siglos después, durante la violencia. Pues en los años que siguieron, desde el 48 hasta entrada la década del 70, campesinos fueron apresados ya fuera en el pueblo o en sus casas, llevados en camionetas hasta el puente, y arrojados por ese precipicio hasta que solo se escuchaba el sonido ronco y crepitante de la carne contra la piedra y el río. Sucedía siempre cerca a la medianoche. Antes de que cantara el gallo los estertores se perdían con los graznidos de los guácharos.

Pandi 4Se podría suponer que esto fue un tributo que le rindieron algunos gamonales a Buziraco, arrojándole los descendientes del Cacique Pandé por el puente, dirigentes agrarios y campesinos demasiado inteligentes; o era Buziraco disfrazado de Gamonal quien tiraba los hijos para que se encontraran con su padre en el río. Eso aún no se tiene claro, porque ninguno salió de nuevo para aclarar la historia, y los guácharos, únicos testigos, desconfían de los hombres.