El mal ejemplo

Distintas fueran las cosas en nuestro país si estos periodistas con esa misma vehemencia y decisión denunciaran la ingente cantidad de injusticias que a diario el gobierno y sus aliados cometen en contra del pueblo que dicen defender.

Por: Gloria Inés Escobar

Que mucha gente esté hoy en contra de los que algunos han llamado desmanes de los indígenas, en los hechos recientes en el departamento del Cauca, resulta comprensible si se tiene en cuenta que las opiniones que nos formamos sobre el mundo y lo que pasa en él, en gran medida son moldeadas por los periodistas. Es entendible que la gente repita los mismos calificativos y los mismos juicios que lanzan de modo irresponsable y ligero esos grandes líderes de opinión en que hoy se han convertido estos profesionales de la palabra. Esto es entendible en un país como el nuestro donde reina el unanimismo en todos los ámbitos y por tanto no abundan las voces disidentes, donde se criminaliza el disentimiento y escasean las posiciones críticas, entre otras razones, porque aquí, contrario a lo que se afirma, hace tiempo existe la pena de muerte, pero una pena de muerte sin rostro y agazapada, cobarde e hipócrita como el talante de nuestros gobernantes. Aquí las voces que no repiten el coro de quienes están en el poder y se atreven a denunciar sus atropellos, son silenciadas para siempre. Baste un botón para la muestra, la desaparición y muerte de Qumi Pernía Domicó, líder de los Embera Katío del Alto Sinú.

Lo que no es comprensible ni mucho menos aceptable es que precisamente los formadores de opinión, los periodistas más connotados y premiados, se dediquen a través de sus micrófonos a azuzar de la manera más burda y descarada al gobierno para que haga respetar la soberanía colombiana en todo su territorio; y no contentos con esto, clamen en tono indignado que no es posible permitir la brutal humillación a la que los indígena del Cauca han sometido a esos héroes de nuestra patrias que son los soldados; y finalicen sus comentarios, alertándolo y previniéndolo sobre el peligro del mal ejemplo que dichos indígenas están dando al resto del país. Eso no se puede permitir, dicen con enfático acento. ¡Qué tal la desproporción!, ahora resulta que la agresión y humillación que por años han sufrido los indígenas por parte de los militares, brazo armado de los poderosos, se ha olvidado o no es nada frente a la terrible golpiza y la brutal reprimenda que los indígenas le propinaron a los soldados en el cerro El Berlín, en el resguardo indígena de Toribio. Qué distintas fueran las cosas en nuestro país si estos periodistas con esa misma vehemencia y decisión denunciaran la ingente cantidad de injusticias que a diario el gobierno y sus aliados cometen en contra del pueblo que dicen defender.

Y no es que yo justifique la humillación y el maltrato, o no me parezca reprochable, al contrario, considero que la humillación es un acto cruel que se debe condenar en la medida que despoja a las personas de su condición humana y las rebaja a objetos, con todo lo que esto implica; considero sí, que no es posible aceptar que estos malos tratos infligidos a los soldados (empujones, escupitajos, insultos…) generen una reacción tan desmesurada por parte de ciertos medios. El que muchos periodistas, de entre la compleja y grave problemática que encierran los sucesos actuales en el Cauca, resalten y privilegien estos actos de los indígenas muestra no sólo la superficialidad que los caracteriza sino sobre todo, su absoluta, y hasta sospechosa, falta de equilibrio y sensatez.

Y es que basta echarle una ojeada rápida a lo que ha sido la historia de los indígenas en nuestros país, ésta sí llena más que de dolorosas y repetidas humillaciones, de violencia y aniquilamiento, para darnos cuenta del desmedido e imperdonable desequilibrio de los medios a la hora de hacer juicios, y de lo pueril e inofensivos que resultan los atropellos contra los militares frente a los que han padecido los indígena desde la fatídica llegada de los españoles a estas tierras.

Por mencionar solo algunos: la práctica de cazar indígenas con perros de presa en los tiempos de la colonia, práctica que continuó presente en algunas regiones del suroriente de Colombia aún en los años 60 como lo evidencia la llamada masacre de La Rubiera en la que una comunidad de indios cuivas fue invitada a una hacienda ganadera a comer y, mientras lo hacían, 18 de sus 20 miembros, hombres, mujeres y niños, fueron masacrados a bala y machete y luego amarrados sus cadáveres a la cola de unos caballos hasta un lugar vecino para ser incinerados; o la existencia de una costumbre, también de la misma época y en la misma región, de salir de cacería a matar indios guahibos, para lo cual se idearon inclusive una palabra, el verbo guahibiar; o la ejecución sistemática de aniquilamiento por parte de las fuerzas armadas en connivencia con los grupos paramilitares como las ocurridas en las masacres de El Nilo (Caloto, diciembre de 1991), del Naya (Alto y Bajo Naya, abril de 2001), de Gualanday (Corinto, noviembre de 2001), de San Pedro (Santander de Quilichao, diciembre del 2.000); o las muertes de dirigentes indígenas; o el continuo hostigamiento y agresión de la guerrilla.

Frente a toda esta historia bordada de muerte, pobreza, dolor, humillación y violencia indiscriminada, la dignidad y resistencia pacífica del pueblo indígena NASA ha sido un valerosos ejemplo para todos los oprimidos; frente a la metralla y abuso de los militares, el bastón de mando se levanta con la fuerza de la razón; frente a las mentiras mil veces pronunciadas por los gobiernos de turno, la voz serena pero decidida de los voceros indígenas se escucha con esperanza; frente al arrodillamiento de la sociedad colombiana ante los dueños del país, la infatigable minga se mantiene; frente al mal ejemplo de la postración de los medios al poder, el buen ejemplo de la resistencia indígena.

¿Mal ejemplo el de los indígenas? Mal ejemplo el de muchos medios y periodistas que desde un escritorio al que les llegan los boletines oficiales se dedican satanizar la lucha de los pueblos y convierten sus micrófonos en armas que arrojan palabras que matan porque como bien lo dijera algunos años atrás Trino Morales, indígena guambiano, presidente del CRIC, que luego llegaría a ser el primer presidente de la Organización Nacional Indígena de Colombia, ONIC, “no sólo con balas nos acaban; no solamente con bayoneta nos matan. Nos pueden matar de hambre y nos pueden matar con sus ideas”; sí, a los indígenas, a su movimiento, a su lucha, la pueden matar con los comentarios punzantes y venenosos de los francotiradores de la palabra.