ESCENAS PARA UN BAILE

En ese minuto suena Te llevaré en mi corazón, de Lisandro Meza. Fer, la segunda vez que vi la película escuché la música y el minuto que duró me significó todo lo que había visto y lo que faltaba por ver.

 

Escribe /Jáiber Ladino Guapacha – Ilustra / Stella Maris

Querido Fer:

Si nuestra amistad fuera llevada al cine, tendría que contar con una escena de baile. Improbable en la vida real, pero metáfora necesaria para hablar de los cuerpos, su cercanía y la soledad que los determina. Por el cine que juntos hemos visto espero que estés de acuerdo.

¿Recuerdas V de venganza cuando V le pide a Evey que el cinco de noviembre lo busque para bailar una pieza, antes de volar el Parlamento? No pido tanta intimidad, Fer. Podría ser algo torpe como en Los dos Papas cuando Bergoglio improvisa un tango con Ratzinger. Es más, para que no sea tan comprometedor, que sea más social como al inicio de La gran belleza, la fiesta apoteósica con Raffaella Carrá y Bob Sinclar insistiendo en que: “hacer el amor todo es empezar”. Gambardella es todo un héroe, elegante en la decadencia, nos enseña que el hedonismo y el estoicismo son dos caras de la misma moneda. En la carencia ya está la hacienda.

Claro que un casting para la bacanal excluye a mis amigos si la música la pones tú y viceversa. La justa medida está con Basil y Zorba. La vida es un funeral tipo cóctel –bien lo señala Eduardo Mendicutti[1]-, que convierte nuestra memoria en un parque/cementerio según el grado de alcohol con que nos demos a la evocación. Así que, ante los fracasos de las empresas, pido al Dios del fraile Pascual que no me falte tu mano en el hombro para enseñarme a bailar sirtaki. Ah, sí. ¡Cuánto quisiera escucharte decir las líneas de ese final! “Caramba Jefe, le aprecio demasiado para no decirle. Usted lo tiene todo, menos una cosa: locura. Y el hombre tiene que estar un poco loco sino… nunca se atreve a cortar la cuerda y ser libre” (Zorba el griego).

Estas escenas me vuelven a la cabeza cuando pienso en el Terko de Ya no estoy aquí, la película de Luis Fernando Frías, estrenada en Netflix y que ha resultado una sorpresa para comentar en estas últimas semanas. No escapo a su magia. Trataré de poner en orden mis ideas alrededor de tres elementos.

El primero de ellos es la música, la cumbia. Hace rato soy consciente de que su presencia no es exclusiva de esta esquina de la América toda, sino que tiene unas características de apropiación en el territorio pero que el ritmo ha navegado más allá de los litorales de estas costas. Sin embargo, creo que en ninguna otra película la había visto tan viva como en este film. Seguro es la juventud de los chicos de la banda del Ulises. Cumbias y vallenatos en nuestro cine como paisaje sonoro, claro. Adorno, elemento folclórico. Barniz. Aquí están en otra frecuencia. ¿Será que “rebajadas” llegan más? No lo sé, quizá.

Trataré de explicarme con una escena. Ulises debe dejar Monterrey para salvar su vida. Nos muestran la emisora, al locutor que entrega los saludos que su asistente recoge cuando observa por la ventana, los fans que llegan al patio del edificio. Ahí está la banda de los Terkos ondeando su cartelera para que transmitan el mensaje de despedida. No es claro el lugar en el que se encuentra Ulises. Vemos el pequeño autobús yéndose y cruzando la frontera. En ese minuto suena Te llevaré, de Lisandro Meza. Fer, la segunda vez que vi la película escuché la música y el minuto que duró me significó todo lo que había visto y lo que faltaba por ver. Cuando nos damos cuenta del lugar en el que viajó Ulises, duele algo muy dentro, hermano. La vida de tantos que están recorriendo la selva del Darién, el desierto de Sonora, el mar Mediterráneo. La amenaza de que me dejarás por falta de empleo, Fer. Qué gonorrea, parce. Con perdón. Pero es que, ah, mk, qué puede decir uno. Por eso hablo de que en la película tenemos que bailar. Que la música y el cuerpo llene espacios donde no caben palabras.

En los últimos tres renglones he dejado florecer el parlache medellinense que cada vez nombra más nuestra cotidianidad. No es gratuito, así puedo pensar el segundo elemento. Eres fan de Rodrigo D. No futuro. Me hablas del valor documental que tiene esta película de Víctor Gaviria, sus aciertos, su apertura, su influencia. Ya no estoy aquí dialoga muy bien con los fenómenos de la urbe, el barrio, la juventud, la marginalidad, el grupo, la estética. Bien sabes que, si hubiese visto algún Kolombia, con todo el tema de la pinta, en mi cara algún guiño de superioridad hubiese aparecido. Después del ‘terko’ Ulises, no más. Frías triunfa confundiéndonos la certeza de la identidad. Una y múltiple. Individual y mestiza. Las apariciones de Lin, la adolescente asiática fascinada con Ulises, representan un ideal para quienes indagamos por el tema de la cultura. No hay rechazo, intenta los puentes posibles. Imposible acoger todo lo que es el foráneo, pero al menos el respeto que ella se permite es un buen consejo para crecer en empatía.

Para terminar, la elección del último plano. Aplícale la ley de tercios. En la columna de la izquierda, la violencia de una manifestación popular. En el centro, la represión policial amenazando desde sus patrullas. En la derecha, Ulises, minimizado por la distancia del lente, bailando solo hasta que se agotan las pilas del reproductor, interrumpiendo la queja amorosa de la cumbia frente a un lejano ulular de sirenas. ¡Qué decisión tan contundente!

Ulises ya no tiene sus mechones. ¿Recuerdas el momento en que se los cortó? ¡Qué dolor, hermano! Perder la seña para no ser reseñado. Detener la construcción de sí mismo porque se está solo, porque no hay familia, no amigos, no banda, no lengua.

Ya no estoy aquí nos engaña con la idea de hablarnos de una “subcultura” que fue y ya no está, pues en el fondo está retratando las imposibilidades de pertenecer a algún lugar cuando el piso nos lo mueven a cada rato. Basta leer los comentarios de los espectadores que se van contra la película argumentando que en su ciudad de Monterrey ese movimiento no se dio, no fue tan masivo, que cómo va a ser posible que la ciudad se dé a conocer por, en lugar de. Es que, en el fondo, está retratando algo que supera la frontera.

De ahí que te vendan tamales con el nombre de hallacas. Le sacrifican a la receta originaria para que nuestro paladar las acepte. Dieta de tristezas.

Algún día bailaremos juntos para no ahogarnos. Sea en la intimidad de este cuarto o bien siga siendo sobre la pantalla de la magia del cine.

@JaiberLadino

[1] En Yo no tengo la culpa de haber nacido tan sexy. (Tusquets, 1997)