¿Retratos?*

En este país siempre han existido más periodistas proclives a los retratos y semblanzas que escritores que elijan la biografía como destino posible de su quehacer. Resumiendo, se trata de una minoría que escribe para una fracción minúscula que lee biografía…

 

Por: Édison Marulanda Peña

Retratos

José Zuleta Ortiz

Editorial Eafit

124 páginas

La lectura de biografía, perfiles, memorias, retratos –tipos de escritura testimonial con variaciones de estructura y alcances–, puede ser una estrategia del ‹‹voyerista›› que no desea correr demasiados riesgos. Es una vía expedita para este placer solitario de contemplar al otro sin su consentimiento, útil cuando no se tiene el coraje de un transgresor ni el desparpajo del sátiro.

En este país siempre han existido más periodistas proclives a los retratos y semblanzas que escritores que elijan la biografía como destino posible de su quehacer. Resumiendo, se trata de una minoría que escribe para una fracción minúscula que lee biografía; la segunda suele privilegiar la biografía novelada por comodidad y evadir el ensayo biográfico, porque exige reflexionar tanto al autor como al interlocutor que lee.

Maryluz Vallejo, investigadora acuciosa de la historia de la prensa colombiana y profesora  de la Pontificia Universidad Javeriana, en su trabajo A plomo herido. Una crónica del periodismo en Colombia (1880-1980), en un aparte del capítulo 7, con el subtítulo ‹‹De las siluetas a los perfiles y semblanzas: el arte de retratar al amigo y al enemigo››, cuenta acerca de varios exponentes con sus motivaciones, ante todo la fauna política, y presenta fragmentos ilustrativos. También va mostrando su transformación en las publicaciones periódicas y las condiciones que reunía quien optaba por pergeñar esas líneas.

Vallejo –la colombiana, no el mexicano renegado– recuerda que a finales del siglo XIX se denomina ‹‹silueta›› a este género, que ella considera semejante al perfil, retrato o semblanza de hoy. Agrega que obtuvo su desarrollo en la prensa satírica finisecular y que su antecedente más remoto son los ‹‹camafeos››, semblanzas burlescas de personajes públicos.

Entre los cultivadores están algunos hombres que tenían periódico o revista, también hay otros que sin ser propietarios de medios agitaban las emociones con su pluma de retratista: Joaquín Pablo Posada, codirector de El Alacrán; Alberto Urdaneta en Papel Periódico Ilustrado; Clímaco Soto Borda, quien escribía bajo el seudónimo Casimiro de la Barra, con el libro Siluetas parlamentarias. Se dice que el desterrado más famoso de las letras colombianas, José María Vargas Vila, iconoclasta, panfletario y librepensador, surgió con Pinceladas sobre la última revolución de Colombia: siluetas bélicas; Luis Eduardo Nieto Caballero, Lenc, hizo retratos generosos de sus coetáneos de la generación del Centenario; camuflados en un seudónimo colectivo, los Arquilókidas, tres miembros de la generación de Los Nuevos, los jóvenes Luis Tejada, León de Greiff y el quindiano Luis Vidales, hacían retratos irreverentes de Alfonso Villegas R., fundador de El Tiempo, del gramático y presidente Marco Fidel Suárez, de Tomás Rueda Vargas; se suman a esta lista Alejandro Vallejo, Juan Roca Lemus, Juan Lozano y Lozano en el semanario Sábado y en Semana, las semblanzas de este intelectual tolimense fueron reunidas en el libro Mis contemporáneos. Y siguen más…

Sin embargo hay una sugerencia a la profesora Vallejo: hay que incluir a Hernando Téllez, por tratarse de ‹‹el mejor artesano de las letras colombianas›› como lo define Alberto Lleras en el prólogo del libro Confesión de parte. Téllez, el ensayista, el crítico literario, el periodista, el traductor, hizo retratos certeros de los escritores Santiago Pérez Triana, Guillermo Camacho Carrizosa, de los políticos Jorge Eliécer Gaitán, Eduardo Santos, Gabriel Turbay.

Desde hace varios años los retratos o semblanzas han dado un salto: de la existencia fugaz del papel periódico a las páginas de un libro, ¿con la intención de darles una residencia mejor?

