Semana poselectoral: distancia entre creer y leer

Fajardo, De la Calle y Petro no son modelos ideales y lejos están de serlo; sin embargo, representan un sector amplio de personas que creen en ellos. Ahora necesitamos personas que no crean, sino que lean, identifiquen los acuerdos básicos que los acercan, aquello que se torna estructural en sus propuestas y las hace compaginables en algunos aspectos casi por antonomasia.

 

Por: Juan Manuel Martínez Herrera

Cuando se plantea que la política debe “sentirse” se apela a lo que Max Weber o Julian Rappaport, desde contextos distintos, llaman el empoderamiento del actor social y de sus acciones o decisiones sobre el medio.

Sentir la política no es sobredimensionar un candidato, arrebatarle sus atributos como representante de una propuesta y embestirlo de una subjetividad impoluta de la cual se asume como Nuestro su discurso y, por tal razón, se sobredimensionan todos sus aciertos y se justifican todos sus desaciertos.

Esto sería una forma bastante paradójica del ejercicio político, querer que el otro piense, sienta y hable por mí. Confundimos sentir la política con una posesión colectiva de aquello que se debe tomar como un proyecto impersonal (en-otra-persona), ya que precisamente se trata de entender, “sentir” y respaldar el discurso que me identifica con el otro, no que me vuelve el otro.

Reconocer el lugar de un sujeto que la encarna, que decide y se equivoca, aquel que se debe apoyar a partir de aceptar los errores, las imprudencias, las salidas en falso, pero que a pesar de todo lo anterior, es quien mejor lidera esa idea que me motiva a decidir que sea él quien me represente, no como un modelo de persona sino como un modelo de político, esa es la esencia de la democracia: dialogar, debatir, cuestionar, para finalmente ubicarnos en un lugar respaldando más que una persona, una propuesta.

Seguir buscando un prócer, un caudillo, un líder, un redentor es seguir lastimando la política colombiana, es levantarse después de elecciones y quejarse por una persona y no por un proyecto que perdió en urnas, donde lo que realmente se torna triste es que ese proyecto perdió su credibilidad si sus seguidores siguen esperando el retorno del mesías, que en cuatro años regresará más fuerte, ¿qué proyecto era ese entonces?

Si la máxima que nos planteábamos para votar el domingo pasado era la decencia como paradigma de pureza política, en donde la decisión sea motivada por un ideal de moral que gobierne el país con base en la coherencia absoluta, encarnada en la carrera por el poder que hicieron los cinco candidatos en contienda, ninguno tendría forma de salir perfectamente librado, en un país como el nuestro la política es incompatible con ello, ya que para ganar, subir, mantenerse, concertar, negociar, tramitar o impulsar acciones –ya sea desde alcaldías, gobernaciones o desde el senado– se requiere ese otro actor corrupto que está enquistado en toda la institucionalidad estatal.

Por tal motivo, ninguno ha sido exento de ello, no queriendo decir que todos han buscado lo mismo. Ahí es donde las propuestas adquieren importancia, quién la lidere es la forma de reconocer unas garantías básicas de decencia y de inteligencia, no un mecanismo de idealización subjetiva sobre el otro. Necesitamos políticos honestos no semidioses.

Fajardo, De la Calle y Petro no son modelos ideales y lejos están de serlo; sin embargo, representan un sector amplio de personas que creen en ellos. Ahora necesitamos personas que no crean, sino que lean, identifiquen los acuerdos básicos que los acercan, aquello que se torna estructural en sus propuestas y las hace compaginables en algunos aspectos casi por antonomasia.

No seguir con esos improperios de sus seguidores por redes, provenientes de esos mismos fanáticos que no estudiaron sus propuestas completas y las juzgan con un par de retazos mal cortados y evidentemente mal leídos porque de no ser así no estarían insultándose.

El país ganó cuando la abstención bajó, ganó cuando por primera vez en su historia dos de los tres primeros candidatos se ajustaron en buena medida a ese llamado voto de opinión; esa es la esencia de la democracia: no estar atrapados por una única e histórica opción.

Ganó cuando a pesar de su escasa votación Humberto de la Calle sale de la contienda electoral con la satisfacción de la labor cumplida. Los políticos coherentes con este significado no salen por la puerta grande sino por la puerta digna, decente, muy pocos lo consiguen. Esos que, como sucedió en el pasado con Carlos Gaviria, gracias a su trabajo les permite, como ya lo es de la Calle, ser toda una autoridad en el tema.

Colombia cambió por unas horas desde distintas orillas y eso vale la pena pensarlo con calma, leerlo con atención, analizar lo que significa, no apelar como lo hacen algunos “entusados electores”, denominación por demás un tanto extraña para lo sucedido, a una teoría política cuando se idealiza un candidato como padre bondadoso y mesurado que garantizaba un mejor país.

Esa es una contradicción con la misma teoría política. El funcionamiento de un sistema social está en el manejo de las tensiones, en los cambios y en las formas como nos ajustamos a ello, sin alarmismos extremistas, hablando y tomando distancia, no alimentando la estigmatización apresurada y bastante ortodoxa que ahora dice que esa otra opción en la que hoy se convierte Petro representa la lucha de clases y no una consciencia social, que poco se ha leído su propuesta o que poco se sabe de la teoría política para afirmar este tipo de cosas.

No creo que la de Petro sea una propuesta perfecta y eso precisamente me tranquiliza. Saber que siempre hay un margen para la diferencia, que los elementos centrales los comparto pero que no estoy de acuerdo en Todo lo que fórmula. El margen de incredulidad es sano para las decisiones cuando de política hablamos, saber que votaré por un proyecto que si conozco pues lo estudié y no por un sujeto perfecto, pues ese tipo de político no quisiera que me gobernara.

Si bien es un poco molesto el tono arrogante de algunos que ven su voto depositado el domingo como el de un grupo de eruditos que no le van a endilgar su decisión a cualquiera y pretender etiquetar a los demás como unos extremistas, comparto con ellos que esa decisión no se toma a la ligera, pero con la calma que requieran más allá de la postura que tomen.

Analicen: ¿qué sucedió?, ¿por qué?, ¿realmente es un fracaso?, ¿realmente perdieron? Es claro que su candidato no ganó, pero también es importante tener en cuenta la Historia electoral de este país, tomen el tiempo adecuado y elijan su mejor opción, piensen en las votaciones de este pasado domingo y tengan en cuenta el contexto general; pero ante todo no trivialicemos más la política con acusaciones sin fundamento que poco le aportan al debate.