Ciudadanía de armas dejar

De la Comisión Histórica casi no se ha divulgado nada, quedó un documento magnífico, que será la otra historia de Colombia y que la leerán los que no conocerán a sus autores. Los negociadores, los delegados de los países garantes, los representantes de las dos partes, que hasta el último día, hasta después de que ganó -con mentiras- el No, que hasta ese día eran enemigos que nunca fueron vencidos
 
 
Por: Andrés Calle Noreña
La noche va pasando, el día ya está encima“, son las palabras de Pablo de Tarso, en una de sus cartas que viajan dos mil años después. Él era de cultura griega y hablaba el griego. También era un judío, fariseo y perseguidor de los primeros cristianos. Sus palabras, en griego y en hebreo, han sido traducidas e interpretadas, con limitaciones y nuevos significados, siempre están cargadas de vigencia y sentido. 
En griego el tiempo que se cuenta y se gasta, el que nos envejece, se llama “cronos”. En cambio, el tiempo propicio, el que añeja el vino y hace madurar las frutas, el que se cumple para reunirse dos amantes, para que nazca un hijo esperado, o para que venga la paz, este tiempo se sale de todas las previsiones, nos llega de improviso, es parecido a los pequeños milagros y se denomina “Kairós”. Es precisamente lo que también se puede llamar una “teofanía”, o epifanía, que de manera literal es, la primera, una manifestación de Dios, y la segunda, una gran manifestación.
Éste ha sido un proceso muy largo, muy tortuoso, de angustias grandes. Por eso mismo, los que lo han vivido, los que tuvieron la perseverancia de mantenerse en la mesa de las negociaciones, se llaman protagonistas. Es otra palabra helénica, agonista es quien sufre una agonía, es el primero que agoniza. En las horas tan tensas del plebiscito se hicieron unas historias de vida preciosas de los actores que estaban en el proceso de La Habana, que habían dejado a sus hijos pequeños, que habían puesto en veremos carreras profesionales exitosas, que se habían encerrado como ermitaños a esperar y a templar el clavicordio día por día.
No los hemos vuelto ni a ver ni a nombrar. Ellos hubieran podido perder todo su esfuerzo si por cualquier vicisitud, por una desavenencia, los diálogos se hubieran ido al traste. Así ya había sucedido tantas veces antes, era lo normal, era esperable que estos acercamientos terminaban por romperse y por dejar un mal sabor, cuentas por cobrar y todos los desencantos.
De la Comisión Histórica casi no se ha divulgado nada, quedó un documento magnífico, que será la otra historia de Colombia y que la leerán los que no conocerán a sus autores. Los negociadores, los delegados de los países garantes, los representantes de las dos partes, que hasta el último día, hasta después de que ganó -con mentiras- el No, que hasta ese día eran enemigos que nunca fueron vencidos; las víctimas, todos los que tomaron la decisión de vida de perdonar y de soltar sus fardos de venganza y resentimiento, a ellos no terminaremos de agradecerles. Ellos muy lentamente habrán incidido para que seamos otro país.
Hay que decirlo, el término “dejación” no significa rendición ni entrega. Esto hace la diferencia completa. Claro, es más contundente una victoria que deja humillados y que sirve para que se cuente una sola versión de las batallas. Eso era lo que medio país quería, lo que muchos todavía se cobran y lo que se podría volver trizas, si nos quedamos de brazos cruzados y cómodos en nuestras casas y en nuestras habitaciones, como si nada hubiera pasado, como que ya se nos olvidó, como que dejen esa cantinela que no queremos escuchar más.