Retratos, el libro de José Zuleta Ortiz (Eafit, 2017), es una exploración de otro territorio que difiere de  la poesía y el cuento, campos donde ha sido laureado a nivel nacional.

Esta incursión en la prosa de no ficción tiene logros y carencias notables. Hay que resaltar que el lenguaje poético es el gran protagonista de este puñado de textos, que hay acierto en la escogencia de la mayoría de los personajes porque no pertenecen al ámbito del poder con sus diversas máscaras. Más bien son seres sencillos en su forma de vida, honestos en la fidelidad a sus sueños sin importarles que la respuesta a su persistencia pueda ser el fracaso.

Es difícil saber si este juicio aplica a quien abre la puerta de la lectura, ‹‹Claro Oscuro sobre Óscar Castro››, que vive feliz sin sentirse mortificado por la penuria que lo ronda; es un errante jugador de ajedrez, habitante de la noche, que vive en hoteles para pobres donde no hay lugar para la tristeza. El narrador-autor muestra aquí la sensibilidad de ambos, la solidaridad sin sesgo religioso.

Al igual que en el anterior, Zuleta se involucra en primera persona en muchos de los relatos. Como no hacerlo en ‹‹Mi padre, retrato a contraluz››, en homenaje a Estanislao Zuleta, su progenitor, el filósofo y sabio. Al parecer trata de seguir las huellas de Truman Capote, que hace de la escritura de no ficción casi siempre un pretexto para volcarse hacia la autobiografía, la expresión de la subjetividad. Algo palpable en los textos recogidos en A Capote reader (1987) editados luego por Norma bajo el título El Duque en sus dominios y otros retratos (1993, traducción de Javier Escobar). Hay tantas celebridades y a todas las humaniza: John Huston, Chaplin, Picasso, Coco Chanel, Marcel Duchamp, Louis Armstrong, Humphrey Bogart, Marlon Brando, Somerset Maugham, Elizabeth Taylor, Marilyn Monroe, Tennessee Williams…

No obstante tener este precursor o maestro, elegido por el mismo Zuleta Ortiz, su escritura resulta inestable, conoce el oficio pero el resultado no siempre es óptimo. Faltan líneas para completar el dibujo de algunos personajes. Algunos textos, como ‹‹Rodríguez Tosca›› es una crónica de su participación en un festival de poesía en Cali, pero cuando no está participando en un festival con la ilusión de acostarse con una muchacha caleña, ¿cómo es Rodríguez Tosca en otros espacios, qué libros ha publicado?

En los primeros ocho escritos abarca a familiares y amigos, súbitamente, como si estuviese escaso de material para completar el volumen, irrumpe ‹‹Sobre una fotografía de Marilyn Monroe››. Son párrafos cortos y separados por subtítulos sin un personaje bien construido. Se repite el lugar común que desde 1962 se ha leído sobre Marilyn. El terminar con una larga cita de Una hermosa criatura  de Capote, solo evidencia lo difícil que resulta mostrar al menos igual calidad a la del estadounidense (nadie pide aquí que haya que superar al maestro), o  del poema Oración por Marilyn Monroe de Ernesto Cardenal, incluso a la canción-retrato de Manolo Tena. Uno podría decir que todo el libro no cumple la promesa del título.

En los 10 retratos de la primera parte, no está el humor ni la mordacidad de los maestros colombianos del género. Por ejemplo, Nuestros ídolos: retratos no autorizados de Julio César Londoño (2005), sobre 13 colombianos exitosos en distintos campos. Son textos sugerentes, porque Londoño no se basó en la mera evocación ni escatimó el esfuerzo de la investigación, por esto sus retratados están completos y el libro tuvo más de una edición.

Por cierto, hay un error en la segunda parte ‹‹Instantáneas››, al cambiar el nombre y la ortografía del apellido de la artista pereirana a la que pretende homenajear. El nombre correcto es Viviana Ángel Chujfi, pero en el título de la instantánea se lee: ‹‹Paseo por Pereira con Liliana Angel Chufy›› (pág. 95).

* Reseña crítica