Armando Rubio Huidobro

Un oscuro ciudadano desdibujando el progreso de su estancia, Chile. Jugaba con el borrador y la tinta al oficio de tachar el poema, una ciudad mal hecha.

 

Armando Rubio, 1979. Archivo tomado de Memoria Chilena, Biblioteca Nacional de Chile
Armando Rubio, 1979. Archivo tomado de Memoria Chilena, Biblioteca Nacional de Chile

Por: Mateo Matías Arango

Subrayo con quehacer de lector, no como poeta o escritor moderno -la osadía de llamarse así nos enfrasca en la pésima actitud de hombres soberbios y claramente no nos da para leer los versos de otros-, algunos poemas de Armando Rubio Huidobro, transeúnte.

Un oscuro ciudadano desdibujando el progreso de su estancia, Chile. Jugaba con el borrador y la tinta al oficio de tachar el poema, una ciudad mal hecha. Desvanecía los grandes edificios para ver volar las aves migratorias y los albatros de Baudelaire. Ausentaba el Mall Center capitalino -Costanera- para ver al hombre del que se le despojó tomando el mate con una cuadrilla de perros durmiendo en el descanso de sus piernas. En sus poemas imaginó un espacio sin cables de energía donde los niños no lloraran por sus volantines enredados en los servicios públicos del estado chileno.

 

Mate

Como anciana que se mece

en el fondo del cité,

Dios pasa toda la tarde

solitario con su mate

sobre un eclipse de perros

que se duermen a sus pies.

 

La Antología de Armando nunca tuvo otra casa que la librería Altamira. Aquella dio el destello al Sexto Ganymedes. A pesar de ser un espacio estrecho en cuestiones físicas, poseía un inmenso plano poético donde compartía piso con Nicanor Parra, Enrique Linch, Gonzalo Rojas, Jorge Tellier y sin más falta, con sus respectivos álter egos literarios: El cristo de Elqui y El pequeño niño en la casa del Lautaro.

 

Hábitos

Esta vieja costumbre en consecuencia

de amanecer cansado cada día con la cara de siempre, el mismo aspecto

-cordero estupefacto, ino hay derecho!-,

la liturgia congénita de mirarme al espejo:

descubrirme in fraganti con peineta y dentífrico

-no asienta esa conducta en mansa bestia-;

conciencia de estar vivo y respirando -con qué objeto, que sabes-,

y otras cosas que, por último, ahora no tolero:

la plena autonomía de mis gestos

y la fidelidad de mis zapatos.

Vivía un sin número de hábitos llenos de tedio que hacen presencia en un cuadernillo titulado ¨ciudadano¨, describía el hábito de las mañanas: mirarse al espejo la cara donde el cansancio cuelga de ella para luego usar el dentífrico confiado en que un lavado de dientes exceptúa todo la fatiga acumulada a diario. Pero esa liturgia impuesta evidencia el existir de la mansa bestia. La cualidad de camuflar la muerte, así lo narra Armando:

 

Cualidad

Que mi rostro

siga

siempre

pálido:

así

nadie

sospechará

mi muerte.

Poemario ¨Ciudadano¨. Archivo tomado de Memoria Chilena, biblioteca nacional de Chile
Poemario ¨Ciudadano¨. Archivo tomado de Memoria Chilena, biblioteca nacional de Chile

Su pluma refleja el carácter retraído y melancólico en letreros de neón y no en las láminas colgadas en las paredes de su casa. Huidobro, prefería admirar su reflejo en los espejos ajenos, en los retrovisores de los colectivos de Santiago y en las micros saturadas de estudiantes del Liceo José Victorino Lastarria, establecimiento, donde el joven peatón santiaguino sin bigote, zapatos, pañuelo, ni amante, cursó sus estudios básicos.

 

Ciudadano

No sé de donde viene mi costumbre

de agravarme a las siete de la tarde.

Quizá solo por ser un transeúnte

sin bigote o pañuelo, sin zapato ni amante.

Los vitrales, amores incondicionales de Narciso, bohemios, prostitutas y poetas, fueron la revelación del Merlin. Mirarse en el reflejo ajeno es reconocerse. Qué mejor espejo que la ciudad donde se habita.