La Guerra de los mil días nos definió todo el siglo XX. Se cerró con una carnicería, están las fotos para documentarlo, arrumes de calaveras, que no osamentas completas, de la batalla de Palonegro. Quedaron vencedores y vencidos y un país lleno de huérfanos y viudas, pobreza, mucha rabia y miedos. Como un rescoldo que alza llama con solo soplarlo, como unas brasas que ardieron en tantas ocasiones, que nos quedan como quemones en la memoria. En Bogotá, con Gaitán, y en el Palacio de Justicia, y después en todo el país, pueblos en llamas, Mitú, Ituango y algo bíblico, Machuca, y uno no acaba de hacer la lista, siempre habrá alguien que nos reclame, no se olviden de mi casa, de mi finca, de mi familia, de lo que nosotros vivimos.
Vamos a tener que cambiar nuestros lenguajes y gestos. Estamos tan acostumbrados a la épica. Pero es todo un contrasentido decir, por ejemplo, ahora tenemos que ganar la última batalla, la de la paz. Por qué en vez de batalla no decimos una palabra tan entrañable y hasta campesina, la brega, o también la tarea, la misión y el sueño de la paz.
¡Este Acuerdo con todas sus imperfecciones, con que sí, pero no así, está cerrando una guerra no de mil, sino de veinte mil días!
Así lo digan, no hubo victoria. No se llama victoria a las camas vacías de los heridos del Hospital Militar, eso se llama paz, democracia, país posible.  
Siguen llegando mensajes desalentadores y escépticos. Que no sean ilusos, que todo es una farsa, que van a ver, que viene el Coco. Por supuesto, ese cuento ya nos lo sabemos: que este país es inviable, que por qué no ponemos mano dura, que aquí se necesitan guapos, que si no hacíamos esto, ¿entonces qué? No, que venga un caudillo y arregle esto de una vez por todas. Es tan fácil regar rabia, desconsuelo, terror, eso prende solo, eso se come lo que sea, como el óxido. Esa versión está instalada en las cabezas y en los sueños y madrugadas de boca seca de tantos, que uno llega a pensar que hasta tendrán razón.
Pues este Acuerdo se va a cerrar con muchos llantos y amarguras, pero también con plazas llenas, con sudarios bordados y con nombres impresos con cenizas, con cantadoras de Bojayá, con rezadoras de Puerto Berrío, con altares para muertos ajenos, y con un premio Nobel, con redes sociales y con miles de jóvenes, de mujeres, de activistas LGTBI, de campesinos, de negros, de indígenas, con esta diversidad y esta complejidad que son solo nuestras y que se asoman a la esperanza.
Si no hay vencedores ni vencidos, sino firmantes, la paz es frágil, imperfecta, pero digna. Porque no anticipa venganza, porque no deja recibos pendientes, porque las promesas son de este y de los gobiernos que vengan y de toda la sociedad civil. No es, como dicen, que les entregaron el país, sino que se está empezando a hacer justicia y en una nación con tantas desigualdades muy pocos tenemos muchas deudas con casi todos. Es lo que no quieren perder los abusivos del poder, sus privilegios, sus tierras, todo lo que les ha dado por siglos esa ventaja inmensa de poder mandar, de meter miedo, de robar y de gritarle en la cara a cualquiera, oiga aparecido, ¿usted no sabe quién soy yo?
Pasado mañana vamos a amanecer casi los mismos, problemas por mundos, paros por venir, endeudamiento, desempleados y un diagnóstico que ya nos sabemos de memoria. Pero hoy, temprano, habrá una dejación de armas que nunca nos ha tocado ni nos volverá a tocar. Levantémonos y gritemos desde los tejados, porque este día será un kairós.  
Que vivan por largos años, que gocen de buena salud, que reciban buenas noticias, que envejezcan rodeados de gente amorosa, que tengan hijos, que siembren y cosechen, que construyan casas, plazas y caminos, que escriban y canten, que bailen, que sirvan e inviten a mesas abundantes, que vean verdear frondosas arboledas llenas de pájaros cantores, que no los agobie el calor ni la sed, que la tierra sea leve sobre ellos, que cuenten sus historias muchos años después, que se conviertan en trabajos de arte y de cultura. ¡Bienaventurados, los hombres y las mujeres de armas dejar!