Por su lado, la muchacha apuntaló su convicción de que “ solo los intereses personales y de grupos de poder explican que el señor Arango Jiménez se empeñe en continuar en la rectoría, a pesar de haber cumplido la edad de jubilación. Por eso amañaron a su antojo los mecanismos establecidos para el retiro”, concluyó.
Por: Gustavo Colorado Grisales
El viernes 25 de octubre me reuní en lugares distintos con dos personas vinculadas a la Universidad Tecnológica de Pereira: un profesor titular y una estudiante de Ingeniería Mecánica que me solicitaron no mencionar sus nombres. Quería conocer su mirada acerca de la decisión tomada por el Consejo Superior de la Universidad de cancelar el segundo semestre académico de 2013, luego de una huelga de seis semanas liderada por un grupo de estudiantes inconformes con lo que consideran errático rumbo de la institución, del que responsabilizan a su actual rector, el ingeniero Luis Enrique Arango Jiménez y su equipo de colaboradores.
Escuchándolos me pareció que hablaban de dos universos por completo ajenos entre sí. De entrada, el profesor me habló de “La falta de legitimidad de un movimiento conducido por una minoría irreflexiva y carente de argumentos”. Por su lado, la muchacha apuntaló su convicción de que “ solo los intereses personales y de grupos de poder explican que el señor Arango Jiménez se empeñe en continuar en la rectoría, a pesar de haber cumplido la edad de jubilación. Por eso amañaron a su antojo los mecanismos establecidos para el retiro”, concluyó.
Como sucede casi siempre en este tipo de controversias, las dos fuentes se repartían a partes iguales sus yerros y aciertos. Para empezar, la condición de minoría no le resta validez y peso a los argumentos de un grupo social. De ser así, los concejales, diputados, congresistas, alcaldes , gobernadores y presidentes no podrían ejercer sus cargos : todos fueron elegidos por una minoría en relación con el número total de ciudadanos en capacidad de votar. La historia nos demuestra que muchas veces la voz de un solo individuo lúcido tiene más dosis de razón que los impulsos de una masa ciega. Por eso es mejor prestar atención a algunos reclamos de los estudiantes: el cumplimiento en las metas de cobertura debe ir acompañado por mejoras en la calidad; los promedios de profesores de planta en relación con el número de catedráticos deben acercarse a los parámetros internacionales; la apertura de carreras con matrículas de alto costo tendría que equilibrarse con el impulso a programas de fácil acceso para los más pobres.
En el terreno de los estudiantes en paro, no todo es como lo presentan. Los aciertos de la actual administración de la universidad resultan fáciles de ilustrar: el fortalecimiento de la investigación y la homologación de títulos a nivel internacional, son dos de los más visibles. Sin embargo, los números publicados por la institución no bastan por si solos para rebatir los argumentos de la contraparte, como ha sido la constante durante el conflicto.
Desde luego, es necesario entender también la posición de quienes, independiente de si comparten o no los razonamientos de los huelguistas, hubiesen preferido continuar las clases por puro sentido práctico: el tiempo, el dinero y los esfuerzos invertidos en un semestre por estudiantes y padres de familia son muy grandes como para echarlos por la borda. Esa posición también es merecedora de respeto.
Tomada la decisión de cancelar el semestre, nos corresponde a todos asumir la responsabilidad ineludible cuando se llega a una encrucijada: escuchar y valorar las razones de cada una de las partes, con el fin de elegir la ruta más adecuada, en este caso para la universidad en tanto comunidad, punto de encuentro entre visiones de mundo divergentes.
Como sucede siempre en estos casos, para lograrlo es necesario revisar el discurso: ni los estudiantes son “ mamertos trasnochados, desfasados de la Historia” como algunos los califican, ni los directivos de la universidad son “ogros con un apetito insaciable de poder”, según se desprende de las consignas pronunciadas en las marchas. Una institución educativa de nivel básico o superior es, en esencia, un proyecto de sociedad en marcha. Si de veras anhelamos una sociedad mejor tenemos que empezar por escucharnos unos a otros, asumiendo que cada interpretación de los hechos es , por definición , un asunto de perspectiva y por lo tanto sujeto a contradicciones. No sé si sirva de mucho, pero atendiendo a la frase aquella de “ a lo hecho, pecho”, quiero extender desde esta esquina una invitación a hacer un alto en el camino, para reconocer los desaciertos propios y las bondades de los otros como única salida a la encrucijada.